Vanos intentos de justificación
“Desde hace años, todos los días vivo angustiado pensando que,
de forma fría y sistemática, en mi país miles de niños mueren abortados”.
Julián Marías
Los partidarios del aborto no
quieren ser tachados de arbitrarios y se esfuerzan por mostrar que la
despenalización de las prácticas abortivas está basada en diversas razones. Un análisis
mínimamente riguroso de las mismas advierte que no están a la altura de la
gravedad del tema tratado. No responden a un estudio serio de la realidad, sino
a un afán estratégico de presentar como “razonable” un procedimiento violento
que suprime de raíz una vida humana en desarrollo.
Los seres humanos solemos buscar
con afán una justificación racional a todo cuanto hacemos, por injustificable
que parezca en principio, a fin de no sentirnos demasiado envilecidos a
nuestros propios ojos. Es comprensible esta tendencia, pero, cuando se trata de
cuestiones muy graves, no tenemos derecho a permitirnos forma alguna de
consuelo que no vaya avalado por un criterio realista. Es la realidad, en
definitiva, quien nos da o nos quita la razón.
Actualmente disponemos de medios
suficientes para llevar a cabo un estudio realista de lo que significa el
aborto, con independencia de toda ideología partidista.
Ø
La
Biología determina con precisión cuándo empieza el proceso de la vida
humana, proceso que sin ruptura cualitativa lleva a la plenitud de la vida
personal.
Ø
La
Metodología Filosófica nos enseña a descubrir los recursos que suelen
movilizarse para manipular la opinión pública. Entre tales recursos estratégicos
figura actualmente el “planteamiento sentimental”. No se plantea el tema del
aborto en toda su envergadura y de modo radical. Se intenta conmover la fibra sentimental
de las gentes, subrayando el carácter penoso que reviste el embarazo en
ciertas condiciones. Se ocultan cuidadosamente los diversos modos posibles de
resolver estas situaciones conflictivas, y se sugiere la conveniencia de
recurrir a la salida más drástica y contundente –el aborto-, sin prestar atención
a las secuelas de diverso orden que puede sufrir la persona a quien
presuntamente se quiere ayudar.
Ø
La
Antropología Filosófica descalifica ciertas afirmaciones que están en la
base de las “argumentaciones”
proabortistas. Afirmar, por ejemplo, que “la mujer tiene un cuerpo y puede
decidir arbitrariamente los procesos que en el mismo tienen lugar” es situarse
fuera de la realidad, porque el ser humano no tiene cuerpo; es corpóreo. Por
fortuna, nuestro cuerpo no es un objeto que pueda ser poseído. Ya el
protagonista de la famosa Historia de un caballo, de León
Tolstoi, subrayaba con razón que los hombres se dejan llevar de su tendencia
posesiva y reducen a meros objetos realidades que están muy por encima
del nivel objetivista. Al decir “tengo mujer, tengo hijos, tengo cuerpo”, en el
mismo plano en que se afirma “tengo dinero, tengo casa, tengo coche...”, el
lenguaje nos traiciona y nos delata.
A la luz de la Antropología, la
Metodología y la Biología, las razones que se están haciendo valer a favor del
aborto a través de los sutiles medios de que dispone la propaganda son del todo
insuficientes. Podría mostrarse fácilmente en pormenor. Pero lo verdaderamente grave
es el hecho de que se busquen razones para justificar la anulación de vidas
humanas.
Tras cometer mil errores y
atropellos, la humanidad había llegado en nuestra época a una situación de
cierta madurez, en la cual se optaba por la vida aunque parecieran existir
razones en contra de la misma. Así, en la mayoría de los países se ha abolido
la pena de muerte y se intenta recuperar a los asesinos para la vida de
sociedad. Ahora, en cambio, ciertos grupos se enfrentan a esta línea de
progreso humanístico y se lanzan a una búsqueda frenética de razones en contra
de la vida naciente.
Un somero examen de este fenómeno
descubre en él una extrema peligrosidad, pues todos los genocidios se han
realizado siempre en virtud de ciertas razones que se suponía poderosas.
Recuérdese cómo, en la película Holocausto, uno de los responsables
directos del sacrificio masivo de millones de personas confesaba haber actuado
con el convencimiento de hacer un bien a la Humanidad. De hecho, tras las
actitudes y actuaciones del nacionalsocialismo se hallaba latente y operante
cierta corriente filosófica, suministradora sin duda de toda clase de “razones”. La historia alberga un
catálogo tan amplio como siniestro de razones para matar. A la altura
histórica en que nos hallamos hoy, debiera ser impensable que alguien siguiera haciendo
depender la vida humana de determinadas “razones”, pues ello constituye un
regreso a estadios primitivos.
Para ponerse a
salvo, algunos promotores del movimiento abortista se están apresurando a
declarar que no son partidarios de este tipo de remedios drásticos, pero se ven
obligados por ciertas razones poderosas. Frente a esta astucia, debe subrayarse
con toda energía que el mero buscar o aceptar razones es ya una renuncia
injustificable a un logro de la humanidad que debiera ser definitivo y, por
tanto, intocable: el respeto incondicional a la vida humana. Es
demasiado peligroso este camino de la autojustificación para iniciarlo
precisamente “por razones humanitarias”, como a veces se dice sarcásticamente.
Antes del recurso al aborto,
existen muchas formas de resolver los problemas que pueda suscitar el
advenimiento de una nueva vida. No aludir a ellas sólo puede responder a una falta
total de imaginación creativa o al afán autoritario de imponer las medidas
abortistas como única salida. Pero querer resolver tales problemas mediante el sacrificio
de un inocente es un procedimiento primitivo, falto de calidad humana.
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