Texto de las palabras
del Santo Padre Francisco antes de rezar el Ángelus:
¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!
La liturgia de hoy, que es del cuarto y último domingo de
Adviento, está caracterizada por el tema de la cercanía, la cercanía de Dios a
la humanidad. El pasaje del Evangelio (cfr Mt 1,18-24) nos muestra a las dos
personas que más que cualquier otra están envueltas en este misterio de amor:
la Virgen María y su esposo José. Misterio de amor, misterio de cercanía de
Dios con la humanidad.
María es presentada a la luz de la profecía que dice: «La
Virgen concebirá y dará a luz un hijo» (v. 23). El evangelista Mateo
reconoce que aquello ha acontecido en María, quien ha concebido a Jesús por
obra del Espíritu Santo (cfr v. 18). El hijo de Dios “viene” en su
vientre para convertirse en hombre y Ella lo acoge. Así, de manera única, Dios
se ha acercado al ser humano tomando la carne de una mujer: Dios se ha acercado
al ser humano tomando la carne de una mujer. También a nosotros, de
manera diferente, Dios se acerca con su gracia para entrar en nuestra vida y
ofrecernos en don a su Hijo. Y nosotros ¿qué hacemos? ¿Lo acogemos, lo dejamos
acercarse o lo rechazamos, lo echamos? Como a María, que ofreciéndose
libremente al Señor de la historia, se le ha permitido cambiar el destino de la
humanidad, así también nosotros, acogiendo a Jesús y tratando de seguirlo
cada día, podemos cooperar con su diseño de salvación sobre nosotros mismos y
sobre el mundo. Por lo tanto María se nos presenta como el modelo al cual mirar
y apoyo sobre el cual contar en nuestra búsqueda de Dios, en nuestra cercanía a
Dios, con este dejar que Dios se acerque a nosotros, y en nuestro compromiso
por construir la civilización del amor.
El otro protagonista del Evangelio de hoy es San José. El
evangelista pone en evidencia cómo José por sí solo no pueda darse una
explicación del acontecimiento que ve verificarse frente a sus ojos, o sea el
embarazo de María. Precisamente entonces, en aquel momento de la duda, también
del miedo Dios se le acerca con un mensajero suyo y él es iluminado sobre la
naturaleza de aquella maternidad: «porque lo que ha sido engendrado en ella
proviene del Espíritu Santo» (v. 20). Así, frente al evento
extraordinario, que ciertamente suscita en su corazón tantas interrogantes, se
confía totalmente en Dios que se le acerca y, siguiendo su invitación, no
repudia a su comprometida sino que la toma consigo y la desposa. Acogiendo a
María, José acoge conscientemente y con amor a Aquel que ha sido concebido en
ella por obra admirable de Dios, para quien nada es imposible. José, hombre
humilde y justo (cfr v. 19), nos enseña a confiarnos siempre en Dios, que se
nos acerca: cuando Dios se nos acerca debemos confiarnos. José nos enseña a
dejarnos guiar por Él con voluntaria obediencia. Ambos se dejaron acercar por
el Señor.
Estas dos figuras, María y José, que han sido los primeros en
acoger a Jesús mediante la fe, nos introducen en el misterio de la Navidad.
María nos ayuda a colocarnos en actitud de disponibilidad para acoger al Hijo
de Dios en nuestra vida concreta, en nuestra carne. José nos insta a buscar
siempre la voluntad de Dios y a seguirla con total confianza. «La Virgen
concebirá y dará a luz un hijo a quien pondrán el nombre de Emanuel, que
traducido significa: ‘Dios con nosotros’» (Mt 1,23). ). Así dice el
ángel: “Emanuel se llamará el niño, que significa Dios-con-nosotros” o sea Dios
cerca a nosotros. Y a Dios que se acerca yo le abro la puerta - al Señor-
cuando siento una inspiración interior, cuando siento que me pide hacer algo
más por los demás, cuando me llama a la oración. Dios-con-nosotros, Dios que se
acerca. Que este anuncio de esperanza, que se cumple en Navidad, lleve a
cumplimiento la espera de Dios también en cada uno de nosotros, en toda la
Iglesia, y en tantos pequeños que el mundo desprecia, pero que Dios ama y a los
cuales se acerca.
(Traducción del italiano: Raúl Cabrera-Radio Vaticano)
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