Texto completo del mensaje del Papa Francisco
Al Profesor José Graziano da Silva
Director General de la FAO
Muy ilustre Señor:
1. El que la FAO haya querido dedicar
la actual Jornada Mundial de la Alimentación al tema «El clima está cambiando.
La alimentación y la agricultura también», nos lleva a considerar la dificultad
añadida que supone para la lucha contra el hambre la presencia de un fenómeno
complejo como el del cambio climático. Con el fin de hacer frente a los retos
que la naturaleza plantea al hombre y el hombre a la naturaleza (cf. Enc.
Laudato si’, 25), me permito ofrecer algunas reflexiones a la consideración de
la FAO, de sus Estados miembros y de todas las personas que participan en su
actividad.
¿A qué se debe el cambio climático actual? Tenemos que
cuestionarnos sobre nuestra responsabilidad individual y colectiva, sin recurrir
a los fáciles sofismas que se esconden tras los datos estadísticos o las
previsiones contradictorias. No se trata de abandonar el dato científico, que
es más necesario que nunca, sino de ir más allá de la simple lectura del
fenómeno o de la enumeración de sus múltiples efectos.
Nuestra condición de personas necesariamente relacionadas y
nuestra responsabilidad de custodios de la creación y de su orden, nos obligan
a remontarnos a las causas de los cambios que están ocurriendo e ir a su raíz.
Hemos de reconocer, ante todo, que los diferentes efectos negativos sobre el
clima tienen su origen en la conducta diaria de personas, comunidades, pueblos
y Estados. Si somos conscientes de esto, no bastará la simple valoración en
términos éticos y morales. Es necesario intervenir políticamente y, por
tanto, tomar las decisiones necesarias, disuadir o fomentar conductas y estilos
de vida que beneficien a las nuevas y a las futuras generaciones. Sólo entonces
podremos preservar el planeta.
Las acciones que hay que realizar han de estar adecuadamente
planificadas y no pueden ser el resultado de las emociones o los motivos de un
instante. Es importante programarlas. En este cometido, las instituciones,
llamadas a trabajar juntas, tienen un papel esencial, ya que las acciones
individuales, si bien son necesarias, sólo son eficaces si se integran en una
red compuesta de personas, entidades públicas y privadas, estructuras
nacionales e internacionales. Esta red, sin embargo, no puede quedar en el
anonimato; esta red tiene el nombre de fraternidad y debe actuar en virtud de
su solidaridad fundamental.
2. Todas las personas que trabajan en
el campo, en la ganadería, en la pesca artesanal, en los bosques, o viven en
zonas rurales en contacto directo con los efectos del cambio climático,
experimentan que, si el clima cambia, también sus vidas cambian. Su diario
acontecer se ve afectado por situaciones difíciles, a veces dramáticas, el
futuro es cada vez más incierto y así se abre camino la idea de abandonar casas
y afectos. Prevalece una sensación de abandono, de sentirse olvidados por las
instituciones, privados de la ayuda que puede aportar la técnica, así como de
la justa consideración por parte de todos los que nos beneficiamos de su
trabajo.
De la sabiduría de las comunidades rurales podemos aprender
un estilo de vida que nos puede ayudar a defendernos de la lógica del consumo y
de la producción a toda costa; lógica que, envuelta en buenas justificaciones,
como el aumento de la población, en realidad sólo busca aumentar los
beneficios. En el sector del que se ocupa la FAO está creciendo el número de
los que piensan que son omnipotentes y pueden pasar por alto los ciclos de las
estaciones o modificar indebidamente las diferentes especies de animales y
plantas, provocando la pérdida de esa variedad que, si existe en la naturaleza,
significa que tiene ―y ha de tener―
una función.
Obtener una calidad que da excelentes resultados en el laboratorio puede ser
ventajoso para algunos, pero puede tener efectos desastrosos para otros. Y el
principio de precaución no es suficiente, porque muy a menudo se limita a
impedir que se haga algo, mientras que lo que se necesita es actuar con
equilibrio y honestidad. Seleccionar genéticamente un tipo de planta puede dar
resultados impresionantes desde un punto de vista cuantitativo, pero, ¿nos
hemos preocupado de las tierras que perderán su capacidad de producir, de los
ganaderos que no tendrán pastos para su ganado, y de los recursos hídricos que
se volverán inutilizables? Y, sobre todo, ¿nos hemos preguntado si ―y
en qué medida―
contribuirán
a cambiar el clima?
Por tanto, no precaución, sino sabiduría. Esa que los
campesinos, los pescadores, los ganaderos conservan en la memoria de las
generaciones, y que ahora ven cómo está siendo ridiculizada y olvidada por un
modelo de producción que sólo beneficia a pequeños grupos y a una pequeña
porción de la población mundial. Recordemos que se trata de un modelo que, con
toda su ciencia, consiente que cerca de ochocientos millones de personas
todavía pasen hambre.
3. La cuestión se refleja
directamente en las emergencias diarias que las instituciones
intergubernamentales, como la FAO, están llamadas a afrontar y tratar,
conscientes de que el cambio climático no pertenece exclusivamente a la esfera
de la meteorología. No podemos olvidar que es también el clima el que
contribuye a que la movilidad humana sea imparable. Los datos más recientes nos
dicen que cada vez son más los emigrantes climáticos, que pasan a engrosar las
filas de esa caravana de los últimos, de los excluidos, de aquellos a los que
se les niega tener incluso un papel en la gran familia humana. Un papel que no
puede ser otorgado por un Estado o por un estatus, sino que le pertenece a cada
ser humano en cuanto persona, con su dignidad y sus derechos.
Ya no basta impresionarse y conmoverse ante quien, en
cualquier latitud, pide el pan de cada día. Es necesario decidirse y actuar.
Muchas veces, también en cuanto Iglesia Católica, hemos recordado que los
niveles de producción mundial son suficientes para garantizar la alimentación
de todos, a condición de que haya una justa distribución. Pero, ¿podemos
continuar todavía en esta dirección, cuando la lógica del mercado sigue otros
caminos, llegando incluso a tratar los productos básicos como una simple
mercancía, a usar cada vez más los alimentos para fines distintos al consumo
humano, o a destruir alimentos simplemente porque son muchos y se buscan
más las ganancias, en vez de atender a las necesidades? En efecto, sabemos que
el mecanismo de la distribución se queda en teoría si los hambrientos no tienen
un acceso efectivo a los alimentos, si siguen dependiendo de la ayuda externa,
más o menos condicionada, si no se crea una relación adecuada entre la
necesidad alimenticia y el consumo y, no menos importante, si no se elimina el
desperdicio y se reducen las pérdidas de alimentos.
Todos estamos llamados a cooperar en este cambio de rumbo:
los responsables políticos, los productores, los que trabajan en el campo, en
la pesca y en los bosques, y todos los ciudadanos. Por supuesto, cada uno en
sus ámbitos de responsabilidad, pero todos con la misma función de
constructores de un orden interno en las Naciones y un orden internacional, que
consienta que el desarrollo no sea solo prerrogativa de unos pocos, ni que los
bienes de la creación sean patrimonio de los poderosos. Las posibilidades no
faltan, y los ejemplos positivos, las buenas prácticas, nos proporcionan
experiencias que se pueden seguir, compartir y difundir.
4. La voluntad de actuar no puede depender
de las ventajas que se puedan obtener, sino que es una exigencia que está unida
a las necesidades que surgen en la vida de las personas y de toda la familia
humana. Necesidades materiales y espirituales, pero en cualquier caso reales,
que no son el resultado de la decisión de unos pocos, de las modas o de estilos
de vida que convierten a la persona en un objeto, a la vida humana en un
instrumento, incluso de experimentación, y a la producción de alimentos en un
mero negocio económico, al que hay que sacrificar hasta el alimento disponible,
cuya finalidad natural es conseguir que todo el mundo tenga cada día una
alimentación suficiente y saludable.
Estamos muy cerca de la nueva fase que convocará en Marrakech
a los Estados Miembros de la Convención sobre el Cambio Climático para poner en
práctica sus compromisos. Creo interpretar el deseo de muchos al pedir que los
objetivos recogidos en el Acuerdo de París no queden en bellas palabras, sino
que se concreten en decisiones valientes para que la solidaridad no sea sólo
una virtud, sino también un modelo operativo en la economía, y que la
fraternidad ya no sea una simple aspiración, sino un criterio de gobernabilidad
nacional e internacional.
Estas son, Señor Director General, algunas reflexiones que quisiera
hacerle llegar en este momento en el que se avecinan preocupaciones,
agitaciones y tensiones causadas también por la cuestión del clima, que está
cada vez más presente en nuestra vida cotidiana y que grava, ante todo,
sobre las condiciones de vida de muchos de nuestros hermanos y hermanas más
vulnerables y marginados. Que el Todopoderoso bendiga sus esfuerzos al servicio
de toda la humanidad.
Vaticano, 14 de octubre de 2016
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