(RV).-
En el último día de 2015 el Papa Francisco presidió la oración de las vísperas
con el rezo del Te Deum en la Basílica de San Pedro.
De
este modo, al finalizar el año los peregrinos reunidos en la Basílica vaticana
alabaron al Señor y agradecieron por los eventos de este año transcurrido.
“Es la
alegría del agradecimiento que casi espontáneamente emana de nuestra oración,
para reconocer la presencia amorosa de Dios en los acontecimientos de nuestra
historia”.
“En
este Año jubilar -dijo el Papa- asumen una especial resonancia las palabras finales
del himno de la Iglesia: «Esté siempre con nosotros, oh Señor, tu
misericordia: en ti hemos esperado». La compañía de la misericordia es
luz para comprender mejor cuánto hemos vivido, y esperanza que nos acompaña al
inicio de un nuevo año.”
Texto completo de la homilía del
Papa Francisco:
¡Cuán lleno de significado es nuestro estar reunidos juntos para alabar
al Señor al término de este año!
La Iglesia en tantas ocasiones siente la alegría y el deber de elevar su
canto a Dios con estas palabras de alabanza, que desde el siglo cuarto
acompañan la oración en los momentos importantes de su peregrinación terrena.
Es la alegría del agradecimiento que casi espontáneamente emana de nuestra
oración, para reconocer la presencia amorosa de Dios en los acontecimientos de
nuestra historia. Pero, como sucede a menudo, sentimos que en nuestra
oración no basta sólo nuestra voz. Ella tiene necesidad de reforzarse con la
compañía de todo el pueblo de Dios, que al unísono hacen sentir su canto de
agradecimiento. Por esto, en el Te Deum pedimos la ayuda a los
Ángeles, a los Profetas y a toda la creación para dar alabanza al Señor.
Con este himno recorremos la historia de la salvación donde, por un
misterioso designio de Dios, encuentran lugar y síntesis también los
varios eventos de nuestra vida de este año transcurrido.
En este Año jubilar asumen una especial resonancia las palabras finales
del himno de la Iglesia: «Esté siempre con nosotros, oh Señor, tu
misericordia: en ti hemos esperado». La compañía de la misericordia es
luz para comprender mejor cuánto hemos vivido, y esperanza que nos acompaña al
inicio de un nuevo año.
Recorrer los días del año transcurrido puede ser como un recuerdo de
hechos y eventos que llevan a momentos de alegría y de dolor, o como buscando
comprender si hemos percibido la presencia de Dios que todo renueva y sostiene
con su ayuda. Estamos llamados a verificar los acontecimientos del mundo que se
realizaron según la voluntad de Dios, o si han escuchado principalmente los
proyectos de los hombres, a menudo cargados de intereses privados, de
insaciable sed de poder y de violencia gratuita.
Y, sin embargo, hoy nuestros ojos tienen necesidad de focalizar en modo
particular los signos que Dios nos ha concedido, para tocar con mano la fuerza
de su amor misericordioso. No podemos olvidar que muchos días han sido marcados
por la violencia, por la muerte, por el sufrimiento increíble de tantos
inocentes, de refugiados forzados a dejar su patria, de hombres, mujeres y
niños sin casa estable, alimento y sustento. Y sin embargo, cuántos grandes
gestos de bondad, de amor y de solidaridad han llenado las jornadas de este
año, ¡que no han sido noticias en los telediarios! Estos signos de amor no
pueden y no deben ser obscurecidos por la prepotencia del mal. El bien vence siempre,
también si en cualquier momento puede aparecer más débil o escondido.
Nuestra ciudad de Roma no es extraña a esta condición del mundo entero.
Quisiera que llegase a todos sus habitantes la invitación sincera para ir más
allá de las dificultades del momento presente. Que el compromiso por recuperar
los valores fundamentales del servicio, honestidad y solidaridad permita
superar las graves incertidumbres que han dominado la escena de este año, y que
son síntomas de escaso sentido de dedicación al bien común. Que no falte nunca
la aportación positiva del testimonio cristiano para permitir a Roma según su
historia, y con la materna protección de María Salus Populi Romani, de
ser intérprete privilegiada de fe, de acogida, de fraternidad y de paz.
«Nosotros te alabamos, oh Dios […] Tú eres nuestra
esperanza. No estaremos confundidos en eterno».
(Traducción por Mercedes De La Torre – Radio
Vaticano).
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