Texto completo
de las palabras del Papa antes del rezo del Ángelus:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días y feliz año!
Al inicio del año es hermoso intercambiarse las
felicitaciones. Renovamos así, unos a otros, el deseo que aquello que nos
espera sea un poco mejor. Es en fondo, un signo de la esperanza que
nos anima y nos invita a creer en la vida. Pero sabemos que con el año nuevo no
cambiará todo, y que tantos problemas de ayer permanecerán también mañana.
Entonces quisiera dirigir un deseo sostenido de una esperanza real, que
traigo de la Liturgia de hoy.
Son las palabras con las cuales el Señor mismo pide bendecir
su pueblo: «El Señor haga resplandecer para ti su rostro […]. El Señor dirija a
ti su rostro» (Nm 6,25-26). También yo les deseo esto: que el
Señor ponga su mirada sobre ustedes y que puedan alegrarse, sabiendo que cada
día su rostro misericordioso, más brillante que el sol, resplandece sobre
ustedes y ¡no se oculta nunca! Descubrir el rostro de Dios hace nueva la vida.
Porque es un Padre enamorado del hombre, que no se cansa nunca de recomenzar
del inicio con nosotros para reencontrarnos. El Señor tiene una paciencia con
nosotros, no se cansa nunca de recomenzar desde el inicio cada vez que nosotros
caemos. Pero no promete cambios mágicos, Él no usa la vara mágica. Ama cambiar
la realidad desde dentro, con paciencia y amor; pide entrar en nuestra vida con
delicadeza, como la lluvia en la tierra, para llevar fruto. Y siempre nos
espera y nos mira con ternura. Cada mañana, al despertar, podemos decir: “Hoy
el Señor hace resplandecer su rostro sobre mí”. Hermosa oración que es una
realidad.
La bendición bíblica continúa así: «[El Señor] te conceda
paz» (v. 26). Hoy celebramos la Jornada Mundial de la Paz, que
tiene por tema: “Vence la indiferencia y conquista la paz”. La
paz, que Dios Padre desea sembrar en el mundo, debe ser cultivada por nosotros.
No sólo, debe ser también “conquistada”. Esto implica una verdadera lucha, una
lucha espiritual que tiene lugar en nuestro corazón. Porque enemiga de la paz
no es sólo la guerra, sino también la indiferencia, que hace pensar sólo a sí
mismos para crear muros, sospechas, miedos y cerrazones. Estas cosas son
enemigas de la paz. Tenemos, gracias a Dios, tantas informaciones; pero a veces
estamos tan sumergidos de noticias que nos distraemos de la realidad, del
hermano y de la hermana que necesitan de nosotros. Comencemos a abrir el corazón,
despertando la atención hacia el prójimo, a quien es más cercano. Este es el
camino para la conquista de la paz.
Nos ayude en esto la reina de la Paz, la Madre de
Dios, de quien hoy celebramos la solemnidad. El Evangelio de hoy
afirma que Ella «guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón» (Lc 2,19).
¿De qué cosas se trata? Ciertamente de la alegría por el nacimiento de Jesús,
pero también de las dificultades que había encontrado: había tenido que colocar
a su Hijo en un pesebre porque «para ellos no había lugar en el alojamiento»
(v. 7), y el futuro era muy incierto. Las esperanzas y las preocupaciones, la
gratuidad y los problemas: todo aquello que sucedía en la vida se transformaba,
en el corazón de María, en oración, diálogo con Dios. He aquí el secreto de la
Madre de Dios. Y ella hace así también con nosotros: guarda las alegrías y
desata los nudos de nuestra vida, llevándolos al Señor.
Esta tarde iré a la Basílica de Santa María La Mayor para la
apertura de la Puerta Santa. Encomendamos a la Madre el año nuevo, para que
crezcan la paz y la misericordia.
(Traducción M
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