El
Santo Padre a la hora de la oración mariana de este primer Ángelus del verano
de 2014, quiso destacar el significado de la celebración del Corpus Christi.
“Cada vez que participamos en la Misa y nos alimentamos con el Cuerpo de
Cristo, la presencia de Jesús y del Espíritu Santo obra en nosotros, hace madurar
en nosotros un estilo de vida cristiano”. "La caridad de Cristo, recibida
con el corazón abierto, -dijo- nos cambia, nos transforma, nos hace capaces de
amar, no a nivel humano, siempre limitado, sino de acuerdo a la medida de Dios,
es decir, sin medida”. “Porque no se puede medir el amor de Dios: ¡es sin
medida!”. “Y siguiendo a Jesús, nosotros -con la Eucaristía- hacemos de nuestra
vida un don”.
Palabras del Papa Francisco antes de la oración del Ángelus:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días: en Italia y en muchos otros
países se celebra este domingo la fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo -se
utiliza a menudo el nombre latino: Corpus Domini, o Corpus Christi. La
comunidad eclesial se reúne en torno a la Eucaristía para adorar el tesoro más
precioso que Jesús le ha dejado.
El Evangelio de Juan presenta el discurso sobre el "pan de
vida", impartido por Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm, en la que afirmó:
"Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá
eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo”. (Jn
06:51). Jesús señala que no vino a este mundo para dar algo, sino para darse a
sí mismo, para dar su vida como alimento para los que tienen fe en Él. Esta
comunión nuestra con el Señor nos compromete a nosotros, sus discípulos, a
imitarlo, haciendo de nuestra existencia, de nuestros comportamientos, pan
partido para los demás, como el Maestro partió el pan que es realmente su
carne. Para nosotros, en cambio, son los comportamientos generosos con el
prójimo que demuestran la postura de partir la vida por los demás.
Cada vez que participamos en la Misa y nos alimentamos con el Cuerpo de
Cristo, la presencia de Jesús y del Espíritu Santo obra en nosotros, da forma a
nuestro corazón, nos comunica actitudes internas que se traducen en
comportamientos de acuerdo con el Evangelio. En primer lugar, la docilidad a la
Palabra de Dios, después la hermandad entre nosotros, el valor del testimonio
cristiano, la fantasía de la caridad, la capacidad de dar esperanza a los
desesperados, de acoger a los excluidos. De este modo, la Eucaristía hace
madurar en nosotros un estilo de vida cristiano. La caridad de Cristo, recibida
con el corazón abierto, nos cambia, nos transforma, nos hace capaces de amar,
no a nivel humano, siempre limitado, sino de acuerdo a la medida de Dios, es
decir, sin medida.
¿Y cuál es la medida de Dios? ¡Sin medida! La medida de Dios es sin
medida. ¡Todo! ¡Todo! ¡Todo! No se puede medir el amor de Dios: ¡es sin medida!
Y entonces llegamos a ser capaces de amar incluso a los que no nos aman, y esto
no es fácil, ¿eh? Amar a quienes no nos ama... ¡No es fácil! Porque si sabemos
que una persona no nos quiere, también tenemos nosotros el deseo de no
quererla. Pues no. ¡Hemos de amar incluso a los que no nos aman! Oponernos al
mal con el bien, a perdonar, a compartir, a acoger a los demás. Gracias a Jesús
y su Espíritu, también nuestra vida se convierte en "pan partido"
para nuestros hermanos. ¡Y viviendo así, descubrimos la verdadera alegría! La
alegría de convertirse en don, de devolver el gran don que recibimos por
primera vez, sin nuestro mérito.
Es hermoso esto: ¡nuestra vida se convierte en don! Esto es imitar a
Jesús. Yo quisiera recordar estas dos cosas. En primer lugar, la medida del
amor de Dios es amar sin medida. ¿Está claro esto? Y nuestra vida, con el amor
de Jesús, recibiendo la Eucaristía, se hace don. Tal como fue la vida de Jesús.
No olviden estas dos cosas: la medida del amor de Dios es amar sin medida. Y
siguiendo a Jesús, nosotros -con la Eucaristía- hacemos de nuestra vida un don.
Jesús, el Pan de vida eterna, bajó del cielo y se hizo carne gracias a la
fe de María Santísima. Después de haberlo llevado con Ella, con amor inefable,
lo siguió fielmente hasta la Cruz y la Resurrección. Pidamos a la Virgen que
nos ayude a redescubrir la belleza de la Eucaristía, para que sea el centro de
nuestra vida, especialmente en la Misa dominical y en la adoración.
Después del rezo Marianao del Ángelus el Santo Padre dedicó saludos a
fieles de diferentes partes del mundo e hizo un llamamiento contra la tortura
Queridos hermanos y hermanas:
El 26 de junio próximo se celebrará el Día de las Naciones Unidas por las
Víctimas de la Tortura. En esta circunstancia reitero la firme condena de cada
forma de tortura e invito a los cristianos a comprometerse para cooperar a su
abolición y apoyar a las víctimas y sus familias. ¡Torturar a las personas es
un pecado mortal! ¡Un pecado muy grave!
Extiendo mi saludo a todos ustedes, ¡romanos y peregrinos!
En particular, saludo a los estudiantes de la Escuela Oratorio de
Londres, a los fieles de la diócesis de Como y las de Ormea (Cuneo), el
"Coro de la Alegría" de Matera, la asociación "El Arca" de
Borgomanero y los niños de Massafra. Saludo también a los chicos de la Escuela
"Canova" de Treviso, el grupo de ciclismo de San Pedro en Gu, de
Padua, y la iniciativa "Vivir como un campeón", que inspirándose en
San Juan Pablo II dirigió por Italia un mensaje de solidaridad.
Les deseo a todos un buen domingo y una buen almuerzo. Recen por mí,
recen y ¡hasta la vista! (Radio Vaticano)
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