“Los que defienden el aborto deberían demostrar irrefutablemente que
el feto no es una persona. No tienen que demostrarlo quienes atacan el
aborto, porque ellos respetan al feto, al que ven como un momento del
proceso hacia la vida humana plena. Y eso les basta”. (Robert
Spaemann)
El procedimiento seguido para
hacer plausible ante el pueblo la legalización del aborto en ciertos supuestos
presentó cuatro fases.
Las cuatro fases para la
introducción artera del aborto
1.
En la Primera Fase se planteó la cuestión de forma unilateral y melodramática.
Se redujo la cuestión del aborto al problema de las jóvenes que sufren un
embarazo imprevisto. Para impresionar la fibra sentimental de las gentes, se
propalaron cifras escalofriantes de abortos clandestinos realizados en
condiciones higiénicas deplorables. Pese a la contradicción palmaria que supone
fijar exactamente la cifra de actos clandestinos, esta táctica de
«la gran mentira» (Dr. Bernard Nathanson) tuvo un éxito clamoroso en diversos
países, y los responsables celebraron jubilosos la ingenuidad del pueblo.
Seguidamente,
se enardeció el afán revanchista de las capas populares menos favorecidas
económicamente mediante el recurso demagógico de subrayar el drama de las jóvenes
incapaces de costear una operación abortista en el extranjero. Este tipo de
planteamiento exigía a gritos unas medidas que situasen a todas las mujeres
del país en nivel de igualdad respecto a la posibilidad de acudir al
aborto para resolver los problemas derivados de embarazos no deseados.
2.
La Segunda fase fue destinada a fundamentar la posición abortista sobre
bases artificiosas. Para ello se declaró que “la mujer tiene un cuerpo y debe
gozar de libertad para disponer de ese
cuerpo y de cuanto en él acontezca”. Esta afirmación fue desautorizada desde
hace casi un siglo por la investigación filosófica y antropológica más
lúcida. Ello no fue obstáculo
para
que altos dignatarios la hayan movilizado en la tribuna de la televisión y
prensa con objeto
de otorgar a su tesis abortista ciertos visos de fundamentación intelectual.
Algún profesional
de la filosofía alzó la voz para delatar la falsedad de tal planteamiento, pero
fue puesto
fuera de juego mediante la mezcla astuta del recurso de la mofa con el complot
del silencio.
Esa
reducción del cuerpo humano a objeto poseíble significa un
envilecimiento del ser femenino muy peligroso porque abre la puerta a toda serie
de abusos manipuladores de la figura de la mujer. De espaldas a todo ello, las
feministas se han unido a la corriente proabortista al amparo de un concepto de
libertad difuso y prepotente. Era curioso observar, en ciertos debates, con qué
hostilidad reaccionaban frente a quienes esgrimían sólidas razones en contra
del aborto. Daba la impresión de que se sentían amparadas por el desmadre de la
opinión pública que se produce cuando los manipuladores manejan hábilmente los
términos talismán.
3.
Una vez expuesta y fundamentada su tesis abortista de esta forma banal y
astuta, el manipulador procuró revestirla con expresiones amables que pudieran
velar la violencia que encierra. Fue la tarea de la Fase Tercera. El atropello
cruento que implica el aborto fue denominado dulcemente “interrupción
voluntaria del embarazo”. Interrupción es un término de la vida cotidiana que
carece de sentido peyorativo. Parece completamente neutro en cuanto a valores.
Al pronunciarlo, no se alude ni levemente a la anulación definitiva de un
proceso vital que en breve hubiera dado lugar a uno o más seres humanos. Se usa
un verbo que sugiere una acción accidental y pasajera: interrumpir. Pero se va
más allá en la tarea de edulcorar el trauma del aborto. La pequeña parte
negativa que pueda implicar el verbo interrumpir queda neutralizada al añadir
el adjetivo “voluntaria”, que implica libertad. Al emparejarse con este término
talismán, el vocablo “interrupción” queda a salvo de cualquier reproche de tipo
moral, ya que, para la mayoría, la ética toma como canon de autenticidad el
valor incuestionable de los términos talismán de cada momento.
Este
trastrueque del lenguaje tiene un poder insospechado para trasmutar el sentido profundo
de los actos humanos. Sólo así se comprende que ciertos países en los cuales se
considera incivil a quien arroja un papel al suelo o asusta a una ardilla
dediquen hospitales espléndidos a anular procesos de gestación desbordantes de
virtualidades asombrosas, y no se sientan rebajados ni un ápice en su alta cota
de civismo. ¿Cómo es posible esta incongruencia? Sencillamente, movilizando
tácticas que empobrecen al hombre y lo rebajan de rango. Toda sociedad que se
orienta hacia el ideal del dominio tiende a restar importancia a los seres
indefensos y desvalidos. Si uno de ellos plantea algún problema, es reducido
fácilmente a “mero obstáculo en el camino”, obstáculo que la persona afectada puede
legítimamente desplazar. En este nivel infrapersonal cabe considerar el aborto
como una mera interrupción de un proceso.
Por
si estos trastrueques ilusionistas de valores no resultan convincentes, suele reducirse
la expresión “interrupción voluntaria del embarazo” a las siglas I.V.E. para
darle un frío carácter técnico. Según confesión del Dr. Nathanson, testigo bien
cualificado a este respecto, los médicos abortistas norteamericanos, cuando extraen
las diversas partes del feto, rehuyen llamar cabeza a la parte más noble.
Aluden a ella con la expresión “number one” (número uno). Esta serie de
reduccionismos deja franca la vía para realizar un acto violentísimo sin
sentirse envilecidos.
Ocho
mil jóvenes congresistas, al contemplar las primeras escenas de un aborto real,
reproducido en vídeo, prorrumpieron en un «Oooh» estremecido que llenó de
estupor la inmensa sala. Su comentario, al final, era unánime: «Nunca creímos
que el aborto fuera eso». Pues «eso» es denominado limpiamente “interrupción
voluntaria del embarazo”, y es realizado en hospitales ultramodernos en nombre
del progreso. Tan chirriante contradicción sólo es posible entre gentes
civilizadas que ven amenguada su cultura debido a la distorsión mental y
lingüística que operan las tácticas manipuladoras.
Es
temible la falta de precisión intelectual a que se llega cuando no se sabe
pensar con rigor y se sufre el influjo de los profesionales de la confusión que
son los demagogos. En un diario de amplia difusión, alguien ha llegado a
proclamar que el feto no constituye un ser personal pues la persona se define
por la capacidad de asumir responsabilidades, abrirse al entorno y crear
vínculos... Confunde, sin la menor vacilación, lo que Xavier Zubiri entendía
por “personeidad” y “personalidad”. La personeidad se recibe en el momento de la
concepción. La personalidad se adquiere a lo largo de la vida.
¿Cómo
es posible que personas dedicadas al cultivo de la vida intelectual cometan estos
errores y no se detengan ante el abismo que supone la aceptación del aborto?
Digo abismo porque incluso quienes lo defienden como una salida de urgencia a
ciertos problemas deben reconocer, en virtud de un sano juicio, que se trata de
una medida extremadamente traumática. Tales errores son posibles debido a la
confusión que produce sobre las mentes el planteamiento parcial y
sentimentaloide de este asunto. Se nos dice que debemos otorgar libertad a las
mujeres respecto a los hijos no deseados y que tal concesión supone una actitud
progresista. Por su condición de “talismán”, los términos progreso y libertad
se abalanzan hacia el primer plano de la atención y ensombrecen las consideraciones
que puedan y deban hacerse sobre el verdadero significado del aborto. Una palabra
talismán produce un encandilamiento tal que rodea de un halo de prestigio un suceso
que de por sí no causa sino horror. Es el trueque de la manipulación.
Otro
recurso táctico para revestir de cierta dignidad el acto abortista es situar
toda medida contraria a la creación de nueva vida bajo la capa protectora de
algo tan difuso como es la llamada “planificación familiar”. Existen, a veces,
dificultades reales que hacen recomendable espaciar los nacimientos o, incluso,
evitarlos. Pero no es menos cierto que el clima actual de hedonismo y ambición
convierte, a menudo, en dificultad insalvable lo que en otros tiempos se
consideraba como una simple invitación al sacrificio, la entrega y la dedicación.
4. Esta presentación
unilateral, sentimentaloide, belicosa y edulcorada del problema abortista parece
exigir una propuesta drástica de medidas y soluciones. Éstas son proclamadas
como algo ineludible en la Cuarta fase, que se centra en esta
afirmación: el espíritu de justicia exige situar a todas las mujeres
en nivel de igualdad, y para ello es necesario poner a su alcance, en su
país, los medios legales adecuados para interrumpir los embarazos no deseados
o problemáticos.
Mediante
este razonamiento precipitado e impreciso se intentó justificar en diversos países
la introducción de una ley despenalizadora del aborto, al menos en tres casos.
(Bien sabido que el mismo método de ilusionismo mental permitirá al demagogo
más tarde ampliar a voluntad dichos casos.) Esta ley se promulgó en atención a
los derechos de la madre. No se mentaron apenas los derechos del hijo, principal
protagonista, ni los del padre. Toda la compleja diversidad de problemas que
implica el aborto quedó reducida a una cuestión jurídica: la mujer debe tener
libertad para abortar, al menos en tres circunstancias.
La
introducción de la palabra libertad permitió a los demagogos amparar la tesis abortista
con el prestigio de diversos términos talismán. Conceder esta libertad es hoy
día lo moderno, lo actual, lo progresista, lo avanzado, porque se trata de una
conquista social lograda tras una ardua lucha. En un debate televisivo sobre el
aborto, una feminista, abogado, defensora a ultranza de la ley abortista, basó su
argumentación en la fuerza fascinadora de tales palabras. Resultó cómico a
quienes estaban al corriente de las tácticas manipuladoras, pero su efecto
resultó corrosivo para multitud de personas ajenas a este tipo de
conocimientos.
La
táctica de la precipitación
Fieles
a su táctica de precipitar las cosas, los demagogos no se ocupan de buscar soluciones
alternativas al aborto que no lesionen derecho alguno sino que incluso puedan
llevar la felicidad a muchos hogares, como es el procedimiento de la adopción.
No reparan tampoco en la posibilidad de conseguir que las jóvenes afectadas
por un embarazo no deseado afronten la situación y den madurez a su
personalidad.
Para
llevar adelante sus planes sin producir conmociones sociales, se apoyaron en
una tendencia del pueblo: la de solucionar los problemas con remedios tajantes,
rápidos y fácilmente manejables. Tales condiciones se dan en las técnicas del
aborto. Claro está que, en la realización del aborto, surgen más dificultades
de las previstas, pero en principio el aborto se presenta como un recurso que
se tiene a mano en cualquier momento para solucionar drásticamente una
situación embarazosa.
Todo
el que analice sin prejuicios ni intereses partidistas la cuestión del aborto
ve lúcidamente, sin el menor esfuerzo, que la práctica abortista debería ser
aceptada por sus partidarios como último recurso, tras discutir largamente
otras posibilidades. Este largo estudio no se ha realizado. Los partidarios de
la ley despenalizadora del aborto se lanzaron desde el principio a una sola
tarea: montar una táctica de desinformación que permita “desdramatizar” este
asunto, evitar el envilecimiento que supone participar en un acto de violencia
y dar una justificación racional a dicha actividad.
Estos
tres cometidos los han cumplido a través de las cuatro fases antedichas. En efecto,
las gentes afectadas por la presentación sentimental del problema (fase 1ª), y
serenadas al oír que el cuerpo humano es un objeto susceptible de dominio,
posesión y libre disposición (fase 2ª) y que el aborto se reduce a la mera
interrupción de un proceso que debe ser regido por las leyes de la
planificación familiar (fase 3ª), están dispuestas a demoler sus barreras intelectuales
y morales, retirar sus escrúpulos de conciencia y aceptar como un mal menor la solución
del aborto (fase 4ª).
Si
uno tiene cierta agilidad mental, descubre rápidamente 1) que el planteamiento
sentimental-melodramático
del tema del aborto fue puramente táctico, y 2) que el verdadero propósito de
la ley abortista no consiste tanto en resolver problemas humanos perentorios cuanto
en lograr a medio plazo una transformación radical de la actitud ética de las
gentes. Esta interpretación se vio confirmada patentemente, tras la
promulgación de la ley abortista, por la negativa de los partidarios de la
misma a prestar ayuda a las jóvenes que sufren las consecuencias de un embarazo
no deseado y no aceptan el recurso extremo del aborto.
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