Texto completo de la traducción de la catequesis del Papa
Francisco:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy iniciamos las catequesis sobre la misericordia
según la perspectiva bíblica, para aprender sobre la misericordia al
escuchar aquello que Dios mismo nos enseña con su Palabra. Iniciamos por el Antiguo
Testamento, que nos prepara y nos conduce a la revelación plena de
Jesucristo, en el cual se realiza la revelación de la misericordia del Padre.
En las Sagradas Escrituras, el Señor es presentado como “Dios
misericordioso”. Este es su nombre, a través del cual nos revela,
por así decir, su rostro y su corazón. Él mismo, como narra el Libro del Éxodo,
revelándose a Moisés se autodefinió como: «El Señor, Dios misericordioso y
bondadoso, lento para enojarse, y pródigo en amor y fidelidad» (34,6).
También en otros textos encontramos esta fórmula, con alguna variación, pero
siempre la insistencia está puesta en la misericordia y en el amor de Dios que
no se cansa nunca de perdonar (cfr Gn 4,2; Gl 2,13; Sal 86,15;
103,8; 145,8; Ne 9,17). Veamos juntos, una por una, estas
palabras de la Sagrada Escritura que nos hablan de Dios.
El Señor es “misericordioso”: esta palabra evoca una
actitud de ternura como la de una madre con su hijo. De hecho, el término
hebreo usado en la Biblia hace pensar a las vísceras o también en el vientre
materno. Por eso, la imagen que sugiere es aquella de un Dios que se
conmueve y se enternece por nosotros como una madre cuando toma en
brazos a su niño, deseosa sólo de amar, proteger, ayudar, lista a donar todo,
incluso a sí misma. Esa es la imagen que sugiere este término. Un amor, por lo
tanto, que se puede definir en sentido bueno “visceral”.
Después está escrito que el Señor es “bondadoso”,
en el sentido que hace gracia, tiene compasión y, en su grandeza, se inclina
sobre quien es débil y pobre, siempre listo para acoger, comprender,
perdonar. Es como el padre de la parábola del Evangelio de Luca (cfr Lc 15,11-32):
un padre que no se cierra en el resentimiento por el abandono del hijo menor,
sino al contrario continúa a esperarlo, lo ha generado, y después corre a su
encuentro y lo abraza, no lo deja ni siquiera terminar su confesión, como si le
cubriera la boca, qué grande es el amor y la alegría por haberlo reencontrado;
y después va también a llamar al hijo mayor, que está indignado y no quiere
hacer fiesta, el hijo que ha permanecido siempre en la casa, pero viviendo como
un siervo más que como un hijo, y también sobre él el padre se inclina, lo
invita a entrar, busca abrir su corazón al amor, para que ninguno quede excluso
de la fiesta de la misericordia. La misericordia es una fiesta.
De este Dios misericordioso se dice también que es “lento
para enojarse”, literalmente, “largo de respiro”, es decir, con el respiro
amplio de la paciencia y de la capacidad de soportar. Dios sabe
esperar, sus tiempos no son aquellos impacientes de los hombres; Es como un
sabio agricultor que sabe esperar, da tiempo a la buena semilla para que
crezca, a pesar de la cizaña (cfr Mt 13,24-30).
Y por último, el Señor se proclama “grande en el amor y en
la fidelidad”. ¡Qué hermosa es esta definición de Dios! Aquí está todo.
Porque Dios es grande y poderoso, pero esta grandeza y poder se despliegan en
el amarnos, nosotros así pequeños, así incapaces. La palabra “amor”,
aquí utilizada, indica el afecto, la gracia, la bondad. No es un
amor de telenovela. Es el amor que da el primer paso, que no depende de los
méritos humanos sino de una inmensa gratuidad. Es la solicitud divina que nada
la puede detener, ni siquiera el pecado, porque sabe ir más allá del pecado,
vencer el mal y perdonarlo.
Una “fidelidad” sin límites: he aquí la última
palabra de la revelación de Dios a Moisés. La fidelidad de Dios nunca falla,
porque el Señor es el Custodio que, como dice el Salmo, no se adormenta sino
que vigila continuamente sobre nosotros para llevarnos a la vida:
«El
no dejará que resbale tu pie:
¡tu
guardián no duerme!
No,
no duerme ni dormita
el
guardián de Israel.
[...]
El
Señor te protegerá de todo mal
y
cuidará tu vida.
8
El te protegerá en la partida y el regreso,
ahora
y para siempre» (121,3-4.7-8).
Y este Dios misericordioso es fiel en su misericordia. Y
Pablo dice algo bello: si tú, delante a Él, no eres fiel, Él permanecerá fiel
porque no puede renegarse a sí mismo, la fidelidad en la misericordia es el ser
de Dios. Y por esto Dios es totalmente y siempre confiable. Una presencia
sólida y estable. Es esta la certeza de nuestra fe. Y luego, en este Jubileo de
la Misericordia, confiemos totalmente en Él, y experimentemos la alegría de ser
amados por este “Dios misericordioso y bondadoso, lento para enojarse y grande
en el amor y en la fidelidad”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario