Texto de las palabras del Santo Padre Francisco antes de
rezar el Ángelus:
Queridos hermanos y hermanas ¡buena fiesta!
Las lecturas de esta Solemnidad de la Inmaculada Concepción
de la Bienaventurada Virgen María presentan dos pasajes cruciales en la
historia de las relaciones entre el hombre y Dios: podríamos decir que nos
conducen al origen del bien y del mal. Estos dos pasajes nos conducen al origen
del bien y del mal.
El Libro del Génesis muestra el primer no, el no de los
orígenes, el no humano, cuando el hombre ha preferido mirarse a sí mismo antes
que a su Creador, cuando ha querido actuar por su cuenta, ha elegido bastarse a
sí mismo. Pero, haciendo de este modo, saliendo de la comunión con Dios, se ha
perdido precisamente a sí mismo y ha comenzado a tener miedo, a esconderse y a
acusar a quien le estaba cerca (Cfr. Gen 3, 10.12). Pero estos
son los síntomas: el miedo, siempre un síntoma de no a Dios, indica que estoy
diciendo no a Dios; acusar a los demás y no mirarme a mí mismo indica que me
estoy alejando de Dios. Y esto hace el pecado. Pero el Señor no deja al hombre
a merced de su mal; inmediatamente lo busca y le dirige una pregunta llena de
preocupación: “¿Dónde estás?” (v. 9). Como si dijera: “Pero detente. Piensa,
¿dónde estás?”. Es la pregunta de un padre o de una madre que busca al hijo
perdido: “¿Dónde estás? ¿En qué situación te has metido?”. Y esto Dios lo hace
con tanta paciencia, hasta colmar la distancia que se ha creado en los
orígenes. Éste es uno de los pasajes.
El segundo pasaje crucial, que narra hoy el Evangelio, es
cuando Dios viene a habitar entre nosotros, se hace hombre como nosotros. Y
esto ha sido posible por medio de un gran sí – el del pecado era el no; éste es
el sí, ¡es un gran sí! – el de María en el momento de la Anunciación. Por este
sí Jesús ha comenzado su camino por las calles de la humanidad; lo ha comenzado
en María, transcurriendo los primeros meses de su vida en el seno de su mamá:
no ha aparecido ya adulto y fuerte, sino que ha seguido todo el recorrido de un
ser humano. Se ha hecho en todo igual a nosotros, excepto en una cosa: aquel
no. Excepto el pecado. Por esto ha elegido a María, la única criatura sin
pecado, inmaculada. En el Evangelio, con una sola palabra, ella es denominada
“llena de gracia” (Lc 1, 28), es decir henchida de gracia.
Quiere decir que en ella, de inmediato llena de gracia, no hay espacio para el
pecado. Y también nosotros, cuando nos dirigimos a ella, reconocemos esta
belleza: la invocamos “llena de gracia”, sin sombra de mal.
María responde a la propuesta de Dios diciendo: “He aquí la
sierva del Señor” (v. 38). No dice: “Pero, esta vez haré la voluntad de
Dios, me vuelvo disponible, después veré…”. ¡No! El suyo es un sí pleno, total,
para toda la vida, sin condiciones. Y así como el no de los orígenes había
cerrado el pasaje del hombre a Dios, del mismo modo el sí de María ha abierto
el camino a Dios entre nosotros. Es el sí más importante de la historia, el sí
humilde que derroca el no soberbio de los orígenes, el sí fiel que cura la
desobediencia, el sí disponible que vuelca el egoísmo del pecado.
También para cada uno de nosotros hay una historia de
salvación hecha de sí y de no. Pero a veces, somos expertos en los sí a medias:
somos buenos en hacer de cuenta que no entendemos bien lo que Dios querría y la
conciencia nos sugiere. También somos astutos y para no decir un no verdadero y
propio a Dios decimos: “Pero, discúlpame, no puedo”, “hoy no, pienso mañana”;
“pero mañana seré mejor, mañana rezaré, haré el bien, pero mañana”. Y esta
astucia nos aleja del sí, nos aleja de Dios y nos lleva al no, al no del
pecado, al no de la mediocridad. El famoso “sí, pero…”: “Sí, Señor, pero…”.
Pero así cerramos la puerta al bien, y el mal se aprovecha de estos sí que
faltan. ¡Cada uno de nosotros tiene una colección de ellos dentro!
Pensemos, encontraremos tantos sí que faltan. Es así. En cambio cada sí pleno a
Dios da origen a una historia nueva: decir sí a Dios es verdaderamente
“original”, es origen, no el pecado, que nos hace viejos por dentro. ¿Han
pensado esto, que el pecado nos envejece por dentro? ¡Nos envejece pronto! Cada
sí a Dios origina historias de salvación para nosotros y para los demás. Como
María con su propio sí.
En este camino de Adviento, Dios desea visitarnos y espera
nuestro sí. Pensemos: “Yo, hoy, ¿qué sí debo decir a Dios?”. Pensemos. Nos hará
bien. Y encontraremos la voz del Señor dentro, de Dios, que nos pide algo, un
paso adelante. “Creo en Ti, espero en Ti, Te amo; que se haga en mí tu
voluntad de bien”. Estos sí. Con generosidad y confianza, como María, digamos
hoy, cada uno de nosotros, este sí personal a Dios.
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