«Es además urgentísimo que se renueve en todos, sacerdotes, religiosos y laicos, la conciencia de la absoluta necesidad de la pastoral familiar como parte integrante de la pastoral de la Iglesia, Madre y Maestra. Repito con convencimiento la llamada contenida en la Familiaris consortio: “...cada Iglesia local y, en concreto, cada comunidad parroquial debe tomar una conciencia más viva de la gracia y de la responsabilidad que recibe del Señor, en orden a la promoción de la pastoral familiar. Los planes de pastoral orgánica, a cualquier nivel, no deben prescindir nunca de tomar en consideración la pastoral de la familia” (n. 70).


19 de octubre de 2013

LAS SINRAZONES DEL ABORTO VI

Estrategia movilizada para la defensa del aborto


“Los que defienden el aborto deberían demostrar irrefutablemente que
el feto no es una persona. No tienen que demostrarlo quienes atacan el
aborto, porque ellos respetan al feto, al que ven como un momento del
proceso hacia la vida humana plena. Y eso les basta”. (Robert
Spaemann)

El procedimiento seguido para hacer plausible ante el pueblo la legalización del aborto en ciertos supuestos presentó cuatro fases.

Las cuatro fases para la introducción artera del aborto

1. En la Primera Fase se planteó la cuestión de forma unilateral y melodramática. Se redujo la cuestión del aborto al problema de las jóvenes que sufren un embarazo imprevisto. Para impresionar la fibra sentimental de las gentes, se propalaron cifras escalofriantes de abortos clandestinos realizados en condiciones higiénicas deplorables. Pese a la contradicción palmaria que supone fijar exactamente la cifra de actos clandestinos, esta táctica de «la gran mentira» (Dr. Bernard Nathanson) tuvo un éxito clamoroso en diversos países, y los responsables celebraron jubilosos la ingenuidad del pueblo.

Seguidamente, se enardeció el afán revanchista de las capas populares menos favorecidas económicamente mediante el recurso demagógico de subrayar el drama de las jóvenes incapaces de costear una operación abortista en el extranjero. Este tipo de planteamiento exigía a gritos unas medidas que situasen a todas las mujeres del país en nivel de igualdad respecto a la posibilidad de acudir al aborto para resolver los problemas derivados de embarazos no deseados.

2. La Segunda fase fue destinada a fundamentar la posición abortista sobre bases artificiosas. Para ello se declaró que “la mujer tiene un cuerpo y debe gozar de libertad para disponer de ese cuerpo y de cuanto en él acontezca”. Esta afirmación fue desautorizada desde hace casi un siglo por la investigación filosófica y antropológica más lúcida. Ello no fue obstáculo para que altos dignatarios la hayan movilizado en la tribuna de la televisión y prensa con objeto de otorgar a su tesis abortista ciertos visos de fundamentación intelectual. Algún profesional de la filosofía alzó la voz para delatar la falsedad de tal planteamiento, pero fue puesto fuera de juego mediante la mezcla astuta del recurso de la mofa con el complot del silencio.

Esa reducción del cuerpo humano a objeto poseíble significa un envilecimiento del ser femenino muy peligroso porque abre la puerta a toda serie de abusos manipuladores de la figura de la mujer. De espaldas a todo ello, las feministas se han unido a la corriente proabortista al amparo de un concepto de libertad difuso y prepotente. Era curioso observar, en ciertos debates, con qué hostilidad reaccionaban frente a quienes esgrimían sólidas razones en contra del aborto. Daba la impresión de que se sentían amparadas por el desmadre de la opinión pública que se produce cuando los manipuladores manejan hábilmente los términos talismán.

3. Una vez expuesta y fundamentada su tesis abortista de esta forma banal y astuta, el manipulador procuró revestirla con expresiones amables que pudieran velar la violencia que encierra. Fue la tarea de la Fase Tercera. El atropello cruento que implica el aborto fue denominado dulcemente “interrupción voluntaria del embarazo”. Interrupción es un término de la vida cotidiana que carece de sentido peyorativo. Parece completamente neutro en cuanto a valores. Al pronunciarlo, no se alude ni levemente a la anulación definitiva de un proceso vital que en breve hubiera dado lugar a uno o más seres humanos. Se usa un verbo que sugiere una acción accidental y pasajera: interrumpir. Pero se va más allá en la tarea de edulcorar el trauma del aborto. La pequeña parte negativa que pueda implicar el verbo interrumpir queda neutralizada al añadir el adjetivo “voluntaria”, que implica libertad. Al emparejarse con este término talismán, el vocablo “interrupción” queda a salvo de cualquier reproche de tipo moral, ya que, para la mayoría, la ética toma como canon de autenticidad el valor incuestionable de los términos talismán de cada momento.

Este trastrueque del lenguaje tiene un poder insospechado para trasmutar el sentido profundo de los actos humanos. Sólo así se comprende que ciertos países en los cuales se considera incivil a quien arroja un papel al suelo o asusta a una ardilla dediquen hospitales espléndidos a anular procesos de gestación desbordantes de virtualidades asombrosas, y no se sientan rebajados ni un ápice en su alta cota de civismo. ¿Cómo es posible esta incongruencia? Sencillamente, movilizando tácticas que empobrecen al hombre y lo rebajan de rango. Toda sociedad que se orienta hacia el ideal del dominio tiende a restar importancia a los seres indefensos y desvalidos. Si uno de ellos plantea algún problema, es reducido fácilmente a “mero obstáculo en el camino”, obstáculo que la persona afectada puede legítimamente desplazar. En este nivel infrapersonal cabe considerar el aborto como una mera interrupción de un proceso.

Por si estos trastrueques ilusionistas de valores no resultan convincentes, suele reducirse la expresión “interrupción voluntaria del embarazo” a las siglas I.V.E. para darle un frío carácter técnico. Según confesión del Dr. Nathanson, testigo bien cualificado a este respecto, los médicos abortistas norteamericanos, cuando extraen las diversas partes del feto, rehuyen llamar cabeza a la parte más noble. Aluden a ella con la expresión “number one” (número uno). Esta serie de reduccionismos deja franca la vía para realizar un acto violentísimo sin sentirse envilecidos.

Ocho mil jóvenes congresistas, al contemplar las primeras escenas de un aborto real, reproducido en vídeo, prorrumpieron en un «Oooh» estremecido que llenó de estupor la inmensa sala. Su comentario, al final, era unánime: «Nunca creímos que el aborto fuera eso». Pues «eso» es denominado limpiamente “interrupción voluntaria del embarazo”, y es realizado en hospitales ultramodernos en nombre del progreso. Tan chirriante contradicción sólo es posible entre gentes civilizadas que ven amenguada su cultura debido a la distorsión mental y lingüística que operan las tácticas manipuladoras.

Es temible la falta de precisión intelectual a que se llega cuando no se sabe pensar con rigor y se sufre el influjo de los profesionales de la confusión que son los demagogos. En un diario de amplia difusión, alguien ha llegado a proclamar que el feto no constituye un ser personal pues la persona se define por la capacidad de asumir responsabilidades, abrirse al entorno y crear vínculos... Confunde, sin la menor vacilación, lo que Xavier Zubiri entendía por “personeidad” y “personalidad”. La personeidad se recibe en el momento de la concepción. La personalidad se adquiere a lo largo de la vida.

¿Cómo es posible que personas dedicadas al cultivo de la vida intelectual cometan estos errores y no se detengan ante el abismo que supone la aceptación del aborto? Digo abismo porque incluso quienes lo defienden como una salida de urgencia a ciertos problemas deben reconocer, en virtud de un sano juicio, que se trata de una medida extremadamente traumática. Tales errores son posibles debido a la confusión que produce sobre las mentes el planteamiento parcial y sentimentaloide de este asunto. Se nos dice que debemos otorgar libertad a las mujeres respecto a los hijos no deseados y que tal concesión supone una actitud progresista. Por su condición de “talismán”, los términos progreso y libertad se abalanzan hacia el primer plano de la atención y ensombrecen las consideraciones que puedan y deban hacerse sobre el verdadero significado del aborto. Una palabra talismán produce un encandilamiento tal que rodea de un halo de prestigio un suceso que de por sí no causa sino horror. Es el trueque de la manipulación.

Otro recurso táctico para revestir de cierta dignidad el acto abortista es situar toda medida contraria a la creación de nueva vida bajo la capa protectora de algo tan difuso como es la llamada “planificación familiar”. Existen, a veces, dificultades reales que hacen recomendable espaciar los nacimientos o, incluso, evitarlos. Pero no es menos cierto que el clima actual de hedonismo y ambición convierte, a menudo, en dificultad insalvable lo que en otros tiempos se consideraba como una simple invitación al sacrificio, la entrega y la dedicación.

4. Esta presentación unilateral, sentimentaloide, belicosa y edulcorada del problema abortista parece exigir una propuesta drástica de medidas y soluciones. Éstas son proclamadas como algo ineludible en la Cuarta fase, que se centra en esta afirmación: el espíritu de justicia exige situar a todas las mujeres en nivel de igualdad, y para ello es necesario poner a su alcance, en su país, los medios legales adecuados para interrumpir los embarazos no deseados o problemáticos.

Mediante este razonamiento precipitado e impreciso se intentó justificar en diversos países la introducción de una ley despenalizadora del aborto, al menos en tres casos. (Bien sabido que el mismo método de ilusionismo mental permitirá al demagogo más tarde ampliar a voluntad dichos casos.) Esta ley se promulgó en atención a los derechos de la madre. No se mentaron apenas los derechos del hijo, principal protagonista, ni los del padre. Toda la compleja diversidad de problemas que implica el aborto quedó reducida a una cuestión jurídica: la mujer debe tener libertad para abortar, al menos en tres circunstancias.

La introducción de la palabra libertad permitió a los demagogos amparar la tesis abortista con el prestigio de diversos términos talismán. Conceder esta libertad es hoy día lo moderno, lo actual, lo progresista, lo avanzado, porque se trata de una conquista social lograda tras una ardua lucha. En un debate televisivo sobre el aborto, una feminista, abogado, defensora a ultranza de la ley abortista, basó su argumentación en la fuerza fascinadora de tales palabras. Resultó cómico a quienes estaban al corriente de las tácticas manipuladoras, pero su efecto resultó corrosivo para multitud de personas ajenas a este tipo de conocimientos.

La táctica de la precipitación

Fieles a su táctica de precipitar las cosas, los demagogos no se ocupan de buscar soluciones alternativas al aborto que no lesionen derecho alguno sino que incluso puedan llevar la felicidad a muchos hogares, como es el procedimiento de la adopción. No reparan tampoco en la posibilidad de conseguir que las jóvenes afectadas por un embarazo no deseado afronten la situación y den madurez a su personalidad.

Para llevar adelante sus planes sin producir conmociones sociales, se apoyaron en una tendencia del pueblo: la de solucionar los problemas con remedios tajantes, rápidos y fácilmente manejables. Tales condiciones se dan en las técnicas del aborto. Claro está que, en la realización del aborto, surgen más dificultades de las previstas, pero en principio el aborto se presenta como un recurso que se tiene a mano en cualquier momento para solucionar drásticamente una situación embarazosa.

Todo el que analice sin prejuicios ni intereses partidistas la cuestión del aborto ve lúcidamente, sin el menor esfuerzo, que la práctica abortista debería ser aceptada por sus partidarios como último recurso, tras discutir largamente otras posibilidades. Este largo estudio no se ha realizado. Los partidarios de la ley despenalizadora del aborto se lanzaron desde el principio a una sola tarea: montar una táctica de desinformación que permita “desdramatizar” este asunto, evitar el envilecimiento que supone participar en un acto de violencia y dar una justificación racional a dicha actividad.

Estos tres cometidos los han cumplido a través de las cuatro fases antedichas. En efecto, las gentes afectadas por la presentación sentimental del problema (fase 1ª), y serenadas al oír que el cuerpo humano es un objeto susceptible de dominio, posesión y libre disposición (fase 2ª) y que el aborto se reduce a la mera interrupción de un proceso que debe ser regido por las leyes de la planificación familiar (fase 3ª), están dispuestas a demoler sus barreras intelectuales y morales, retirar sus escrúpulos de conciencia y aceptar como un mal menor la solución del aborto (fase 4ª).

Si uno tiene cierta agilidad mental, descubre rápidamente 1) que el planteamiento
sentimental-melodramático del tema del aborto fue puramente táctico, y 2) que el verdadero propósito de la ley abortista no consiste tanto en resolver problemas humanos perentorios cuanto en lograr a medio plazo una transformación radical de la actitud ética de las gentes. Esta interpretación se vio confirmada patentemente, tras la promulgación de la ley abortista, por la negativa de los partidarios de la misma a prestar ayuda a las jóvenes que sufren las consecuencias de un embarazo no deseado y no aceptan el recurso extremo del aborto.

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