«Es además urgentísimo que se renueve en todos, sacerdotes, religiosos y laicos, la conciencia de la absoluta necesidad de la pastoral familiar como parte integrante de la pastoral de la Iglesia, Madre y Maestra. Repito con convencimiento la llamada contenida en la Familiaris consortio: “...cada Iglesia local y, en concreto, cada comunidad parroquial debe tomar una conciencia más viva de la gracia y de la responsabilidad que recibe del Señor, en orden a la promoción de la pastoral familiar. Los planes de pastoral orgánica, a cualquier nivel, no deben prescindir nunca de tomar en consideración la pastoral de la familia” (n. 70).


8 de septiembre de 2014

LA EDUCACIÓN AL AMOR DE LOS ADOLESCENTES: LA EDUCACIÓN AL AMOR EN EL CONTEXTO DE LA VOCACIÓN

De todo lo que hemos venido comentando brevemente, podemos extraer una primera conclusión: toda persona, para vivir y realizar su vocación, necesita una educación al amor, necesita aprender a amar. Este aprendizaje es vital, experiencial, dura toda la vida, pero conoce sus etapas y estaciones. Como hemos visto, esta educación al amor es especialmente necesaria en nuestros días en la etapa de la adolescencia ante el ambiente cultural que nos circunda. El Directorio de la Pastoral Familiar en España lo confirma de este modo:

“La vocación al amor, que es el hilo conductor de toda pastoral matrimonial, requiere un cuidado esmerado de la educación al amor. Ésta es más necesaria en nuestros días en cuanto la cultura ambiental extiende formas degeneradas de amor que falsean la verdad y la libertad del hombre en su proceso de personalización: son maneras teñidas de individualismo y emotivismo que lleva a las personas a guiarse por su simple sentimiento subjetivo y no son conscientes siquiera de la necesidad de aprender a amar22”.

Una segunda conclusión importante es que la familia es la escuela originaria y permanente de educación al amor; en ella no solamente se dan los primeros pasos de la vida, sino que se aprende el lenguaje del amor, se cultiva y se hace madurar la vocación al amor. La intrínseca dimensión familiar de la vida humana y cristiana exige que la pastoral juvenil no se reduzca a una pastoral del ocio sino que ha de ser profundamente más familiar.

Una tercera conclusión es que existe un estrecho vínculo entre vocación al amor y significado esponsal del cuerpo. En este nexo juega un papel decisivo el crecimiento de las virtudes, singularmente la virtud de la castidad.

Los padres han de ayudar a los adolescentes a amar la belleza y la fuerza de la virtud de la castidad, poniendo en evidencia el valor de la oración y la recepción fructuosa de los sacramentos, especialmente la confesión personal, para crecer siempre en ella. Como también afirma el Directorio:
“Si el amor verdadero sólo encuentra su última verdad en la entrega sincera de sí mismo a los demás para realizar la entrega sincera de la vida, es precisa una educación en el conocimiento, dominio y dirección del corazón.

En cuanto esto comprende la dimensión de la sexualidad, la integración de la misma para que signifique y exprese un amor verdadero se denomina virtud de la castidad. Por tanto, la castidad no es una represión de las tendencias sexuales sino la virtud que, al “impregnar de racionalidad las pasiones y los apetitos de la sensibilidad humana”, hace que el hombre pueda integrar rectamente la sexualidad en sí mismo y en las relaciones con los demás, ordenándola al amor verdaderamente humano”.

La adolescencia representa en el desarrollo de la persona el periodo de la proyección de sí, del descubrimiento y configuración definitiva de la fisonomía de la propia vocación a la santidad. El adolescente necesita los límites que al mismo tiempo pone en tela de juicio.

En la aventura educativa, amar de corazón a los adolescentes es el mejor modo de promover su vocación. La verdad del amor siempre es exigente. No temáis exigir a vuestros hijos; será una fuente de crecimiento para ellos y para vosotros mismos. El testimonio de amor y fidelidad de los padres es particularmente elocuente para los adolescentes que buscan siempre modelos reales y atrayentes de identificación e imitación en un mundo tan carente de ellos.

En el V Encuentro Mundial de Familias nos recordó: “los padres han de procurar que la llamada de Dios y la Buena Nueva de Cristo lleguen a sus hijos con la mayor claridad y autenticidad. Con el pasar de los años, este don de Dios que los padres han contribuido a poner ante los ojos de los pequeños necesitará también ser cultivado con sabiduría y dulzura, haciendo crecer en ellos la capacidad de discernimiento. De este modo, con

el testimonio constante del amor conyugal de los padres, vivido e impregnado de la fe, y con el acompañamiento entrañable de la comunidad cristiana, se favorecerá que los hijos hagan suyo el don mismo de la fe, descubran con ella el sentido profundo de la propia existencia y se sientan gozosos y agradecidos por ello”.
Dr. Juan de Dios Larrú Ramos, DCJM

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