(RV).- El Papa centró su homilía en
el Evangelio del día, en que los jefes de los sacerdotes preguntan a Jesús con
qué autoridad realizaba sus obras. Y explicó que se trata de una pregunta que
pone de manifiesto el “corazón hipócrita” de aquella gente, puesto que a ellos
“no les interesaba la verdad”, sino que sólo buscaban sus intereses, moviéndose
“según el viento”: ‘Conviene ir por acá, conviene ir por allá…’ eran
banderolas, ¡eh!, ¡todos! Todos sin consistencia, dijo Francisco. Con un
corazón sin consistencia. Y así negociaban todo: negociaban la libertad
interior, negociaban la fe, negociaban la patria, todo, menos las apariencias.
A ellos les importaba salir bien de las situaciones”. Eran oportunistas: “se
aprovechaban de las situaciones”.
Y sin
embargo – prosiguió el Papa – “alguno de ustedes podrá decirme: ‘Pero
Padre, esta gente era observante de la ley: el sábado no caminaban más de cien
metros – o no sé cuánto se podía hacer – jamás, jamás iban a la mesa sin
lavarse las manos; era gente muy observante, muy segura en sus hábitos’. Sí, es
verdad, pero en las apariencias. Eran fuertes, pero en la parte exterior. Eran
rígidos. El corazón era muy débil, no sabían en qué creían. Y por esto su vida
era, la parte de afuera, toda regulada, pero el corazón iba de una parte a la
otra: un corazón débil y una piel rígida, fuerte, dura.
Al
contrario – dijo también Francisco – Jesús nos enseña que el cristiano debe
tener el corazón fuerte, el corazón firme, el corazón que crece sobre la roca,
que es Cristo, y después, debe ir por el mudo con prudencia: “En este caso hago
esto, pero…” Es el modo de ir, pero no se negocia el corazón, no se negocia la
roca. La roca es Cristo, ¡no se negocia!”:
“Éste
es el drama de la hipocresía de esta gente. Y Jesús no
negociaba jamás su corazón de Hijo del Padre, sino que estaba tan abierto a la
gente, buscando caminos para ayudar. ‘Pero esto no se puede hacer; nuestra
disciplina, ¡nuestra doctrina dice que no se puede hacer!’ les decían ellos.
‘¿Por qué tus discípulos comen el trigo en el campo cuando caminan, el día
sábado? ¡No se puede hacer!’. Eran tan rígidos en su disciplina: ‘No, la
disciplina no se toca, es sagrada’”.
El Papa Francisco recordó
cuando “Pío XII nos liberó de aquella cruz tan pesada que era el ayuno
eucarístico”:
“Tal
vez alguno de ustedes lo recuerdan. Ni siquiera se podía tomar una gota de
agua. ¡Ni siquiera! Y para lavarse los dientes, se tenía que hacer sin tragar
agua. Yo mismo de muchacho fue a confesarme de haber hecho la comunión, porque
creía que una gota de agua había ido dentro. Es verdad ¿o no? Es verdad. Cuando
Pío XII cambió la disciplina – ‘¡Ah, herejía! ¡No! ¡Ha tocado la disciplina de
la Iglesia!’ – tantos fariseos se escandalizaron. Tantos. Porque Pío XII había
hecho como Jesús: ha visto la necesidad de la gente. ‘Pero pobre gente, ¡con
tanto calor!’. Estos sacerdotes que celebraban tres Misas, la última a la una,
después de mediodía, en ayunas. La disciplina de la Iglesia. Y estos fariseos
eran así – ‘nuestra disciplina’ – rígidos en la piel, pero como Jesús les
dijo, ‘putrefactos en el corazón’, débiles, débiles hasta la putrefacción.
Tenebrosos en el corazón”.
“Éste
es el drama de esta gente”, dijo el Papa, y recordó que Jesús denuncia la
hipocresía y el oportunismo:
“También
nuestra vida puede llegar a ser así, también nuestra vida. Y algunas veces, les
confieso una cosa, cuando yo he visto a un cristiano, a una cristiana así, con
el corazón débil, no firme, firme sobre la roca – Jesús – y con tanta rigidez
afuera, he pedido al Señor: ‘Pero Señor, tírales una cáscara de banana delante,
para que se haga una linda resbalada, se avergüence de ser pecador y así te
encuentre, a ti que eres el Salvador. ¡Eh!, muchas veces un pecado nos hace
avergonzar tanto y encontrar al Señor, que nos perdona, como estos enfermos que
estaban ahí y que iban a ver al Señor para que los curara”.
“Pero
la gente sencilla” – observó el Papa – “no se equivocaba”, no obstante las
palabras de estos doctores de la ley, “porque la gente sabía, tenía ese olfato
de la fe”.
Y
concluyó su homilía con esta oración: “Pido al Señor la gracia de que nuestro
corazón sea sencillo, luminoso con la verdad que Él nos da, y así
podremos ser amables, perdonador, ser comprensivos con los demás, de corazón
amplio con la gente, misericordiosos. Jamás condenar, jamás condenar. Si tú
tienes ganas de condenar, condénate a ti mismo, que algún motivo tendrás,
¡eh!”. “Pidamos al Señor esta gracia: que nos de esta luz
interior, que nos convenza de que la roca es sólo Él y no tantas historias que
nosotros hacemos como cosas importantes; y que Él nos diga – ¡Él nos indique! –
el camino, que Él nos acompañe por el camino, que Él nos ensanche el corazón,
para que puedan entrar los problemas de tanta gente y Él nos dé una gracia que
esta gente no tenía: la gracia de sentirnos pecadores”.
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