El Papa Francisco presidió hoy la Misa con ocasión del Encuentro de las Familias, en que más de 150 mil personas peregrinaron a Roma por el Año de la Fe, y aseguró que “la familia que vive la alegría de la fe la comunica espontáneamente, es sal de la tierra y luz del mundo”. |
Las lecturas de este domingo nos invitan a meditar sobre
algunas características fundamentales de la familia cristiana.
1. La primera: La familia que ora. El texto del Evangelio pone en evidencia dos
modos de orar, uno falso – el del fariseo – y el otro auténtico – el del
publicano.
El fariseo encarna una actitud que no manifiesta la acción de gracias a Dios
por sus beneficios y su misericordia, sino más bien la satisfacción de sí. El
fariseo se siente justo, se siente en orden, se pavonea de esto y juzga a los
demás desde lo alto de su pedestal.
El publicano, por el contrario, no utiliza muchas palabras. Su oración es
humilde, sobria, imbuida por la conciencia de su propia indignidad, de su
propia miseria: este hombre verdaderamente se reconoce necesitado del perdón de
Dios, de la misericordia de Dios.
La del publicano es la oración del pobre, es la oración que agrada a Dios que,
como dice la primera Lectura, ‘sube hasta las nubes’, mientras que la del
fariseo está marcada por el peso de la vanidad.
A la luz de esta Palabra, quisiera preguntarles a ustedes, queridas familias:
¿Rezan alguna vez en familia? Algunos sí, lo sé. Pero muchos me dicen: ¿Cómo se
hace? Pero si se hace como el publicano, es claro: humildemente, delante de
Dios. Cada uno con humildad se deja mirar por el Señor y pide su bondad, que
venga a nosotros.
Pero, en familia, ¿cómo se hace? Porque parece que la oración sea algo
personal, y además nunca se encuentra el momento oportuno, tranquilo, en
familia… Sí, es verdad, pero es también cuestión de humildad, de reconocer que
tenemos necesidad de Dios, ¡como el publicano!
Y todas las familias, tienen necesidad de Dios: todas, ¡todas! Necesidad de su
ayuda, de su fuerza, de su bendición, de su misericordia, de su perdón. Y se
requiere sencillez. ¡Para rezar en familia se requiere sencillez!
Rezar juntos el “Padre nuestro”, alrededor de la mesa, no es una cosa
extraordinaria: es fácil. Y rezar juntos el Rosario, en familia, es muy bello, da mucha
fuerza. Y también rezar el uno por el otro: el marido por la mujer, la mujer
por el marido, ambos por los hijos, los hijos por los padres, por los abuelos…
Rezar el uno por el otro. Esto es orar en familia, y esto hace fuerte a la
familia: la oración.
2. La segunda Lectura nos sugiere otro aspecto: la familia conserva la fe. El
apóstol Pablo, al final de su vida,
hace un balance fundamental, y dice “He conservado la fe” ¿Cómo la conservó? No
en una caja fuerte. No la escondió bajo tierra, como aquel siervo un poco perezoso.
San Pablo compara su vida con una batalla y con una carrera. Ha conservado la
fe porque no se ha limitado a defenderla, sino que la ha anunciado, irradiado,
la ha llevado lejos. Se ha opuesto decididamente a quienes querían conservar,
“embalsamar” el mensaje de Cristo dentro de los confines de Palestina.
Por esto ha hecho opciones valientes, ha ido a territorios hostiles, he
aceptado el reto de los alejados, de culturas diversas, ha hablado francamente,
sin miedo. San Pablo ha conservado la fe porque, así como la había recibido, la
ha dado, yendo a las periferias, sin atrincherarse en actitudes defensivas.
También aquí, podemos preguntar: ¿De qué manera, en familia, conservamos
nosotros la fe? ¿La tenemos para nosotros, en nuestra familia, como un bien
privado, como una cuenta bancaria, o sabemos compartirla con el testimonio, con
la acogida, con la apertura hacia los demás?
Todos sabemos que las familias, especialmente las más jóvenes, van con
frecuencia “a la carrera”, muy ocupadas; pero ¿han pensado alguna vez que esta
«carrera» puede ser también la carrera de la fe? Las familias cristianas son
familias misioneras. Ayer hemos escuchado, aquí en la Plaza, el testimonio de
familias misioneras.
Son misioneras también en la vida de cada día, haciendo las cosas de todos los
días, ¡poniendo en todo la sal y la levadura de la fe! Conservar la fe en
familia y poner la sal y la levadura de la fe en las cosas de todos los días.
3. Y un último aspecto encontramos de la Palabra de Dios: la familia que vive
la alegría. En el Salmo responsorial se encuentra esta expresión: “Los humildes
lo escuchen y se alegren”. Todo este Salmo es un himno al Señor, fuente de
alegría y de paz. Y ¿cuál es el motivo de esta alegría? Es éste: El Señor está
cerca, escucha el grito de los humildes y los libra del mal.
Lo escribía también San Pablo: “Alegraos siempre… El Señor está cerca”. Eh … Me
gustaría hacer una pregunta, hoy. Alguno lleva la alegría en su corazón a casa,
¿eh? Como una tarea que resolver. Y se responde a sí mismo. ¿Cómo es la alegría
en tu casa? ¿Cómo es la alegría en tu familia? Eh, den ustedes la respuesta.
Queridas familias, ustedes lo saben bien: la verdadera alegría que se disfruta
en familia no es algo superficial, no viene de las cosas, de las circunstancias
favorables… la verdadera alegría viene de la armonía profunda entre las
personas, que todos experimentan en su corazón y que nos hace sentir la belleza
de estar juntos, de sostenerse mutuamente el camino de la vida.
A la base de este sentimiento de alegría profunda está la presencia de Dios, la
presencia de Dios en la familia, está su amor acogedor, misericordioso,
respetuoso hacia todos. Y sobre todo, un amor paciente: la paciencia es una
virtud de Dios y nos ensena, en familia, a tener este amor paciente, el uno con
el otro. Tener paciencia entre nosotros.
Amor paciente. Sólo Dios sabe crear la armonía de las diferencias. Si falta el
amor de Dios, también la familia pierde la armonía, prevalecen los
individualismos, y se apaga la alegría. Por el contrario, la familia que vive
la alegría de la fe la comunica espontáneamente, es sal de la tierra y luz del
mundo, es levadura para toda la sociedad.
Queridas familias, vivan siempre con fe y simplicidad, como la Sagrada Familia de Nazaret. ¡La alegría y la paz del Señor
esté siempre con ustedes!
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