El
evangelio del domingo nos ubica en el camino, lugar privilegiado de Jesús para
enseñar lo esencial de la vida y de la fe. En este camino se encuentran el
dolor y la misericordia, el sufrimiento y el consuelo, la petición de ayuda y
la respuesta directa. Viendo al hombre muriendo en el suelo, algunos pasan de
largo, el sacerdote y el levita, los maestros del culto y de cómo servir a
Dios. Se nos dice que pasaban “por casualidad” y por eso siguen de frente, ni
siquiera el camino les es familiar. Cuando nos alejamos de la realidad “pasar
de largo” se convierte en una actitud natural y cotidiana. Constatamos que la
misericordia y la compasión no son espontáneas. Siempre debemos hacer el
esfuerzo de detenernos en el camino, de “bajar” de nuestras comodidades para
compartir – lo más valioso aún - el tiempo. La cercanía es el único modo de
eliminar prejuicios, pues no hay compasión sin cercanía y “no hay humanidad sin
compasión” (E. Ronchi).
Lamentablemente,
el camino de Jerusalén a Jericó es un camino que el mundo entero está
recorriendo hoy y por tanto camino que no podemos esquivar. Un mundo que hoy se
desangra; que tira a la gente por el suelo, despejándola de todo lo que tiene,
sobre todo la vida y las ganas de vivir; que hace de la indiferencia y las
distancias las verdaderas causas de la muerte.
Por
eso, la pedagogía de Jesús es radical y busca renovar todo, incluso las
Escrituras. Con esta parábola, de lenguaje sencillo y cercano, Jesús nos ofrece
el nuevo decálogo, los nuevos 10 mandamientos a través de las 10 acciones del
buen samaritano frente al hombre que sufre: Lo vio, tuvo compasión, se acercó,
lo vendó, limpió sus heridas, lo cargó, lo llevó a una posada, lo cuidó, pagó
por él y prometió volver (vv 33-35). El número 10 para el mundo hebreo facilita
la memoria porque se apoya en los 10 dedos de las manos. Expresa perfección y
plenitud (Gen 24,10; Jo 22,14; Jue 17,10) y es la suma de dos números sagrados:
3 y 7.
Todo
parte de una mirada que lleva a la compasión (ἐσπλαγχνίσθη).
Así le ocurrió al mismo Jesús al ver a la multitud hambrienta (Mt 9; 14) o a la viuda de
Naín frente a su hijo muerto (Lc
7). Es la mirada y la compasión del padre que sale al encuentro del hijo pródigo
(Lc 15). La parábola es la respuesta a una pregunta que nos nace a todos/as
desde el fondo del alma: ¿Qué debo hacer para…? Y Jesús no increpa ni juzga,
sino que lanza una invitación que es al mismo tiempo un plan de vida, una
respuesta urgente: “Anda y has tú lo mismo; Has eso y vivirás” (v 28 y 37).
Amar al prójimo es también recordar y agradecer todos los “prójimos” de nuestra
vida. Aquellos/as que nos han cuidado, sanado y han visto por nosotros. El
impulso de la memoria agradecida nos lleva a ser nosotros/as mismos/as prójimos
para los demás, y en modo especial, para los/as que están al borde del camino,
violentados/as, despojados/as, los que sufren a causa de la humana injustica
del mundo. El buen samaritano prometió volver, ahora está en nuestras manos
seguir escribiendo esta historia.
Mira,
ama y camina. Esta dinámica tiene al centro el amar, como se encuentra también
al centro de la parábola y del evangelio. Tenemos la brújula y conocemos el
camino. Ahora hagamos de la parábola realidad y del evangelio vida para que el
nuevo decálogo sea un hábito, la misericordia costumbre y la solidaridad
renueve el mundo.
(Para
Radio Vaticano, jesuita Juan Bytton)
El
evangelio del domingo nos ubica en el camino, lugar privilegiado de Jesús para
enseñar lo esencial de la vida y de la fe. En este camino se encuentran el
dolor y la misericordia, el sufrimiento y el consuelo, la petición de ayuda y
la respuesta directa. Viendo al hombre muriendo en el suelo, algunos pasan de
largo, el sacerdote y el levita, los maestros del culto y de cómo servir a
Dios. Se nos dice que pasaban “por casualidad” y por eso siguen de frente, ni
siquiera el camino les es familiar. Cuando nos alejamos de la realidad “pasar
de largo” se convierte en una actitud natural y cotidiana. Constatamos que la
misericordia y la compasión no son espontáneas. Siempre debemos hacer el
esfuerzo de detenernos en el camino, de “bajar” de nuestras comodidades para
compartir – lo más valioso aún - el tiempo. La cercanía es el único modo de
eliminar prejuicios, pues no hay compasión sin cercanía y “no hay humanidad sin
compasión” (E. Ronchi).
Lamentablemente,
el camino de Jerusalén a Jericó es un camino que el mundo entero está
recorriendo hoy y por tanto camino que no podemos esquivar. Un mundo que hoy se
desangra; que tira a la gente por el suelo, despejándola de todo lo que tiene,
sobre todo la vida y las ganas de vivir; que hace de la indiferencia y las
distancias las verdaderas causas de la muerte.
Por
eso, la pedagogía de Jesús es radical y busca renovar todo, incluso las
Escrituras. Con esta parábola, de lenguaje sencillo y cercano, Jesús nos ofrece
el nuevo decálogo, los nuevos 10 mandamientos a través de las 10 acciones del
buen samaritano frente al hombre que sufre: Lo vio, tuvo compasión, se acercó,
lo vendó, limpió sus heridas, lo cargó, lo llevó a una posada, lo cuidó, pagó
por él y prometió volver (vv 33-35). El número 10 para el mundo hebreo facilita
la memoria porque se apoya en los 10 dedos de las manos. Expresa perfección y
plenitud (Gen 24,10; Jo 22,14; Jue 17,10) y es la suma de dos números sagrados:
3 y 7.
Todo
parte de una mirada que lleva a la compasión (ἐσπλαγχνίσθη).
Así le ocurrió al mismo Jesús al ver a la multitud hambrienta (Mt 9; 14) o a la viuda de
Naín frente a su hijo muerto (Lc
7). Es la mirada y la compasión del padre que sale al encuentro del hijo pródigo
(Lc 15). La parábola es la respuesta a una pregunta que nos nace a todos/as
desde el fondo del alma: ¿Qué debo hacer para…? Y Jesús no increpa ni juzga,
sino que lanza una invitación que es al mismo tiempo un plan de vida, una
respuesta urgente: “Anda y has tú lo mismo; Has eso y vivirás” (v 28 y 37).
Amar al prójimo es también recordar y agradecer todos los “prójimos” de nuestra
vida. Aquellos/as que nos han cuidado, sanado y han visto por nosotros. El
impulso de la memoria agradecida nos lleva a ser nosotros/as mismos/as prójimos
para los demás, y en modo especial, para los/as que están al borde del camino,
violentados/as, despojados/as, los que sufren a causa de la humana injustica
del mundo. El buen samaritano prometió volver, ahora está en nuestras manos
seguir escribiendo esta historia.
Mira,
ama y camina. Esta dinámica tiene al centro el amar, como se encuentra también
al centro de la parábola y del evangelio. Tenemos la brújula y conocemos el
camino. Ahora hagamos de la parábola realidad y del evangelio vida para que el
nuevo decálogo sea un hábito, la misericordia costumbre y la solidaridad
renueve el mundo.
(Para
Radio Vaticano, jesuita Juan Bytton)
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