¿Por qué ir a misa? ¿No está Dios en todas
partes? ¿Qué sentido tienen la misa y los sacramentos? En
uno de sus textos escrito en vísperas del Concilio Vaticano II, y que ahora se
publica revisado, Joseph Ratzinger profundiza y esclarece estas y otras cuestiones
de modo instructivo (cf. Obras completas, VII/1, Sobre
la enseñanza del Concilio Vaticano II, pp. 3-13).
Durante los últimos siglos, en las iglesias católicas el altar se situaba al fondo del templo, como presidiendo la sala donde está el trono de Dios. Como consecuencia de que los protestantes lo negaran, se acentuaba la presencia real de Jesús en la sagrada hostia. No existía, hasta san Pío X, la posibilidad de la comunión frecuente y se tenía la idea de que cada vez que se recibía la comunión había que confesarse (hoy hemos pasado al polo opuesto: acudir con demasiada ligereza a la comunión, quizá sin examinar nuestra conciencia por si encontramos algún pecado grave del que es necesario confesarse).
Qué es la Eucaristía
1. Para comprender qué es la Eucaristía, señala el ahora Papa emérito que, siendo importante la presencia real de Dios en la sagrada hostia y la adoración, sin embargo, lo que Jesús deseaba primero es ser recibido por nosotros en la comunión. Él quiere ser para nosotros sobre todo un alimento. “El pan santo no es en primer término para contemplar, sino para comer. Es decir: Él se quedó allí no solo para ser adorado, sino sobre todo para ser recibido”. Y añade, más que los sagrarios de piedra a Cristo le importaban los sagrarios vivos que hemos de ser los cristianos, que Dios necesita en medio del mundo, para que le llevemos con valentía su Espíritu de verdad y de justicia. Por eso el altar –donde se actualiza el sacrificio de la cruz y Cristo se nos ofrece como alimento– tiene preeminencia respecto del sagrario, que es consecuencia de la misa.
San Agustín interpretó que la comunión eucarística no es un alimento que se convierte en nosotros sino al revés. Es alimento que nos transforma en el cuerpo de Cristo. En consecuencia: “El sentido primario de la comunión no es el encuentro del individuo con su Dios –para lo cual habría también otras vías–, sino que su sentido es, justamente, la fusión de los individuos entre sí a través de Cristo. La comunión es, según su esencia, el sacramento de la fraternidad cristiana”. De ahí que comulgar nos exige vivir la fraternidad y la caridad.
Consecuencias para la piedad eucarística
2. ¿Qué consecuencias tiene esto para la piedad eucarística? La facilidad que hoy tenemos para comulgar con frecuencia debe llevarnos a una piedad eucarística en relación con lo que realmente es la Eucaristía: la unión con Cristo y, en Él, con todos nuestros hermanos. De ahí deduce Ratzinger algunos puntos concretos:
a) El sentido de la misa es en primer lugar el encuentro personal con el tú de Dios (Padre); pero también el encuentro con la comunidad de los cristianos con los que podemos rezar “Padre nuestro” porque somos hermanos de Cristo y como consecuencia entre nosotros.
b) Por eso no hay misas “privadas” en sentido estricto, pues en toda misa celebra la Iglesia entera, también la que está en el cielo y en el purgatorio.
c) También por eso la comunión es más que un encuentro “privado” con Dios: es la unión común con Cristo y con nuestros hermanos. Por ese motivo la comunión (excepto para los enfermos ausentes, a los que se les puede llevar la comunión) tiene pleno sentido dentro de la misa, que es celebración de la comunidad cristiana.
d) “La comunión no es un premio para los especialmente virtuosos (¿cómo podría recibírsela, sin ser un fariseo?), sino el pan de los peregrinos”. Esto nos evoca la insistencia del papa Francisco actualmente: “La Eucaristía no es un premio para los perfectos, sino un generoso remedio y un alimento para los débiles” (Evangelii gaudium, n. 47). Lo cual no quita que haya que confesarse ante la conciencia de pecado grave, pero no es necesario hacerlo en los demás casos: pecado venial, negligencias, faltas, etc.
La Eucaristía, afirma Ratzinger, es nuestro sí a la Iglesia como cuerpo de Cristo, que nos permite salir de lo meramente terreno para unirnos a lo divino y eterno. De ahí que, en último término ser cristiano es poder comulgar. Por eso lo normal sería que comulgásemos al menos los domingos, y eso nos daría una luz para nuestra vida cotidiana.
La necesidad de los sacramentos
3. Finalmente, de aquí surge una mejor comprensión sobre el sentido de los sacramentos en general. Dice Ratzinger que el hombre de hoy “a menudo no comprende bien por qué tiene que acudir a misa en la iglesia”. Si no quiere ser arreligioso, cree que tiene relación con Dios y no necesita para la nada de los sacramentos y de la Iglesia. ¿Acaso no está Dios en todas partes? ¿No será mejor encontrar al Creador en su naturaleza –en la magnífica catedral del bosque con su regia libertad– que en el aburrido recinto de la Iglesia, en la multitud cansada y sentimental que va a la iglesia?
He aquí la respuesta lúcida de Joseph Ratzinger: “”Realmente, quien solo vea en la eucaristía la presencia de Dios no podrá dar una verdadera respuesta a esas preguntas. (…) En la eucaristía no está presente solamente Dios, sino el hombre Jesucristo, es decir, el Dios que se hizo hermano nuestro, de los hombres. Y, por eso, la eucaristía como conjunto no sirve solamente para un encuentro con Dios, sino para la unión de los hombres desde Dios en la fe única y en la comunidad única del cuerpo de Cristo”.
De ahí deduce que los sacramentos tienen tres dimensiones:
Primero, son garantía de la auténtica respuesta de Dios a la religión; pues ésta no es un soliloquio del hombre con Dios sino el encuentro con Dios que en Cristo ha entrado en nuestra historia, haciéndose hermano nuestro. Con ello, “la religión adquiere su seriedad vinculante, su dignidad y grandeza, sin las cuales seguiría siendo un entusiasmo sin compromiso”.
Segundo, los sacramentos son garantía de que la religión responde a la dimensión corporal del hombre. Una religión del sentimiento privado, puramente espiritual, no responde a la vida del ser humano. En los sacramentos se recurre a los elementos de la tierra, pan y vino, fruto de la tierra y del trabajo humanos, que son elevados de modo que nos hacen vislumbrar un mundo nuevo y vivir participando de la vida divina.
Tercero, los sacramentos son remedio contra el individualismo, porque nos reúnen en la comunidad que da gloria a Dios, y que se abre a la paz del reino eterno. “Este es realmente –sostiene Ratzinger– el sentido más profundo de la eucaristía: que la humanidad dispersa y herida sea reunida en la unidad del único Señor Jesucristo, el único que es su vida verdadera”.
En definitiva, podríamos concluir nosotros: ¿por qué y para qué ir a la iglesia, ir a la misa del domingo? Pues porque allí nos encontramos no solamente con Dios en un sentido genérico, sino concretamente con Jesús, nuestro salvador y redentor, que nos une a los cristianos en su familia, para hacernos capaces de ser mejores, de ser más felices, de llevar la vida verdadera a nuestras familias, a nuestros amigos, al mundo: la vida que procede del Dios uno y trino que en Cristo se nos da.
(Publicado en
www.religionconfidencial.com, 14-VII-2016)
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