Dios, Padre providente que no nos hace faltar "el pan de cada día", ¡si nosotros sabemos compartirlo con los hermanos!
(RV). Refiriéndose
al Evangelio del décimo octavo domingo que muestra a Jesús que se retiró con
sus discípulos a un lugar aislado, pero la gente lo buscó y lo encontró.
Entonces, Jesús sintió compasión y curó a los enfermos, el Obispo de Roma
reflexionó con los peregrinos llegados a la plaza del Santuario de san Pedro.
Dijo que frente a la multitud que no lo deja en paz, “Jesús no reacciona con
irritación sino que siente compasión, porque sabe que no lo buscan por
curiosidad sino por necesidad”. Y explicó que: “Jesús nos enseña a anteponer
las necesidades de los pobres a las nuestras. Nuestras exigencias, aunque sean
legítimas, no serán jamás así tan urgentes como aquellas de los pobres que no
tienen lo necesario para vivir”.
En este evangelio, los discípulos preocupados por la hora, le sugieren despedir a la gente para que pudieran ir al pueblo a comprarse comida. Pero Jesús responde: “Denles de comer ustedes mismos” (Mt. 14,16). Y haciéndose llevar los únicos cinco panes y dos peces que había, los bendijo, inició a partirlos y a darlos a los discípulos para que los distribuyeran a la gente. Todos comieron hasta saciarse y ¡sobró!
El Papa expresó que frente a la gente cansada y hambrienta “los discípulos razonan según la mentalidad del mundo, para el que cada uno debe pensar en sí mismo; mientras que Jesús razona según la lógica de Dios, que es aquella de compartir”, y agregó: “Si hubieran despedido a la multitud, tantas personas se hubieran quedado sin comer. Mientras que con pocos panes y pescados compartidos y bendecidos por Dios bastaron para todos”.
Pero “ ¡atención!, no es una magia sino un signo –aclaró Francisco. Un signo que invita a tener fe en Dios, Padre providente que no nos hace faltar 'el pan de cada día', ¡si nosotros sabemos compartirlo con los hermanos!” Y manifestó que en tercer lugar, el prodigio de los panes preanuncia la Eucaristía, afirmando que “en la Eucaristía Jesús no nos da pan, sino El pan de la Vida eterna, se dona a Sí mismo, ofreciéndose al Padre por amor nuestro”.
El Sucesor de Pedro concluyó sintetizando su reflexión y pidiendo que la Virgen María nos acompañe: “Compasión, compartir, Eucaristía –dijo. Este es el camino que Jesús nos indica en este Evangelio. Un camino que nos lleva a afrontar con fraternidad las necesidades de este mundo, pero que nos conduce más allá del mundo, porque parte de Dios Padre y regresa a Él. La Virgen María, Madre de la divina Providencia, nos acompañe en este camino.”
Texto completo de las palabras del Papa durante el rezo del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Este domingo, el Evangelio nos presenta el milagro de la multiplicación de los panes y los pescados (Mt 14,13-21). Jesús lo realizó a lo largo del Mar de Galilea, en un lugar aislado donde se había retirado con sus discípulos después de enterarse de la muerte de Juan el Bautista. Pero, muchas personas los siguieron y los alcanzaron; y Jesús, al verlos, sintió compasión y curó a los enfermos hasta la noche. Entonces los discípulos, preocupados por la hora tardía, le sugirieron despedir a la muchedumbre para que ella pudiese ir a las ciudades a comprarse lo necesario para comer. Pero Jesús, tranquilamente, les respondió: «Denles de comer ustedes mismos» (Mt 14,16); y haciéndose traer cinco panes y dos pescados, los bendijo, y comenzó a partirlos y darlos a los discípulos, quienes los distribuían a la gente. Todos comieron hasta saciarse e incluso, ¡sobró!
En este hecho podemos captar tres mensajes. El primero es la compasión. Frente a la multitud que lo busca y - por así decirlo – “no lo deja en paz”, Jesús no reacciona con irritación. No dice “esta gente me da fastidio”. No, no. Reacciona con un sentimiento de compasión, porque sabe que no lo buscan por curiosidad, sino por necesidad. Pero estemos atentos: compasión, lo que siente Jesús, no es simplemente sentir piedad. ¡Es más! Significa “padecer con”, es decir, compenetrarse en el sufrimiento del otro, al punto de tomarlo sobre sí. Así es Jesús, sufre junto a nosotros, sufre con nosotros, sufre por nosotros. Y el signo de esta compasión son las muchas sanaciones que realizó. Jesús nos enseña a anteponer las necesidades de los pobres a las nuestras. Nuestras exigencias, aunque legítimas, nunca serán tan urgentes como las de los pobres, que carecen de lo necesario para vivir. Nosotros hablamos seguido de los pobres, pero cuando hablamos de los pobres, ¿oímos que aquel hombre, aquella mujer, aquellos niños no tienen lo necesario para vivir? ¿Que no tienen para comer, no tienen para vestirse, no tienen la posibilidad de medicinas? También los niños que no tienen la posibilidad de ir a la escuela… Y por eso, nuestras exigencias - aún legítimas - no serán jamás tan urgentes como aquellas de los pobres, que no tienen lo necesario para vivir.
El segundo mensaje es el compartir. El primero es la compasión, aquello que sentía Jesús, con el compartir. Es útil comparar la reacción de los discípulos frente a la gente cansada y hambrienta, con la de Jesús. Son diferentes. Los discípulos piensan que es mejor despedirse de ellos, para que puedan ir a buscarse la comida. En cambio, Jesús dice: denles de comer ustedes mismos. Dos reacciones diferentes, que reflejan dos lógicas opuestas: los discípulos razonan de acuerdo con el mundo, por lo que cada uno debe pensar en sí mismo; reaccionan como si dijeran: “arréglenselas solos”. Jesús razona en cambio de acuerdo a la lógica de Dios, que es aquella del compartir. ¡Cuántas veces nosotros nos damos vuelta hacia otro lado con tal de no ver a los hermanos necesitados! Y esto, mirar hacia otro lado, es un modo educado de decir con guantes blancos: “arréglenselas solos”. Y esto no es de Jesús: esto es egoísmo. Si Él hubiera despedido a la gente, muchas personas se habrían quedado sin comer. En cambio, aquellos pocos panes y pescados, compartidos y bendecidos por Dios, fueron suficientes para todos. Y atención ¿eh?: no es una magia, ¡es un “signo”! Un signo que invita a tener fe en Dios, el Padre providente, que no nos hace faltar “el pan nuestro de cada día”, si nosotros sabemos compartirlo como hermanos.
En este evangelio, los discípulos preocupados por la hora, le sugieren despedir a la gente para que pudieran ir al pueblo a comprarse comida. Pero Jesús responde: “Denles de comer ustedes mismos” (Mt. 14,16). Y haciéndose llevar los únicos cinco panes y dos peces que había, los bendijo, inició a partirlos y a darlos a los discípulos para que los distribuyeran a la gente. Todos comieron hasta saciarse y ¡sobró!
El Papa expresó que frente a la gente cansada y hambrienta “los discípulos razonan según la mentalidad del mundo, para el que cada uno debe pensar en sí mismo; mientras que Jesús razona según la lógica de Dios, que es aquella de compartir”, y agregó: “Si hubieran despedido a la multitud, tantas personas se hubieran quedado sin comer. Mientras que con pocos panes y pescados compartidos y bendecidos por Dios bastaron para todos”.
Pero “ ¡atención!, no es una magia sino un signo –aclaró Francisco. Un signo que invita a tener fe en Dios, Padre providente que no nos hace faltar 'el pan de cada día', ¡si nosotros sabemos compartirlo con los hermanos!” Y manifestó que en tercer lugar, el prodigio de los panes preanuncia la Eucaristía, afirmando que “en la Eucaristía Jesús no nos da pan, sino El pan de la Vida eterna, se dona a Sí mismo, ofreciéndose al Padre por amor nuestro”.
El Sucesor de Pedro concluyó sintetizando su reflexión y pidiendo que la Virgen María nos acompañe: “Compasión, compartir, Eucaristía –dijo. Este es el camino que Jesús nos indica en este Evangelio. Un camino que nos lleva a afrontar con fraternidad las necesidades de este mundo, pero que nos conduce más allá del mundo, porque parte de Dios Padre y regresa a Él. La Virgen María, Madre de la divina Providencia, nos acompañe en este camino.”
Texto completo de las palabras del Papa durante el rezo del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Este domingo, el Evangelio nos presenta el milagro de la multiplicación de los panes y los pescados (Mt 14,13-21). Jesús lo realizó a lo largo del Mar de Galilea, en un lugar aislado donde se había retirado con sus discípulos después de enterarse de la muerte de Juan el Bautista. Pero, muchas personas los siguieron y los alcanzaron; y Jesús, al verlos, sintió compasión y curó a los enfermos hasta la noche. Entonces los discípulos, preocupados por la hora tardía, le sugirieron despedir a la muchedumbre para que ella pudiese ir a las ciudades a comprarse lo necesario para comer. Pero Jesús, tranquilamente, les respondió: «Denles de comer ustedes mismos» (Mt 14,16); y haciéndose traer cinco panes y dos pescados, los bendijo, y comenzó a partirlos y darlos a los discípulos, quienes los distribuían a la gente. Todos comieron hasta saciarse e incluso, ¡sobró!
En este hecho podemos captar tres mensajes. El primero es la compasión. Frente a la multitud que lo busca y - por así decirlo – “no lo deja en paz”, Jesús no reacciona con irritación. No dice “esta gente me da fastidio”. No, no. Reacciona con un sentimiento de compasión, porque sabe que no lo buscan por curiosidad, sino por necesidad. Pero estemos atentos: compasión, lo que siente Jesús, no es simplemente sentir piedad. ¡Es más! Significa “padecer con”, es decir, compenetrarse en el sufrimiento del otro, al punto de tomarlo sobre sí. Así es Jesús, sufre junto a nosotros, sufre con nosotros, sufre por nosotros. Y el signo de esta compasión son las muchas sanaciones que realizó. Jesús nos enseña a anteponer las necesidades de los pobres a las nuestras. Nuestras exigencias, aunque legítimas, nunca serán tan urgentes como las de los pobres, que carecen de lo necesario para vivir. Nosotros hablamos seguido de los pobres, pero cuando hablamos de los pobres, ¿oímos que aquel hombre, aquella mujer, aquellos niños no tienen lo necesario para vivir? ¿Que no tienen para comer, no tienen para vestirse, no tienen la posibilidad de medicinas? También los niños que no tienen la posibilidad de ir a la escuela… Y por eso, nuestras exigencias - aún legítimas - no serán jamás tan urgentes como aquellas de los pobres, que no tienen lo necesario para vivir.
El segundo mensaje es el compartir. El primero es la compasión, aquello que sentía Jesús, con el compartir. Es útil comparar la reacción de los discípulos frente a la gente cansada y hambrienta, con la de Jesús. Son diferentes. Los discípulos piensan que es mejor despedirse de ellos, para que puedan ir a buscarse la comida. En cambio, Jesús dice: denles de comer ustedes mismos. Dos reacciones diferentes, que reflejan dos lógicas opuestas: los discípulos razonan de acuerdo con el mundo, por lo que cada uno debe pensar en sí mismo; reaccionan como si dijeran: “arréglenselas solos”. Jesús razona en cambio de acuerdo a la lógica de Dios, que es aquella del compartir. ¡Cuántas veces nosotros nos damos vuelta hacia otro lado con tal de no ver a los hermanos necesitados! Y esto, mirar hacia otro lado, es un modo educado de decir con guantes blancos: “arréglenselas solos”. Y esto no es de Jesús: esto es egoísmo. Si Él hubiera despedido a la gente, muchas personas se habrían quedado sin comer. En cambio, aquellos pocos panes y pescados, compartidos y bendecidos por Dios, fueron suficientes para todos. Y atención ¿eh?: no es una magia, ¡es un “signo”! Un signo que invita a tener fe en Dios, el Padre providente, que no nos hace faltar “el pan nuestro de cada día”, si nosotros sabemos compartirlo como hermanos.
Compasión,
compartir.
Y el tercer mensaje: el milagro de los panes preanuncia la Eucaristía. Esto se puede ver en el gesto de Jesús que “recita la bendición” (v. 19) antes de partir el pan y distribuirlo a la gente. Es el mismo gesto que hará Jesús en la Última Cena, cuando instaura el memorial perpetuo de su Sacrificio redentor. En la Eucaristía, Jesús no da un pan, sino el pan de vida eterna, se dona a Sí mismo, ofreciéndose al Padre por amor a nosotros. Nosotros debemos ir a la Eucaristía con aquel sentimiento de Jesús, es decir, la compasión, y con aquel deseo de Jesús, compartir. Quien va a la Eucaristía sin tener compasión por los necesitados y sin compartir, no se encuentra bien con Jesús.
Compasión, compartir, Eucaristía. Este es el camino que Jesús nos indica en este Evangelio. Un camino que nos lleva a afrontar con fraternidad las necesidades de este mundo, pero que nos conduce más allá de este mundo, porque parte de Dios Padre y regresa a Él. Que la Virgen María, Madre de la Divina Providencia, nos acompañe en este Camino.
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