Texto de la alocución del Santo Padre Francisco antes de rezar a
la Madre de Dios en la Solemnidad de la Epifanía del Señor:
Texto de la alocución del Santo Padre
Francisco antes de rezar a la Madre de Dios en la Solemnidad de la Epifanía del
Señor:
Queridos hermanos y hermanas
¡buenos días!
En el Evangelio de hoy, el relato
de los Magos, llegados desde Oriente a Belén para adorar al Mesías, confiere a
la fiesta de la Epifanía un alcance de universalidad. Y éste es el alcance de
la Iglesia, que desea que todos los pueblos de la tierra puedan encontrar a
Jesús, y experimentar su amor misericordioso. Es éste el deseo de la Iglesia:
encontrar la misericordia de Jesús, su amor.
Cristo acaba de nacer, aún no
sabe hablar y todas las gentes – representadas por los Magos – ya
pueden encontrarlo, reconocerlo, adorarlo. Dicen los Magos: “Vimos su estrella
en Oriente y hemos venido a adorarlo” (Mt 2,2).
Y Herodes oyó esto apenas los Magos llegaron a Jerusalén. Estos Magos eran
hombres prestigiosos, de regiones lejanas y culturas diversas, y se habían
encaminado hacia la tierra de Israel para adorar al rey que había nacido.
Desde siempre la Iglesia ha
visto en ellos la imagen de la entera humanidad, y con la celebración de hoy,
de la fiesta de la Epifanía casi quiere guiar respetuosamente a todo hombre y a
toda mujer de este mundo hacia el Niño que ha nacido por la salvación de todos.
En la noche de Navidad Jesús se
ha manifestado a los pastores, hombres humildes y despreciados, algunos
bandidos, dicen; fueron ellos los primeros que llevaron un poco de calor en
aquella fría gruta de Belén. Ahora llegan los Magos de tierras lejanas, también
ellos atraídos misteriosamente por aquel Niño. Los pastores y los Magos son muy
diversos entre sí; pero una cosa los une: el cielo.
Los pastores de Belén se
precipitaron inmediatamente a ver a Jesús, no porque fueran especialmente
buenos, sino porque velaban de noche y, levantando los ojos al cielo, vieron un
signo, escucharon su mensaje y lo siguieron. De la misma manera los Magos: escrutaban
los cielos, vieron una nueva estrella, interpretaron el signo y se pusieron en
camino, desde lejos.
Los pastores y los Magos nos
enseñan que para encontrar a Jesús es necesario saber levantar la mirada hacia
el cielo, no estar replegados sobre sí mismos, en el propio egoísmo, sino tener
el corazón y la mente abiertos al horizonte de Dios, que siempre nos sorprende,
saber acoger sus mensajes y responder con prontitud y generosidad.
Los Magos, dice el Evangelio,
al ver “la estrella se llenaron de alegría” (Mt2,10). También para nosotros hay una gran consolación al ver
la estrella, o sea en el sentirnos guiados y no abandonados a nuestro destino.
Y la estrella es el Evangelio, la Palabra del Señor, como dice el Salmo: “Tu
palabra es una lámpara para mis pasos, y una luz en mi camino” (119,105). Esta
luz nos guía hacia Cristo. ¡Sin la escucha del Evangelio, no es posible
encontrarlo!
En efecto, los Magos, siguiendo
la estrella llegaron al lugar donde se encontraba Jesús. Y allí “encontraron al
niño con María, su madre, y postrándose, le rindieron homenaje” (Mt 2,11).
La experiencia de los Magos nos exhorta a no contentarnos con la mediocridad, a
no “vivir al día”, sino a buscar el sentido de las cosas, a escrutar con pasión
el gran misterio de la vida. Y nos enseña a no escandalizarnos de la pequeñez y
de la pobreza, sino a reconocer la majestad en la humildad, y saber
arrodillarnos frente a ella.
Que la Virgen María, que acogió
a los Magos en Belén, nos ayude a levantar la mirada de nosotros mismos, a dejarnos
guiar por la estrella del Evangelio para encontrar a Jesús, y a saber abajarnos
para adorarlo. Así podremos llevar a los demás un rayo de su luz, y compartir
con ellos la alegría del camino.
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