Texto
completo de la catequesis del Papa Francisco
Queridos hermanos y hermanas,
¡buenos días!
San Pablo, en la carta a los
Romanos, nos recuerda la gran figura de Abrahán, para indicarnos la vía de la
fe y de la esperanza. De él el apóstol escribe: «Esperando contra toda
esperanza, Abraham creyó y llegó a ser padre de muchas naciones» (Rom 4,18); “esperando
contra toda esperanza”: es duro esto, ¿eh? Esto es fuerte: no hay esperanza,
pero yo espero. Y así nuestro padre Abrahán. San Pablo se está refiriendo a la
fe con la cual Abrahán creyó en la palabra de Dios que le prometía un hijo.
Pero de verdad era confiarse esperando “contra toda esperanza”, era tan
imposible aquello que el Señor le estaba anunciando, porque él era anciano – tenía
casi cien años – y su mujer era estéril. No lo ha logrado. Pero lo ha dicho
Dios, y él creyó. No había esperanza humana porque él era anciano y su mujer
estéril: y él cree.
Confiando en esta promesa, Abrahán
se pone en camino, acepta dejar su tierra y hacerse extranjero, esperando en
este “imposible” hijo que Dios habría debido donarle no obstante que el vientre
de Sara fuese como si estuviera muerto. Abrahán cree, su fe se abre a una
esperanza aparentemente irracional; esta es la capacidad de ir más allá de los
razonamientos humanos, de la sabiduría y de la prudencia del mundo, más allá de
lo que es normalmente considerado sentido común, para creer en lo imposible. La
esperanza abre nuevos horizontes, hace capaz de soñar lo que no es ni siquiera
imaginable. La esperanza hace entrar en la oscuridad de un futuro incierto para
caminar en la luz. Es bella la virtud de la esperanza; nos da tanta fuerza para
ir en la vida.
Pero es un camino difícil. Y llega
el momento, también para Abrahán, de la crisis de desaliento. Ha confiado, ha
dejado su casa, su tierra y sus amigos. Todo. Y ha salido, ha llegado al país
que Dios le había indicado, el tiempo ha pasado. En aquel tiempo hacer un viaje
así no era como ahora, con los aviones – en 12 o 15 horas se hace –; se
necesitaban meses, años. El tiempo ha pasado, pero el hijo no llega, el vientre
de Sara permanece cerrado en su esterilidad.
Y Abrahán, no digo que pierde la
paciencia, sino se queja ante el Señor. Y esto aprendemos de nuestro padre
Abrahán: quejarnos ante el Señor es un modo de orar. A veces yo escucho, cuando
confieso: “Me he quejado con el Señor…” y yo respondo: “No te quejes Él es
Padre”. Y este es un modo de orar: quejarme ante el Señor, esto es bueno. Se
queja ante el Señor y Abrahán dice así: «Señor, respondió Abram, […] yo sigo
sin tener hijos, y el heredero de mi casa será Eliezer de Damasco (Eliezer era
quien gobernaba todas las cosas). Después añadió: “Tú no me has dado un
descendiente, y un servidor de mi casa será mi heredero”. Entonces el Señor le
dirigió esta palabra: “No, ese no será tu heredero; tu heredero será alguien
que nacerá de ti”. Luego lo llevó afuera y continuó diciéndole: “Mira hacia el
cielo y si puedes, cuenta las estrellas”. Y añadió: “Así será tu descendencia”.
Abram creyó en el Señor, y el Señor se lo tuvo en cuenta para su justificación»
(Gen 15,2-6).
La escena se desarrolla de noche,
afuera esta oscuro, pero también en el corazón de Abrahán esta la oscuridad de
la desilusión, del desánimo, de la dificultad de continuar esperando en algo
imposible. Ahora el patriarca es demasiado avanzado en los años, parece que no
hay más tiempo para un hijo, y será un siervo el que entrará a heredar todo.
Abrahán se está dirigiendo al
Señor, pero Dios, aunque este ahí presente y habla con él, es como si se
hubiera alejado, como si no hubiese cumplido su palabra. Abrahán se siente
solo, esta viejo y cansado, la muerte se acerca. ¿Cómo continuar confiando?
Y además, ya este reclamo suyo es
una forma de fe, es una oración. A pesar de todo, Abrahán continúa creyendo en
Dios y esperando en algo que todavía podría suceder. Al contrario, ¿para qué
interpelar al Señor, quejándose ante Él, reclamando sus promesas? La fe no es
solo silencio que acepta todo sin reclamar, la esperanza no es la certeza que
te da seguridad ante las dudas y las perplejidades. Pero muchas veces, la
esperanza es oscura; pero está ahí, la esperanza… que te lleva adelante. La fe
es también luchar con Dios, mostrarle nuestra amargura, sin “pías” apariencias.
“Me he molestado con Dios y le he dicho esto, esto, esto” Pero Él es Padre, Él
te ha entendido: ve en paz. ¡Tengamos esta valentía! Y esto es la esperanza. Y
la esperanza es también no tener miedo de ver la realidad por aquello que es y
aceptar las contradicciones.
Abrahán pues, en la fe, se dirige a
Dios para que lo ayude a continuar esperando. Es curioso, no pide un hijo.
Pide: “Ayúdame a continuar esperando”, la oración de tener esperanza. Y el
Señor responde insistiendo con su improbable promesa: no será un siervo el
heredero, sino un hijo, nacido de Abrahán, generado por él. Nada ha cambiado,
por parte de Dios. Él continúa afirmando aquello que había dicho, y no ofrece
puntos de apoyo a Abrahán, para sentirse seguro. Su única seguridad es confiar
en la palabra del Señor y continuar esperando.
Y aquel signo que Dios dona a
Abrahán es una invocación a continuar creyendo y esperando: «Mira hacia el
cielo y cuenta las estrellas […] Así será tu descendencia» (Gen 15,5). Es
todavía una promesa, es todavía algo de esperar para el futuro. Dios saca
afuera de la carpa a Abrahán, en realidad de sus visiones restringidas, y le
muestra las estrellas. Para creer, es necesario saber ver con los ojos de la
fe; no solo estrellas, que todos podemos ver, sino para Abrahán deben
convertirse en el signo de la fidelidad de Dios.
Es esta la fe, este el camino de la
esperanza que cada uno de nosotros debemos recorrer. Si también a nosotros nos
queda como única posibilidad mirar las estrellas, entonces es tiempo de confiar
en Dios. No hay una cosa más bella. La esperanza no defrauda. Gracias.
(Traducción del italiano, Renato
Martinez – Radio Vaticano)
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