Cuando la opinión
pública sufre un bloqueo acerca de cuestiones decisivas para la vida humana,
debemos pararnos a reflexionar. Hoy nos parece increíble que durante siglos en
los que se desarrolló el pensamiento filosófico, se descubrieron nuevos
continentes, se pusieron las bases de una economía próspera, se deslumbró al
mundo con las creaciones artísticas..., los hombres se hayan esclavizado unos a
otros, y se haya aceptado socialmente tal práctica. Dentro de unos años se dirá
algo semejante del hecho de que en los siglos XX y XXI no hubiera una rebelión
social contra la práctica indiscriminada y masiva del aborto. Cuando los libros
de historia relaten que sólo en Europa fueron sacrificadas a lo largo de 25
años veinte millones de vidas humanas, nuestros descendientes se negarán a
creer que sus ancestros hayan sido protagonistas de semejante atrocidad.
Debemos apresurarnos a salir de este estado de adormecimiento moral. Hoy se piensa, a menudo, que estamos ante algo inevitable. Un partido político despenaliza por ley el aborto cuando se dan tres supuestos: daño físico o psíquico de la madre, malformación del feto, violación. Pasan unos años, llega al poder un partido político que en su día se opuso a esa ley y no sólo no la deroga sino que permite que se cometan, bajo su amparo, toda clase de abusos. Esto indica que no atreve a navegar contra corriente, es decir, contra la opinión generalizada de que los padres tienen poder de anular la vida de sus hijos en ciertas circunstancias, ampliables según las conveniencias de cada uno.
Ciertos abusos escalofriantes sucedidos últimamente y bien documentados conmovieron durante unos días a la opinión pública. Pero tal conmoción no amenguó un ápice las posibilidades destructivas de ciertas “clínicas”, entregadas al vértigo del negocio. Voces aisladas exigieron que se vigile el cumplimiento de la ley, pero apenas hubo quien proclamara abiertamente la necesidad de desterrar la práctica de abortos programados industrialmente. El aborto debería ser, en nuestra sociedad, una práctica del todo excepcional, un recurso extremo reservado a casos muy contados y bien regulados.
Hoy sabemos que esta práctica masiva del aborto no sólo quebranta el derecho básico de multitud de vidas segadas prematuramente; supone la condena de miles y miles de madres a la angustia que implica el llamado “síndrome postaborto”. ¿Cómo es posible que no reaccionen las sociedades, incluso las más avanzadas culturalmente, ante algo que constituye una “catástrofe humana”, término aplicado por un escritor de Europa oriental a las cuantiosísimas pérdidas humanas de la Segunda Guerra Mundial? Una de las causas, perfectamente estudiada, es la trama de razones pseudointelectuales que se ha ido tejiendo día a día para cubrir, como un velo, tan impresentable práctica. Esta trama de sinrazones es la que intentaré ir mostrando, semana a semana, a través de breves análisis que el amable lector podrá compartir y ampliar con su propio talento...
No se trata de análisis políticos sino filosóficos y filológicos, dirigidos a clarificar –del modo
más sencillo posible- el verdadero sentido de cuanto se dice y hace en torno al aborto. Mi finalidad no es atacar a las personas, sino aclarar las ideas, para que los hechos queden patentes ante la vista, sin sofismas que los oculten ni manipulaciones que los tergiversen. Sólo deseo que el lector logre verse confrontado de forma totalmente lúcida con uno de los acontecimientos más cuestionables de nuestra época. Vale la pena dedicarle unos minutos durante unas semanas.
Debemos apresurarnos a salir de este estado de adormecimiento moral. Hoy se piensa, a menudo, que estamos ante algo inevitable. Un partido político despenaliza por ley el aborto cuando se dan tres supuestos: daño físico o psíquico de la madre, malformación del feto, violación. Pasan unos años, llega al poder un partido político que en su día se opuso a esa ley y no sólo no la deroga sino que permite que se cometan, bajo su amparo, toda clase de abusos. Esto indica que no atreve a navegar contra corriente, es decir, contra la opinión generalizada de que los padres tienen poder de anular la vida de sus hijos en ciertas circunstancias, ampliables según las conveniencias de cada uno.
Ciertos abusos escalofriantes sucedidos últimamente y bien documentados conmovieron durante unos días a la opinión pública. Pero tal conmoción no amenguó un ápice las posibilidades destructivas de ciertas “clínicas”, entregadas al vértigo del negocio. Voces aisladas exigieron que se vigile el cumplimiento de la ley, pero apenas hubo quien proclamara abiertamente la necesidad de desterrar la práctica de abortos programados industrialmente. El aborto debería ser, en nuestra sociedad, una práctica del todo excepcional, un recurso extremo reservado a casos muy contados y bien regulados.
Hoy sabemos que esta práctica masiva del aborto no sólo quebranta el derecho básico de multitud de vidas segadas prematuramente; supone la condena de miles y miles de madres a la angustia que implica el llamado “síndrome postaborto”. ¿Cómo es posible que no reaccionen las sociedades, incluso las más avanzadas culturalmente, ante algo que constituye una “catástrofe humana”, término aplicado por un escritor de Europa oriental a las cuantiosísimas pérdidas humanas de la Segunda Guerra Mundial? Una de las causas, perfectamente estudiada, es la trama de razones pseudointelectuales que se ha ido tejiendo día a día para cubrir, como un velo, tan impresentable práctica. Esta trama de sinrazones es la que intentaré ir mostrando, semana a semana, a través de breves análisis que el amable lector podrá compartir y ampliar con su propio talento...
No se trata de análisis políticos sino filosóficos y filológicos, dirigidos a clarificar –del modo
más sencillo posible- el verdadero sentido de cuanto se dice y hace en torno al aborto. Mi finalidad no es atacar a las personas, sino aclarar las ideas, para que los hechos queden patentes ante la vista, sin sofismas que los oculten ni manipulaciones que los tergiversen. Sólo deseo que el lector logre verse confrontado de forma totalmente lúcida con uno de los acontecimientos más cuestionables de nuestra época. Vale la pena dedicarle unos minutos durante unas semanas.
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