Intento fallido
de legitimación del aborto
“Dos mil de los
abortos practicados en 2006
fueron realizados
a partir de la 21ª semana de gestación”
(Instituto
Español de Política Familiar)
La legalización y, más todavía, la
promoción de la práctica del aborto constituye un frenazo violento en el
proceso de desarrollo humano. Durante siglos se luchó por dignificar a los seres
humanos considerados, en una u otra medida, como indefensos: los niños, las
mujeres, los ancianos, los peregrinos y refugiados, los enfermos y esclavos...
Tras múltiples errores, a través de una larga cadena de penosas experiencias,
la Humanidad consiguió clarificar un tanto sus ideas acerca de la dignidad de
la vida humana. La opinión aristotélica de que unos hombres nacen para mandar y
otros para obedecer fue, poco a poco, matizada y superada. La convicción de que
la libertad y el poderío son privilegio de los más fuertes y mejor dotados para
el ataque y la defensa se vio relegada al desván de los recuerdos históricos
inconfesables.
Estos avances fueron celebrados porque
significaban en el fondo -más allá de las mejoras concretas que afectaban a
ciertos grupos- un mayor aprecio de la vida y la dignidad del hombre en cuanto
tal. Ello explica que la matanza en masa de millones de inocentes en la primera
guerra mundial haya provocado en el hombre occidental una conmoción interior
sin precedentes. El “mito del eterno progreso” hizo quiebra en las trincheras de
Verdún (Francia). El afán de saber para dominar y disfrutar no llevó al hombre
al grado supremo de felicidad, como se presumía, sino a simas de decepción en
todos los contendientes y de amargura explosiva en el campo de los vencidos. Esta
hecatombe espiritual provocó diversos tipos de erupciones sociales, entre las
que destaca el florecimiento del fascismo y el nacionalsocialismo o nazismo. En
los últimos tiempos fueron consideradas ambas corrientes como la negación
absoluta de la libertad humana y raíz, por tanto, de buen número de los males
de la sociedad actual. Tales ataques estuvieron justificados, sin la menor
duda, pues la crítica de los sistemas abiertamente dictatoriales contribuye a
mantener viva la llama de la preocupación por salvaguardar la libertad y el
afán por consolidar los sistemas democráticos de convivencia.
Abolición de la pena capital y
aceptación del aborto
Cuando estimábamos haber adoptado una
actitud de respeto absoluto a la vida humana, en el seno de ciertas
democracias y al amparo de la fuerza que supone un número elevado de votos se
consideró justificado agredir a la forma de vida humana más desvalida.
Obviamente, con ello se interrumpió la marcha decidida hacia un respeto
incondicional a la vida del hombre. Si, bajo ciertas condiciones, puede
atentarse contra un ser humano -en cualquier fase de su desarrollo vital-, se
anula el carácter absoluto del respeto a la vida.
Reflexionemos un instante sobre el espíritu que inspiró los
movimientos contrarios a la pena capital. ¿En virtud de qué poderoso principio
se llevó a cabo felizmente la campaña en contra de la aplicación de la pena de
muerte? Hay muchas y sólidas razones para que la sociedad intente defenderse
drásticamente de quienes minan sus bases. Sostener en vida a los peores
delincuentes es un rasgo de generosidad sólo explicable si la opinión pública
estima que ningún hombre ni sociedad alguna pueden quebrantar el respeto
absoluto que en toda circunstancia y condición merece la vida del hombre. La cuestión de la pena de muerte sigue sometida
a litigio, pero la convicción que impulsa a quienes la impugnan supone un
indudable avance en madurez humana. ¿Cómo es posible que muchos de los
detractores de la pena capital se muestren ahora tan propicios a lesionar el
derecho básico a la vida que tienen las personas que se hallan en las fases más
menesterosas del desarrollo vital?
El proceso de gestación de un ser
humano antes de la anidación
Actualmente, nadie mínimamente culto
ignora que el niño no nacido está lejos de ser un mero vegetal o un apéndice
biológico de la madre. Todas las fases de la gestación son momentos del
desarrollo de un ser de la especie humana. Cada día se aclara más esta idea
en el plano científico. Pero se discute todavía acerca de si cabe hablar de
“individuo humano” desde el momento de la concepción o si hay que esperar hasta
la anidación. Durante los catorce días previos a ésta puede suceder que el
embrión se duplique y dé lugar a dos seres, los llamados gemelos
univitelinos. Hasta tal fecha, por tanto, no se puede tener seguridad de
que estamos ante un solo ser. Como, según la filosofía, para ser persona se
requiere estar “individuado”, separado de todo otro ser, algunos autores
piensan que durante ese período de catorce días no hay seguridad de que lo que
se está gestando en el seno materno constituya en rigor un ser personal. En
consecuencia, eliminar este ser mediante el aborto no ha de ser considerado -a
su juicio- tan grave en el aspecto ético como hacerlo en un período posterior.
Recientemente, la doctora en derecho y
especialista en bioética María Dolores Vila- Coro, bien asesorada por médicos y
genetistas españoles y norteamericanos, mostró en una documentada tesis
doctoral que tal opinión es insostenible. Respecto a quienes opinan que hasta el
día 14 no puede considerarse el embrión como persona humana, escribe:
«Los partidarios de esta teoría sostienen que, si son
características del hombre la individualidad y la unicidad, el embrión que
luego puede desdoblarse en dos individuos por partenogénesis no tiene todavía
unicidad e individualidad definidas, luego no puede considerarse humano». «A
esto se puede oponer que el hecho de que un individuo se vaya a dividir más
adelante en otros dos individuos, que se vaya a duplicar, no obsta para que
antes de dividirse sea un único individuo»
(Cf. El no nacido en el orden jurídico. Tesis Doctoral, Universidad
Complutense, 1990, págs. 24-25; “El comienzo de la vida humana” en Revista
General de Derecho, 44(1988) 5795-5806
Sobre la cuestión de la “individualidad” en el embrión, Vila-Coro
cita el trabajo de J. Gallagher: «Is the human embryo a Person?», del cual
conviene meditar el siguiente párrafo:
«Algunas teorías niegan que el embrión en los primeros
estadios sea persona humana, porque no está todavía individualizado. Este
término no tiene sentido con referencia al estado presente del embrión. Toda
cosa existente está individualizada, es un algo definido e individualizado
(...). El término ´todavía no individualizado´ puede tener sentido en relación
con futuras posibilidades, pero en este caso se podría denominar más
satisfactoriamente ser multipotencial. Un embrión puede ser de dos modos
multi-potencial: 1°) aunque ahora es un embrión, no puede estar determinado si será
uno o más embriones, 2°) algunas células, en particular en los primeros
estadios del embrión, son capaces de desarrollarse en una o distintas
direcciones».
Cuando acontece la “anidación” del
embrión en el útero materno, se comprueba si se trata de un embrión solo o si
el embrión primero, fruto de la unión de la célula femenina (óvulo) y la masculina (espermatozoide), se
desdobló en dos partes idénticas, que darán origen a dos seres humanos gemelos.
De este hecho, algunos autores han deducido que es en la anidación cuando el
zigoto logra su individualidad, no en el momento de la concepción. El catedrático
de Medicina de la Universidad Complutense, Diego Gracia, hace suyos “los argumentos
que aducen genetistas y biólogos para afirmar que la ´unicidad ´ y la unidad
(...) del zigoto no se logran más que con la anidación, es decir, en torno al
día 14»3. Vila-Coro se enfrenta decididamente a esta orientación:
«Tampoco es cierto -escribe- que genetistas y
biólogos afirmen que la “unicidad” y la unidad del zigoto se logren con la anidación,
sino todo lo contrario. La “unicidad” y la “unidad” no se logran con la anidación.
La anidación se produce cuando ha transcurrido ya el período apto para la escisión
o fusión del embrión. Por eso, con la anidación se comprueba la existencia de uno
o más embriones, sin que la anidación tenga nada que ver con el proceso de
fusión o escisión del óvulo fecundado.
También es falso que la anidación sea determinante de lo
humano, como lo demuestra la fecundación “in vitro”» ( Cf. O. cit., p.
74).
A la vista de la investigación actual,
Vila-Coro se adhiere a la posición de Gallagher respecto al punto de comienzo
de la vida humana en cuanto humana:
«... Si en un proceso no hay evidencia de que un nuevo
organismo empiece a existir y si el organismo al final del proceso es una persona
humana, a menos de resultar más originales que razonables debemos concluir que
el organismo del principio del proceso debe haber sido una persona humana» (Cf. O. cit.,
p. 38).
Por esta simple confrontación de textos, se observa que las
tesis sobre las cuales se asienta la defensa del aborto o la mengua de su
gravedad en el período inicial del desarrollo de la vida están muy lejos de ser
aceptadas unánimemente por la investigación actual. Más bien al contrario. ¿Qué
actitud debemos tomar ante esta situación si deseamos proceder con rigor? Obviamente,
no precipitarnos a extraer conclusiones éticas de ciertos datos científicos.
Cuando está en juego el respeto a la vida del ser más desvalido del universo
-el niño no nacido-, la menor sombra de duda acerca de la posibilidad de que un
embrión o un feto tengan una condición humana debe llevarnos en
principio a evitar toda injerencia hostil. No lo entiende así el autor del
texto siguiente:
«La investigación moderna parece haber demostrado la
posibilidad de que un zigoto forme mellizos; asimismo, la posibilidad de que
dos zigotos se unan entre sí para dar lugar a un solo individuo completo. Esta
posibilidad doble puede ocurrir en los catorce primeros días de desarrollo
después de la fecundación. Hasta después de esa fecha, por tanto, no cabe
hablar de una indiscutible individualidad humana del zigoto. La figura moral
del aborto no se realizaría plenamente, pues, sino después de este momento. La
destrucción de la vida antes de haber llegado a este estadio tendría una
significación y tratamiento moral diferentes» (Cf. Varios: La manipulación del hombre, Ed. San
Esteban, Salamanca, 1982, págs. 117-118).
Comienza el texto con un verbo dubitativo («parece») y
culmina con dos verbos en potencial («se realizaría», «tendría»). El autor no
se expresa con seguridad, pero sugiere una idea muy arriesgada. Si ser individuo
y ser persona van unidos, y en los primeros catorce días de
gestación “no cabe hablar de una indiscutible individualidad humana del zigoto,
destruir la vida del feto en ese período de tiempo no puede considerarse como
la anulación de una vida
personal”.
Es cierto que una persona constituye un ser originario, distinto
de los demás, capaz de desarrollarse a base de las virtualidades que alberga en
sí. Esa capacidad y esa distinción son las características propias de los seres
individuales. Toda persona es, por tanto, individuo. Pero la
noción de individuo y la de persona están muy lejos de haber sido clarificadas
debidamente por la filosofía y, mucho menos, por la biología. Resulta demasiado
temerario legitimar el aborto durante los primeros catorce días de gestación
sobre la base de la suposición de que, en ciertos casos, parece no poder
hablarse de individualidad en el zigoto hasta el momento de la anidación.
El autor del artículo antedicho sabe que esta idea se halla bastante difundida
entre la opinión pública y debiera haberla tratado con el rigor que exige.
El proceso de gestación presenta todavía muchos enigmas.
Pero hoy consta de forma inapelable que se trata de un proceso de configuración
de un ser humano, que asombra a los biólogos y médicos por su
contundencia, su rapidez, su flexibilidad, su seguridad, su increíble riqueza
de recursos. Muy ciegos debemos de estar para no ver que un proceso de este
género dista años luz de ser un episodio incidental que uno pueda alterar a su
arbitrio. Aunque alguien piense que posiblemente antes de la anidación no pueda
hablarse de un ser humano «individual» -debido a la posibilidad de que un mismo
óvulo fecundado dé lugar a diversos seres humanos: los gemelos univitelinos-,
no sería riguroso si concluyese que hasta dicho momento el plasma germinal
puede ser objeto de una manipulación letal. Es el futuro de un ser humano
-o de varios- lo que está en juego. De ahí la necesidad de ir siempre sobre
seguro. En caso de duda, siquiera mínima, sobre la condición personal del feto
en una u otra fase de su gestación, lo que procede es ponerse de parte del ser
indefenso. De nuevo se impone la antigua norma del derecho: En caso de duda,
debe favorecerse a la parte cuestionada.
Hacer excepciones, bajo uno u otro
pretexto, a la actitud de respeto incondicional a la vida humana supone un
retroceso abismal en cuanto a la humanización de la sociedad. Pretextos o
razones especiosas es fácil buscarlos, y ensanchar, así, la brecha que supone
toda excepción. Si ésta se hace por el afán de obtener alguna ventaja partidista,
puede reportar algún beneficio inmediato, pero éste se trueca bien pronto en
una pérdida irreparable para todos. Fomentar el aborto para enarbolar la
bandera del progresismo constituye un escarnio, una burla al pueblo. Si un
embarazo plantea en ciertas circunstancias determinados problemas, debe ponerse
en juego la imaginación creadora para darles alcance y resolverlos. Tomar como solución
única la más expeditiva y cruel no revela un grado elevado de creatividad sino
un patente primitivismo en la manera de plantear los problemas básicos de la
vida. Orientar al pueblo por esta vía de tosquedad entraña una imprudencia política
sumamente grave, que no puede menos que delatar, sea cual fuere su posición
moral y religiosa, todo el que conozca un tanto la historia.
No debemos precipitarnos a recurrir al aborto para
solucionar los problemas causados por embarazos indeseados. Antes de tomar esta
medida extrema, violentamente traumática, habrá que movilizar otras medidas.
Con éstas se salva una vida (o más) y se evitan las conmociones psicológicas
que sufre la mujer que aborta.
Es harto lamentable que ciertos centros de planificación
familiar sólo ofrezcan la salida del aborto a las jóvenes que sufren embarazos
no deseados. Muchas han confesado que acudieron a la clínica abortista con
verdadera angustia, y se vieron allí metidas en una especie de rueda dentada
que las llevó rápida y hoscamente al quirófano, iniciando con ello el proceso denominado
“síndrome postaborto”, que las llenó de amargura en los años siguientes.
Es incongruente hablar de “plazos” con
vistas a justificar el aborto durante cierto tiempo del proceso de gestación.
¿Qué sentido tiene autorizar el aborto hasta cierta fecha y prohibirlo después de la misma? En cualquier momento
en que se realice tal práctica violenta se anula un proceso de gestación. Es
cierto que nos impresiona más esa destrucción cuando el feto tiene un tamaño
mayor y una figura más semejante a la de un bebé, pero en cuestiones tan graves
no debemos dejarnos llevar de las “impresiones”, sino de la realidad. Lo real
es que hasta el momento del aborto tenía lugar un proceso de gestación de un
ser humano, y después del aborto ha desaparecido tal proceso.
Esto es lo esencial y decisivo, no si ese cambio aconteció en
tal o cual momento del embarazo. Con razón escribe la Dra. María Dolores
Vila-Coro (directora de la Cátedra de Bioética y Biojurídica de la UNESCO, en
Madrid): “...Una ley de plazos que dejara al albur de la madre la
voluntad de abortar nunca podría ser legítima” (Cf. Diario “LA RAZÓN”, Madrid 12-1-2008, p. 26).
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