Texto de la alocución del Santo Padre Francisco antes de
rezar a la Madre de Dios:
Queridos hermanos y hermanas ¡buenos días!
En el Evangelio de hoy, el evangelista Lucas antes de
presentar el discurso programático de Jesús de Nazaret, resume brevemente su
actividad evangelizadora. Es una actividad que Él realiza con el poder
del Espíritu Santo: su palabra es original, porque revela el sentido de las
Escrituras; es una palabra autorizada, porque manda incluso a los espíritus
impuros y estos obedecen (Cfr. Mc 1, 27). Jesús es diverso de
los maestros de su tiempo: por ejemplo, Jesús no ha abierto una escuela para el
estudio de la Ley, pero va a predicar y enseña por doquier: en las sinagogas,
por las calles, en las casas, siempre andando. Jesús también es diverso de Juan
Bautista, quien proclama el juicio inminente de Dios, mientras Jesús anuncia su
perdón de Padre.
Y ahora entramos también nosotros – imaginamos – que entramos
en la sinagoga de Nazaret, la aldea donde creció Jesús hasta llegar casi a los
treinta años. Lo que sucede allí es un acontecimiento importante, que traza la
misión de Jesús. Él se levanta para leer la Sagrada Escritura. Abre el
rollo del profeta Isaías y elige el pasaje en el que está escrito: “El Espíritu
del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. Él me envió a
llevar la Buena Noticia a los pobres” (Lc 4, 18). Después, tras un
momento de silencio lleno de la expectativa de todos, dice, en medio del
estupor general: “Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de
oír” (v. 21).
Evangelizar a los pobres: ésta es la misión de Jesús; según
[lo que] Él dice; ésta es también la misión de la Iglesia, y de todo
bautizado en la Iglesia. Ser cristiano y ser misionero es la misma cosa.
Anunciar e1 Evangelio, con la palabra y, antes aún, con la vida, es la
finalidad principal de la comunidad cristiana y de cada uno de sus miembros. Se
nota aquí que Jesús dirige la Buena Nueva a todos, sin excluir a nadie, más
bien, privilegia a los más lejanos, a los que sufren, a los enfermos, a los
descartados de la sociedad.
Pero hagámonos una pregunta: ¿Qué significa evangelizar a los
pobres? Significa ante todo acercarse a ellos, significa tener la alegría de
servirlos, de liberarlos de su opresión, y todo esto en el nombre y con el
Espíritu de Cristo, porque es Él el Evangelio de Dios, es Él la Misericordia de
Dios, es Él la liberación de Dios, es Él quien se ha hecho pobre para
enriquecernos con su pobreza.
El texto de Isaías, reforzado por pequeñas adaptaciones
introducidas por Jesús, indica que el anuncio mesiánico del Reino de Dios
venido entre nosotros se dirige de modo preferencial a los marginados, a los
prisioneros y a los oprimidos.
Probablemente en tiempos de Jesús estas personas no estaban
en el centro de la comunidad de fe. Y podemos preguntarnos: ¿Hoy, en nuestras
comunidades parroquiales, en las asociaciones, en los movimientos, somos fieles
al programa de Cristo? ¿La evangelización de los pobres, llevarles el
feliz anuncio, es la prioridad?
Atención: no se trata sólo de hacer asistencia social, y
menos aún actividad política. Se trata de ofrecer la fuerza del Evangelio de
Dios, que convierte los corazones, sana las heridas, transforma las relaciones
humanas y sociales según la lógica del amor. En efecto, los pobres están en el
centro del Evangelio.
Que la Virgen María, Madre de los evangelizadores, nos ayude
a sentir fuertemente el hambre y la sed del Evangelio que hay en el mundo,
especialmente en el corazón y en la carne de los pobres. Y obtenga para
cada uno de nosotros y a toda comunidad cristiana testimoniar concretamente la
misericordia, la gran misericordia que Cristo nos ha donado.
(María Fernanda Bernasconi - RV).
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