Palabras del Papa:
Queridos jóvenes, ¡buenas tardes!
Es bueno estar aquí con ustedes en esta Vigilia de oración.
Al terminar su valiente y conmovedor testimonio, Rand nos
pedía algo. Nos decía: «Les pido encarecidamente que recen por mi amado país».
Una historia marcada por la guerra, el dolor, la pérdida, que finaliza con un
pedido: el de la oración. Qué mejor que empezar nuestra vigilia rezando.
Venimos desde distintas partes del mundo, de continentes,
países, lenguas, culturas, pueblos diferentes. Somos «hijos» de naciones, que
quizá pueden estar enfrentadas luchando por diversos conflictos, o incluso
estar en guerra. Otros venimos de países que pueden estar en «paz», que no
tienen conflictos bélicos, donde muchas de las cosas dolorosas que suceden en
el mundo sólo son parte de las noticias y de la prensa. Pero seamos conscientes
de una realidad: para nosotros, hoy y aquí, provenientes de distintas partes
del mundo, el dolor, la guerra que viven muchos jóvenes, deja de ser anónima,
deja de ser una noticia de prensa, tiene nombre, tiene rostro, tiene historia,
tiene cercanía. Hoy la guerra en Siria, es el dolor y el sufrimiento de tantas
personas, de tantos jóvenes como el valiente Rand, que está aquí entre nosotros
pidiéndonos que recemos por su amado país.
Existen situaciones que nos pueden resultar lejanas hasta
que, de alguna manera, las tocamos. Hay realidades que no comprendemos porque
sólo las vemos a través de una pantalla (del celular o de la computadora). Pero
cuando tomamos contacto con la vida, con esas vidas concretas no ya
mediatizadas por las pantallas, entonces nos pasa algo importante, todos
sentimos la invitación a involucrarnos: «No más ciudades olvidadas», como dice
Rand: ya nunca puede haber hermanos «rodeados de muerte y homicidios» sintiendo
que nadie los va a ayudar. Queridos amigos, los invito a que juntos recemos por
el sufrimiento de tantas víctimas fruto de la guerra, esta guerra que está hoy
en el mundo, para que de una vez por todas podamos comprender que nada
justifica la sangre de un hermano, que nada es más valioso que la persona que
tenemos al lado. Y en este pedido de oración también quiero agradecerles a
Natalia y a Miguel, porque ustedes también nos han compartido sus batallas, sus
guerras interiores. Nos han mostrado sus luchas y cómo hicieron para
superarlas. Ustedes son signo vivo de lo que la misericordia quiere hacer en
nosotros.
Nosotros ahora no vamos a gritar ahora contra nadie, no vamos
a pelear, no queremos destruir, no queremos insultar. Nosotros no queremos
vencer el odio con más odio, vencer la violencia con más violencia, vencer el
terror con más terror. Nosotros hoy estamos aquí, porque el Señor nos ha convocado.
Y nuestra respuesta a este mundo en guerra tiene un nombre: se llama
fraternidad, se llama hermandad, se llama comunión, se llama familia.
Celebremos el venir de culturas diferentes y nos unimos para rezar. Que nuestra
mejor palabra, que nuestro mejor discurso, sea unirnos en oración. Hagamos un
momento de silencio y recemos; pongamos ante el Señor los testimonios de estos
amigos, identifiquémonos con aquellos para quienes «la familia es un concepto
inexistente, y la casa sólo un lugar donde dormir y comer», o con quienes viven
con el miedo de creer que sus errores y pecados los han dejado definitivamente
afuera. Pongamos también las «guerras» de ustedes, nuestras guerras, las luchas
que cada uno trae consigo, dentro de su corazón, en presencia de nuestro Dios.
Y por esto, por estar en familia, en hermandad, todos juntos, les invito a
levantaros, a tomaros de la mano y a rezar en silencio. Todos.
[Silencio]
Mientras rezábamos, me venía la imagen de los Apóstoles el
día de Pentecostés. Una escena que nos puede ayudar a comprender todo lo que
Dios sueña hacer en nuestra vida, en nosotros y con nosotros. Aquel día, los
discípulos estaban encerrados por miedo. Se sentían amenazados por un entorno
que los perseguía, que los arrinconaba en una pequeña habitación, obligándolos
a permanecer quietos y paralizados. El temor se había apoderado de ellos. En
ese contexto, pasó algo espectacular, algo grandioso. Vino el Espíritu Santo y
unas lenguas como de fuego se posaron sobre cada uno, impulsándolos a una
aventura que jamás habrían soñado. La cosa cambia totalmente.
Hemos escuchado tres testimonios, hemos tocado, con nuestros
corazones, sus historias, sus vidas. Hemos visto cómo ellos, al igual que los
discípulos, han vivido momentos similares, han pasado momentos donde se
llenaron de miedo, donde parecía que todo se derrumbaba. El miedo y la angustia
que nace de saber que al salir de casa uno puede no volver a ver a los seres
queridos, el miedo a no sentirse valorado ni querido, el miedo a no tener otra
oportunidad. Ellos nos compartieron la misma experiencia que tuvieron los
discípulos, han experimentado el miedo que sólo conduce a un lugar. ¿Dónde nos
lleva el miedo? al encierro. Y cuando el miedo se a covacha en el encierro
siempre va acompañado por su «hermana gemela»: la parálisis, sentirnos
paralizados. Sentir que en este mundo, en nuestras ciudades, en nuestras
comunidades, no hay ya espacio para crecer, para soñar, para crear, para mirar
horizontes, en definitiva para vivir, es de los peores males que se nos puede
meter en la vida. Es más, en la juventud. La parálisis nos va haciendo perder
el encanto de disfrutar del encuentro, de la amistad; el encanto de soñar
juntos, de caminar con los demás. Nos aleja de los otros, nos impide apretar la
mano. Como hemos visto, todos cerrados en aquellas pequeñas habitaciones de
cristal.
Pero en la vida hay otra parálisis todavía más peligrosa y
muchas veces difícil de identificar; y que nos cuesta mucho descubrir. Me gusta
llamarla la parálisis que nace cuando se confunde «felicidad» con un
«sofá/kanapa (canapé)». Sí, creer que para ser feliz necesitamos un buen
sofá/canapé. Un sofá que nos ayude a estar cómodos, tranquilos, bien seguros.
Un sofá —como los que hay ahora modernos con masajes adormecedores incluidos—
que nos garantiza horas de tranquilidad para trasladarnos al mundo de los
videojuegos y pasar horas frente a la computadora. Un sofá contra todo tipo de
dolores y temores. Un sofá que nos haga quedarnos en casa encerrados, sin
fatigarnos ni preocuparnos. La «sofá-felicidad», «kanapa-szczęście», es probablemente la
parálisis silenciosa
que más nos puede
perjudicar, que más
puede fastidiar la juventud. “Y
por qué
pasa esto Padre?”
ya que poco a poco, sin darnos cuenta, nos vamos quedando dormidos, nos vamos
quedando embobados y atontados – antes de ayer hablaba de los jóvenes que van
en pensión con 20 años; hoy hablo de los jóvenes adormentados, embobados,
atontados- mientras otros —quizás los más vivos, pero no los más buenos—
deciden el futuro por nosotros. Es cierto, para muchos es más fácil y
beneficioso tener a jóvenes embobados y atontados que confunden felicidad con
un sofá; para muchos eso les resulta más conveniente que tener jóvenes
despiertos, inquietos respondiendo al sueño de Dios y a todas las aspiraciones
del corazón.
A ustedes les pregunto, quieren ser jóvenes adormentados, embobados
y atontados? (responden: noooo) ¿Quieren que otros decidan el futuro por
ustedes? (responden: noooo) ¿quieren ser libres? (responden: siiii) ¿quieren
ser despiertos? (responden: siiiii) ¿quieren luchar por su futuro? (responden:
siiiii) No están muy convencidos, eh? ¿Quieren luchar por vuestro futuro?
(gritan: siii).
Pero la verdad es otra: queridos jóvenes, no vinimos a este
mundo a «vegetar», a pasarla cómodamente, a hacer de la vida un sofá que nos
adormezca; al contrario, hemos venido a otra cosa, a dejar una huella. Es muy
triste pasar por la vida sin dejar una huella. Pero cuando optamos por la
comodidad, por confundir felicidad con consumir, entonces el precio que pagamos
es muy, pero que muy caro: perdemos la libertad. No somos libres de dejar una
huella. Perdemos la libertad. Este es el precio. Y hay tanta gente que quiere
que los jóvenes no sean libres; hay tanta gente que no os quiere, que os quiere
atontados, embobados, adormentados: pero nunca libres! No esto no. Tenemos que
defender nuestra libertad.
Ahí está precisamente una gran parálisis, cuando comenzamos a
pensar que felicidad es sinónimo de comodidad, que ser feliz es andar por la
vida dormido o narcotizado, que la única manera de ser feliz es ir como
atontado. Es cierto que la droga hace mal, pero hay muchas otras drogas
socialmente aceptadas que nos terminan volviendo tanto o más esclavos. Unas y
otras nos despojan de nuestro mayor bien: la libertad. Nos quitan la libertad.
Amigos, Jesús es el Señor del riesgo, el Señor del siempre
«más allá». Jesús no es el Señor del confort, de la seguridad y de la
comodidad. Para seguir a Jesús, hay que tener una cuota de valentía, hay que
animarse a cambiar el sofá por un par de zapatos que te ayuden a caminar por
caminos nunca soñados y menos pensados, por caminos que abran nuevos
horizontes, capaces de contagiar alegría, esa alegría que nace del amor de
Dios, la alegría que deja en tu corazón cada gesto, cada actitud de misericordia.
Ir por los caminos siguiendo la «locura» de nuestro Dios que nos enseña a
encontrarlo en el hambriento, en el sediento, en el desnudo, en el enfermo, en
el amigo caído en desgracia, en el que está preso, en el prófugo y el
emigrante, en el vecino que está solo. Ir por los caminos de nuestro Dios que
nos invita a ser actores políticos, pensadores, movilizadores sociales. Que nos
incita a pensar una economía más solidaria que esta. En todos los ámbitos en
los que ustedes se encuentren, ese amor de Dios nos invita llevar la buena
nueva, haciendo de la propia vida un homenaje a él y a los demás. Y esto
significa tener coraje, esto significa ser libres.
Podrán decirme: «Padre pero eso no es para todos, sólo es
para algunos elegidos». Sí, y estos elegidos son todos aquellos que estén
dispuestos a compartir su vida con los demás. De la misma manera que el
Espíritu Santo transformó el corazón de los discípulos el día de Pentecostés,
lo hizo también con nuestros amigos que compartieron sus testimonios. Uso tus
palabras, Miguel, vos nos decías que el día que en la Facenda te encomendaron
la responsabilidad de ayudar a que la casa funcionara mejor, ahí comenzaste a
entender que Dios pedía algo de ti. Así comenzó la transformación.
Ese es el secreto, queridos amigos, que todos estamos
llamados a experimentar. Dios espera algo de ti, ¿han entendido? Dios espera
algo de ti. Dios quiere algo de ti, Dios te espera a ti. Dios viene a romper
nuestras clausuras, viene a abrir las puertas de nuestras vidas, de nuestras visiones,
de nuestras miradas. Dios viene a abrir todo aquello que te encierra. Te está
invitando a soñar, te quiere hacer ver que el mundo con vos puede ser distinto.
Eso sí, si vos no ponéis lo mejor de vos, el mundo no será distinto. Es un
reto.
El tiempo que hoy estamos viviendo, no necesita jóvenes-sofá,
młody-kanapa, sino
jóvenes con
zapatos; mejor aún,
con los botines puestos. Este tiempo sólo acepta jugadores titulares en la cancha, no
hay espacio para suplentes. El mundo de hoy les pide que sean protagonistas de
la historia porque la vida es linda siempre y cuando queramos vivirla, siempre
y cuando queramos dejar una huella. La historia hoy nos pide que defendamos
nuestra dignidad y no dejemos que sean otros los que decidan nuestro futuro.
¡No! Nosotros tenemos que decidir nuestro futuro, vosotros el vuestro! El
Señor, al igual que en Pentecostés, quiere realizar uno de los mayores milagros
que podamos experimentar: hacer que tus manos, mis manos, nuestras manos se
transformen en signos de reconciliación, de comunión, de creación. Él quiere
tus manos para seguir construyendo el mundo de hoy. Él quiere construirlo con
vos. Y tú, ¿qué respondes? ¿Qué respondes tú? ¿Sí o no? (responden: siiii)
Me dirás, Padre, pero yo soy muy limitado, soy pecador, ¿qué puedo
hacer? Cuando el Señor nos llama no piensa en lo que somos, en lo que éramos,
en lo que hemos hecho o de dejado de hacer. Al contrario: él, en ese momento
que nos llama, está mirando todo lo que podríamos dar, todo el amor que somos
capaces de contagiar. Su apuesta siempre es al futuro, al mañana. Jesús te
proyecta al horizonte. Nunca al museo.
Por eso, amigos, hoy Jesús te invita, te llama a dejar tu
huella en la vida, una huella que marque la historia, que marque tu historia y
la historia de tantos.
La vida de hoy nos dice que es mucho más fácil fijar la
atención en lo que nos divide, en lo que nos separa. Pretenden hacernos creer
que encerrarnos es la mejor manera para protegernos de lo que nos hace mal. Hoy
los adultos necesitamos de ustedes, ¡nosotros adultos! que nos enseñen –como
hacen ahora ustedes hoy- a convivir en la diversidad, en el diálogo, en
compartir la multiculturalidad, no como una amenaza sino, como una oportunidad.
Y ustedes son una oportunidad para el futuro. Tengan valentía para enseñarnos a
nosotros que es más fácil construir puentes que levantar muros. Tenemos
necesidad de aprender esto. Y todos juntos pidamos que nos exijan transitar por
los caminos de la fraternidad. Que sean ustedes nuestros acusadores, si
nosotros elegimos la vida de los muros, la vida de la enemistad, la via de la
guerra. Construir puentes: ¿Saben cuál es el primer puente a construir?
Un puente que podemos realizarlo aquí y ahora: estrecharnos la mano, darnos la
mano. Anímense, hagan ahora, hagan este puente humano, dense la mano, todos
ustedes, es el puente primordial, es el puente humano, es el primero y el
modelo. Siempre está el riesgo –lo dije el otro día- de continuar con la mano
extendida. Pero en la vida se necesita arriesgas: quien no arriesga no gana.
Con este puente sigamos adelante. Aquí este puente primordial: agarramos la
mano. Gracias. Es el gran puente fraterno, y ojalá aprendan a hacerlo los
grandes de este mundo... pero no para la fotografía, eh? Que se dan la mano y
después piensan en otra cosa; sino para seguir construyendo puentes más y más
grandes. Que éste puente humano sea semilla de tantos otros; será una huella.
Hoy Jesús, que es la vida, a ti, a ti, a ti, a ti, te llama a
dejar tu huella en la historia. Él, que es la vida, te invita a dejar una
huella que llene de vida tu historia y la de tantos otros. Él, que es la
verdad, te invita a desandar los caminos del desencuentro, la división y el
sinsentido. ¿Te animas? (responden siiii) ¿Qué responden ahora – yo lo quiero
ver- tus manos y tus pies al Señor, que es camino, verdad y vida? ¿Te animas?
Que el Señor bendiga tus sueños tus sueños. Gracias!
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