Texto
completo de la catequesis del Papa Francisco
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy iniciamos una nueva serie de catequesis, sobre
el tema de la esperanza cristiana. Es muy importante, porque la esperanza no
defrauda. ¡El optimismo defrauda, la esperanza no! ¿Entendido? Tenemos tanta
necesidad, en estos tiempos que parecen oscuros, en el cual a veces nos
sentimos perdidos ante el mal y la violencia que nos circunda, ante el dolor de
tantos hermanos nuestros. ¡Se necesita la esperanza! Nos sentimos perdidos y
también un poco desanimados, porque nos encontramos impotentes y nos parece que
esta oscuridad no tiene cuando acabar.
Pero, no es necesario dejar que la esperanza nos
abandone, porque Dios con su amor camina con nosotros. Yo espero, porque Dios
está junto a mí. Y esto podemos decirlo todos nosotros. Cada uno de nosotros
puede decir: “Yo espero, tengo esperanza, porque Dios camina conmigo!”. Camina
y me lleva de la mano. ¡Dios no nos deja solos! El Señor Jesús ha vencido el
mal y nos ha abierto el camino de la vida.
Y entonces, en particular en este tiempo de
Adviento, que es el tiempo de la espera, en el cual nos preparamos para acoger
una vez más el misterio consolador de la Encarnación y la luz de la Navidad, es
importante reflexionar sobre la esperanza. Dejémonos enseñar por el Señor que
cosa quiere decir esperar. Escuchemos pues las palabras de la Sagrada
Escritura, iniciando con el profeta Isaías, el gran profeta del Adviento, el
gran mensajero de la esperanza.
En la segunda parte de su libro, Isaías se dirige al
pueblo con un anuncio de consolación: «¡Consuelen, consuelen a mi pueblo, dice
su Dios! Hablen al corazón de Jerusalén y anúncienle que su tiempo de servicio
se ha cumplido, que su culpa está paga […]».Una voz proclama: «¡Preparen en el
desierto el camino del Señor, tracen en la estepa un sendero para nuestro Dios!
¡Que se rellenen todos los valles y se aplanen todas las montañas y colinas;
que las quebradas se conviertan en llanuras y los terrenos escarpados, en
planicies! Entonces se revelará la gloria del Señor y todos los hombres la
verán juntamente, porque ha hablado la boca del Señor» (40,1-2.3-5). Esto es
aquello que dice el profeta Isaías.
Dios Padre consuela suscitando consoladores, a
quienes pide confortar al pueblo, a sus hijos, anunciando que ha terminado la
tribulación, ha terminado el dolor, y el pecado ha sido perdonado. Es esto lo
que sana el corazón afligido y atemorizado. Por eso, el profeta pide preparar
el camino del Señor, abriéndose a sus dones y a su salvación.
La consolación, para el pueblo, comienza con la
posibilidad de caminar en la vía de Dios, un camino nuevo, justo y accesible,
un camino para preparar en el desierto, así para poderlo atravesar y regresar a
la patria. Porque el pueblo al cual el profeta se dirige estaba viviendo, en
aquel tiempo, la tragedia del exilio en Babilonia, y ahora en cambio escucha
que podrá regresar a su tierra, a través de un camino grato y extenso, sin
valles y montañas que hacen cansado el camino, un sendero llano en el desierto.
Preparar este camino quiere decir, preparar un camino de salvación, un camino
de liberación de todo obstáculo y dificultad.
El exilio del pueblo de Israel había sido un momento
dramático en la historia, cuando el pueblo había perdido todo. El pueblo había
perdido la patria, la libertad, la dignidad, y también la confianza en Dios. Se
sentía abandonado y sin esperanza. En cambio, ahí está la llamada del profeta
que abre nuevamente el corazón a la fe. El desierto es un lugar en el cual es
difícil vivir, pero justamente ahí ahora se podrá caminar para regresar no solo
a la patria, sino regresar a Dios, y volver a esperar y sonreír. Cuando
nosotros estamos en la oscuridad, en las dificultades no sonreímos. Es
justamente la esperanza que nos enseña a sonreír en aquel camino para encontrar
a Dios. Una de las cosas, de las primeras cosas, que suceden a las personas que
se alejan de Dios es que son personas sin sonrisa. Tal vez son capaces de dar
una gran carcajada, una detrás de otra; un chiste, una carcajada… ¡Pero falta
la sonrisa! La sonrisa solamente lo da la esperanza. ¿Han entendido esto? Es la
sonrisa de la esperanza de encontrar a Dios.
La vida muchas veces es un desierto, es difícil
caminar dentro de la vida, pero si confiamos en Dios puede convertirse en bello
y amplio como una autopista. Basta no perder jamás la esperanza, basta
continuar creyendo, siempre, no obstante todo. Cuando nos encontramos ante un
niño, tal vez podemos tener tantos problemas, tantas dificultades, pero cuando
nos encontramos ante un niño nos surge dentro una sonrisa, la simplicidad,
porque nos encontramos ante la esperanza: ¡un niño es la esperanza! Y así
debemos ver en la vida, en este camino, la esperanza de encontrar a Dios, Dios
se ha hecho Niño. Y nos hará sonreír, nos dará todo.
Justamente estas palabras de Isaías son usadas
después por Juan el Bautista en su predicación que invita a la conversión.
Decía así: «Una voz grita en el desierto: Preparen el camino del Señor, allanen
sus senderos» (Mt 3,3). Una voz que grita donde parece que nadie puede escuchar,
pero ¿Quién puede escuchar en el desierto? Los lobos… Y que grita en el
desconcierto debido a la crisis de fe. Nosotros no podemos negar que el mundo
de hoy está en crisis de fe. Si, luego decimos: “Yo creo en Dios, soy
cristiano” – “Yo soy de esta religión…” Pero tu vida está lejos del ser
cristiano; está lejos de Dios. La religión, la fe ha quedado en una palabra:
“¿Yo creo?” – “Si”. Pero no, aquí se trata de regresar a Dios, convertir el
corazón a Dios e ir por este camino para encontrarlo. Él nos espera. Esta es la
predicación de Juan el Bautista: preparar. Preparar el encuentro con este Niño
que nos devolverá la sonrisa. Los Israelitas, cuando el Bautista anuncia la
llegada de Jesús, es como si todavía estuvieran en exilio, porque están bajo la
dominación romana, que los hace extranjeros en su misma patria, gobernados por
los poderosos ocupantes que deciden sobre sus vidas. Pero la verdadera historia
no es aquella hecha por los poderosos, sino aquella hecha por Dios junto con
sus pequeños. La verdadera historia – aquella que quedará en la eternidad – es
aquella que escribe Dios con sus pequeños: Dios con María, Dios con Jesús, Dios
con José, Dios con los pequeños. Aquellos pequeños y simples que encontramos
alrededor de Jesús que nace: Zacarías e Isabel, ancianos y marcados por la
esterilidad; María, joven muchacha virgen prometida como esposa a José; los
pastores, que eran despreciados y no contaban nada. Son los pequeños, hechos
grandes por su fe, los pequeños que saben continuar esperando. Y la esperanza
es una virtud de los pequeños. Los grandes, los satisfechos no conocen la
esperanza; no saben qué cosa es.
Son ellos, los pequeños con Dios, con Jesús los que
transforman el desierto del exilio, de la soledad desesperada, del sufrimiento,
en un camino llano sobre el cual caminar para ir al encuentro de la gloria del
Señor. Y llegamos a la conclusión: dejémonos enseñar la esperanza. ¡Dejémonos
enseñar la esperanza! Esperemos confiados la llegada del Señor, y cualquiera
que sea el desierto de nuestras vidas y cada uno sabe en qué desierto camina,
cualquiera sea el desierto de nuestras vidas, se convertirá en un jardín
florido. ¡La esperanza no defrauda! Lo decimos otra vez: “¡La esperanza no
defrauda!”. Gracias.
(Traducción del italiano, Renato Martinez – Radio
Vaticano)
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