Papa Francisco: «La vida siempre ha de ser acogida y protegida
desde la concepción hasta la muerte natural»
En su primer discurso ante las autoridades, el papa Francisco
ha elogiado la historia del pueblo polaco, tierra natal del gran pontífice, San
Juan Pablo II. En relación a la migración, el Santo Padre ha pedido que se den
facilidades a los polacos que quieren regresar a su país, al mismo tiempo que
se mantenga «disponibilidad para acoger a los que huyen de las guerras y del
hambre». Y también ha hecho una defensa del derecho a la vida.
En su primer acto tras la recepción oficial en el
aeropuerto, el Santo Padre ha mantenido un encuentro con las
autoridades, sociedad civil y el cuerpo diplomático en Polonia.
En su discurso, el Papa ha reflexionado sobre la historia de
la nación polaca, sobre migración, familia y vida. Así, ha comenzado
indicando que es la primera vez que visita la Europa centro-oriental y que se
«alegra comenzar por Polonia, que ha tenido entre sus hijos al inolvidable san
Juan Pablo II, creador y promotor de las Jornadas Mundiales de la Juventud». De
este modo, ha recordado que a su predecesor le gustaba hablar de una Europa que
respira con dos pulmones. Por eso ha precisado que «el sueño de un nuevo
humanismo europeo está animado por el aliento creativo y armonioso de estos dos
pulmones y por la civilización común que tiene sus raíces más sólidas
en el cristianismo».
El pueblo polaco –ha observado– se caracteriza por la
memoria. Asimismo ha asegurado que la conciencia de identidad, libre de
complejos de superioridad, «es esencial para organizar una comunidad nacional
basada en su patrimonio humano, social, político, económico y religioso,
para inspirar a la sociedad y la cultura, manteniéndolas fiel a la
tradición y, al mismo tiempo, abiertas a la renovación y al futuro».
Por otro lado, el Pontífice ha explicado que «en la vida
cotidiana de cada persona, como en la de cada sociedad, hay, sin embargo, dos
tipos de memoria»: la buena y la mala, la positiva y la negativa. La memoria
buena –ha indicado– es la que nos muestra la Biblia en el Magnificat,
el cántico de María que alaba al Señor y su obra de salvación. En cambio, la
memoria negativa «es la que fija obsesivamente la atención de la mente y del
corazón en el mal, sobre todo el cometido por otros», ha aseverado el Santo
Padre.
Así, ha asegurado que Polonia es un país que ha
sabido hacer prevalecer la memoria buena. Para hacer esto «se requiere una
firme esperanza y confianza en Aquel que guía los destinos de los pueblos,
abre las puertas cerradas, convierte las dificultades en oportunidades y crea
nuevos escenarios allí donde parecía imposible», ha afirmado el papa Francisco.
En esta misma línea ha indicado que «el ser conscientes del
camino recorrido», y la «alegría por las metas logradas», «dan fuerza y
serenidad para afrontar los retos del momento, que requieren el valor
de la verdad y un constante compromiso ético, para que los procesos
decisionales y operativos, así como las relaciones humanas, sean
siempre respetuosos de la dignidad de la persona».
Migración
Reflexionando sobre el fenómeno de la migración ha precisado
que esto requiere «un suplemento de sabiduría y misericordia para superar los
temores y hacer el mayor bien posible». Por un lado el Papa ha observado que se
deben identificar las causas de la emigración en Polonia, dando facilidades a
los que desean regresar. Y al mismo tiempo, hace falta disponibilidad
para acoger a los que huyen de las guerras y del hambre; solidaridad con
los que están privados de sus derechos fundamentales, incluido el de profesar
libremente y con seguridad la propia fe.
El Santo Padre ha subrayado que se deben solicitar
colaboraciones y sinergias internacionales «para encontrar soluciones a los
conflictos y las guerras, que obligan a muchas personas a abandonar sus hogares
y su patria». Se trata, ha reconocido el Papa, de hacer todo lo posible
por «aliviar sus sufrimientos», «sin cansarse de trabajar con inteligencia
y continuidad por la justicia y la paz, dando testimonio con los hechos de los
valores humanos y cristianos».
Finalmente, el Pontífice ha invitado a la nación
polaca «a mirar con esperanza hacia el futuro y a las cuestiones que ha de
afrontar». Esta actitud –ha asegurado– favorece un clima de respeto y un
diálogo constructivo. Si se infunde esperanza a las nuevas generaciones, ha
indicado el Papa, serán más eficaces de las políticas sociales en favor de la
familia, el primer y fundamental núcleo de la sociedad, para apoyar a las más
débiles y las más pobres, y ayudarlas en la acogida responsable de la vida.
Derecho a la vida
La vida «siempre ha de ser acogida y protegida desde la
concepción hasta la muerte natural, y todos estamos
llamados a respetarla y cuidarla», ha recordado. En esta misma línea ha
precisado que es responsabilidad del Estado, de la Iglesia y de la sociedad
«acompañar y ayudar concretamente» a las personas en dificultad, «para que
nunca sienta a un hijo como una carga, sino como un don».
Discurso íntegro del papa Francisco
Señor Presidente,
Distinguidas autoridades,
Miembros del Cuerpo Diplomático,
Rectores Magníficos,
Señoras y señores
Saludo con deferencia al Señor Presidente y le agradezco la
generosa acogida y sus amables palabras. Me es grato saludar a los distinguidos
miembros del Gobierno y del Parlamento, a los Rectores universitarios, a las autoridades
regionales y municipales, así como a los miembros del Cuerpo Diplomático y
demás autoridades presentes. Es la primera vez que visito la Europa
centro-oriental y me alegra comenzar por Polonia, que ha tenido entre sus hijos
al inolvidable san Juan Pablo II, creador y promotor de las Jornadas Mundiales
de la Juventud. A él le gustaba hablar de una Europa que respira con dos
pulmones: el sueño de un nuevo humanismo europeo está animado por el aliento
creativo y armonioso de estos dos pulmones y por la civilización común que
tiene sus raíces más sólidas en el cristianismo.
El pueblo polaco se caracteriza por la memoria. Siempre me ha
impresionado el agudo sentido de la historia del Papa Juan Pablo II. Cuando
hablaba de los pueblos, partía de su historia para resaltar sus tesoros de
humanidad y espiritualidad. La conciencia de identidad, libre de complejos de
superioridad, es esencial para organizar una comunidad nacional basada en su
patrimonio humano, social, político, económico y religioso, para inspirar a la
sociedad y la cultura, manteniéndolas fiel a la tradición y, al mismo tiempo,
abiertas a la renovación y al futuro. En esta perspectiva, han celebrado
recientemente el 1050 aniversario del Bautismo de Polonia. Ha sido ciertamente
un momento intenso de unidad nacional, confirmando cómo la concordia, aun en la
diversidad de opiniones, es el camino seguro para lograr el bien común de todo
el pueblo polaco.
También la cooperación fructífera en el ámbito internacional
y la consideración recíproca maduran mediante la toma de conciencia y el
respeto de la identidad propia y de los demás. No puede haber diálogo si cada
uno no parte de su propia identidad. En la vida cotidiana de cada persona, como
en la de cada sociedad, hay, sin embargo, dos tipos de memoria: la buena y la
mala, la positiva y la negativa. La memoria buena es la que nos muestra la
Biblia en el Magnificat, el cántico de María que alaba al Señor y su obra de
salvación. En cambio, la memoria negativa es la que fija obsesivamente la
atención de la mente y del corazón en el mal, sobre todo el cometido por otros.
Al mirar vuestra historia reciente, doy gracias a Dios porque habéis sabido
hacer prevalecer la memoria buena: por ejemplo, celebrando los 50 años del
perdón ofrecido y recibido recíprocamente entre el episcopado polaco y el
alemán tras la Segunda Guerra Mundial. La iniciativa, que implicó inicialmente
a las comunidades eclesiales, desencadenó también un proceso social, político,
cultural y religioso irreversible, cambiando la historia de las relaciones
entre los dos pueblos. En este sentido, recordemos también la Declaración
conjunta entre la Iglesia Católica en Polonia y la ortodoxa de Moscú: un gesto
que dio inicio a un proceso de acercamiento y hermandad, no sólo entre las dos
Iglesias, sino también entre los dos pueblos.
La noble nación polaca muestra así cómo se puede hacer crecer
la memoria buena y dejar de lado la mala. Para esto se requiere una firme
esperanza y confianza en Aquel que guía los destinos de los pueblos, abre las
puertas cerradas, convierte las dificultades en oportunidades y crea nuevos
escenarios allí donde parecía imposible. Lo atestiguan precisamente las
vicisitudes históricas de Polonia: después de la tormenta y de la oscuridad,
vuestro pueblo, recobrada ya su dignidad, ha podido cantar, como los israelitas
al regresar de Babilonia: «Nos parecía soñar: [...] Nuestra boca se llenaba de
risas, la lengua de cantares» (Sal 126,1-2). El ser conscientes del camino
recorrido, y la alegría por las metas logradas, dan fuerza y serenidad para
afrontar los retos del momento, que requieren el valor de la verdad y un
constante compromiso ético, para que los procesos decisionales y operativos,
así como las relaciones humanas, sean siempre respetuosos de la dignidad de la
persona. Todas las actividades están implicadas: la economía, la relación con
el medio ambiente y el modo mismo de gestionar el complejo fenómeno de la
emigración.
Esto último requiere un suplemento de sabiduría y
misericordia para superar los temores y hacer el mayor bien posible. Se han de
identificar las causas de la emigración en Polonia, dando facilidades a los que
desean regresar. Al mismo tiempo, hace falta disponibilidad para acoger a los
que huyen de las guerras y del hambre; solidaridad con los que están privados
de sus derechos fundamentales, incluido el de profesar libremente y con
seguridad la propia fe. También se deben solicitar colaboraciones y sinergias
internacionales para encontrar soluciones a los conflictos y las guerras, que
obligan a muchas personas a abandonar sus hogares y su patria. Se trata, pues,
de hacer todo lo posible por aliviar sus sufrimientos, sin cansarse de trabajar
con inteligencia y continuidad por la justicia y la paz, dando testimonio con
los hechos de los valores humanos y cristianos.
A la luz de su historia milenaria, invito a la nación polaca
a mirar con esperanza hacia el futuro y a las cuestiones que ha de afrontar.
Esta actitud favorece un clima de respeto entre todos los componentes de la
sociedad, y un diálogo constructivo entre las diferentes posiciones; además,
crea mejores condiciones para un crecimiento civil, económico e incluso
demográfico, fomentando la confianza de ofrecer una buena vida a sus hijos. En
efecto, ellos no sólo deberán afrontar problemas, sino que disfrutarán de la
belleza de la creación, del bien que podamos hacer y difundir, de la esperanza
que sepamos infundirles. De este modo, serán aún más eficaces las políticas
sociales en favor de la familia, el primer y fundamental núcleo de la sociedad,
para apoyar a las más débiles y las más pobres, y ayudarlas en la acogida
responsable de la vida. La vida siempre ha de ser acogida y protegida -ambas
cosas juntas: acogida y protegida- desde la concepción hasta la muerte natural,
y todos estamos llamados a respetarla y cuidarla. Por otro lado, es
responsabilidad del Estado, de la Iglesia y de la sociedad acompañar y ayudar
concretamente quienquiera que se encuentre en situación de grave dificultad,
para que nunca sienta a un hijo como una carga, sino como un don, y no se
abandone a las personas más vulnerables y más pobres.
Señor Presidente, la nación polaca puede contar, como ha
ocurrido a lo largo de su dilatada historia, con la colaboración de la Iglesia
Católica, para que, a la luz de los principios cristianos que han inspirado y
forjado la historia y la identidad de Polonia, sepa avanzar en su camino en las
nuevas condiciones históricas, fiel a sus mejores tradiciones y llenos de
confianza y esperanza, incluso en los momentos más difíciles.
Le renuevo mi agradecimiento y expreso, a usted y a todos los
presentes, mis mejores deseos de un sereno y provechoso servicio al bien común.
Que Nuestra Señora de Częstochowa bendiga y proteja a Polonia.
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