Viernes, 30 de septiembre de 2016. Palacio Presidencial en Tiflis
Señor Presidente,
Excelentísimas Autoridades,
Ilustrísimos miembros del Cuerpo Diplomático,
Señores y señoras
Agradezco a Dios Omnipotente el haberme dado la oportunidad de visitar esta tierra bendita, lugar de encuentro e intercambio vital entre culturas y civilizaciones, que ha encontrado en el cristianismo, desde la predicación de Santa Nino al inicio del siglo IV, su más profunda identidad y el fundamento seguro de sus valores. Como dijo san Juan Pablo II visitando vuestra Patria: “El cristianismo se ha convertido en semilla del sucesivo florecimiento de la cultura georgiana” (Discurso durante la ceremonia de bienvenida, 8 noviembre 1999), y esta semilla sigue produciendo sus frutos. Al recordar con gratitud nuestro encuentro en el Vaticano el año pasado, y las buenas relaciones que Georgia siempre ha mantenido con la Santa Sede, le agradezco vivamente a usted, Señor Presidente, su amable invitación y las amables palabras de bienvenida que me ha dirigido en nombre de las autoridades del Estado y de todo el pueblo georgiano.
La historia multisecular de vuestra patria manifiesta la raigambre en los valores expresados por su cultura, por su lengua y por sus tradiciones, incluyendo al país plenamente y de modo profundo y peculiar en el ámbito de la civilización europea; y, al mismo tiempo, como muestra su posición geográfica, es casi un puente natural entre Europa y Asia, una bisagra que facilita las comunicaciones y las relaciones entre los pueblos, y que a lo largo de los siglos ha hecho posible tanto el comercio como el dialogo y la confrontación de las ideas y de las experiencias entre mundos diferentes. Como recita con orgullo vuestro himno nacional: “Mi icono es mi Patria, […] resplandecientes montañas y valles son compartidos con Dios”. La Patria es como un icono que define la identidad, traza los rasgos y las huellas de la historia, mientras que las montañas, elevándose libres hacia el cielo, en vez de ser una muralla infranqueable, dan esplendor a los valles, los diferencian y los coloca en relación, haciendo a cada una diferente de la otra y todas asociadas con el cielo común que las cubre y las protege.
Señor Presidente, han pasado 25 años desde la proclamación de la independencia de Georgia, que durante este periodo, renovando su libertad plena, ha construido y consolidado sus instituciones democráticas y ha buscado los caminos para garantizar un desarrollo lo más incluyente y auténtico posible. Todo esto no sin grandes sacrificios, que el pueblo ha afrontado valientemente para asegurarse la tan anhelada libertad. Deseo que el camino de paz y desarrollo prosiga con el compromiso solidario de todos los miembros de la sociedad, con el fin de crear las condiciones de estabilidad, equidad y respeto a las leyes que favorezcan el crecimiento e aumenten las oportunidades para todos.
Este progreso auténtico y duradero tiene como condición preliminar indispensable el pacífico entendimiento entre todos los pueblos y los Estados de la región. Esto exige que crezcan sentimientos de mutua estima y consideración, los cuales no pueden descuidar el respeto de las prerrogativas soberanas de cada uno de los países en el marco del derecho internacional. Con el fin de abrir rutas que conduzcan a una paz duradera y a una verdadera colaboración, hay que tener en cuenta que los principios relevantes para una ecuánime y estable relación entre los Estados están al servicio de la concreta, ordenada y pacífica convivencia entre las naciones. En muchos lugares de la tierra, en efecto, parece prevalecer una lógica que hace difícil mantener las legítimas diferencias y controversias ―que siempre pueden surgir― en un ámbito de confrontación y diálogo civil, donde prevalezca la razón, la moderación y la responsabilidad. Esto es tanto más necesario en el momento histórico actual, en el que no faltan también extremismos violentos que manipulan y distorsionan principios de naturaleza civil y religiosa para subordinarlos a oscuros diseños de dominio y de muerte.
Es preciso que todos se preocupen en primer lugar por la suerte de los seres humanos en su concreción y realicen con paciencia todo intento para evitar que las divergencias desemboquen en violencia, que puede causar enormes daños para el hombre y la sociedad. Cualquier distinción de carácter étnico, lingüístico, político o religioso, en vez de ser usados como pretexto para transformar las divergencias en conflictos y los conflictos en interminables tragedias, puede y debe ser para todos fuente de enriquecimiento recíproco en favor del bien común. Esto requiere que cada uno ponga plenamente a disposición las propias capacidades, teniendo ante todo la posibilidad de vivir en paz en su tierra o de regresar libremente si, por cualquier motivo, fue obligado a abandonarla. Deseo que los responsables públicos continúen preocupándose por la situación de estas personas, afanándose en la búsqueda de soluciones concretas más allá de las cuestiones políticas no resueltas. Se requieren altas miras y valor para reconocer el bien autentico de los pueblos y perseguirlo con determinación y prudencia, y es indispensable tener siempre presente los sufrimientos de las personas para continuar con convicción el camino, paciente y laborioso pero apasionante y liberador, de la construcción de la paz.
La Iglesia Católica ―presente desde siglos en este País y que se ha distinguido particularmente por su compromiso en la promoción humana y en las obras de caridad― comparte las alegrías y las preocupaciones del pueblo de Georgia y tiene la intención de ofrecer su contribución al bienestar y a la paz de las naciones, colaborando activamente con las autoridades y la sociedad civil. Deseo vivamente que continúe favoreciendo genuinamente al crecimiento de la sociedad georgiana, gracias al testimonio común de las tradiciones cristianas que nos unen, en su esfuerzo en favor de los más necesitados y mediante un renovado y creciente dialogo con la antigua Iglesia Ortodoxa Georgiana y las otras comunidades religiosas del país.
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