Texto del
Mensaje de Navidad Urbi et Orbi del Santo Padre Francisco:
Queridos hermanos y hermanas, feliz Navidad.
Hoy la Iglesia revive el asombro de la Virgen María, de san
José y de los pastores de Belén, contemplando al Niño que ha nacido y que está
acostado en el pesebre: Jesús, el Salvador.
En
este día lleno de luz, resuena el anuncio del Profeta:
«Un
niño nos ha nacido,
un
hijo se nos ha dado:
lleva
a hombros el principado, y es su nombre:
Maravilla
del Consejero,
Dios
guerrero,
Padre
perpetuo,
Príncipe
de la paz» (Is 9, 5).
El poder de un Niño, Hijo de Dios y de María, no es el poder
de este mundo, basado en la fuerza y en la riqueza, es el poder del amor. Es el
poder que creó el cielo y la tierra, que da vida a cada criatura: a los
minerales, a las plantas, a los animales; es la fuerza que atrae al hombre y a
la mujer, y hace de ellos una sola carne, una sola existencia; es el poder que
regenera la vida, que perdona las culpas, reconcilia a los enemigos, transforma
el mal en bien. Es el poder de Dios. Este poder del amor ha llevado a
Jesucristo a despojarse de su gloria y a hacerse hombre; y lo conducirá a dar
la vida en la cruz y a resucitar de entre los muertos. Es el poder del
servicio, que instaura en el mundo el reino de Dios, reino de justicia y de
paz.
Por esto el nacimiento de Jesús está acompañado por el canto
de los ángeles que anuncian:
«Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres
que Dios ama» (Lc 2,14).
Hoy este anuncio recorre toda la tierra y quiere llegar a
todos los pueblos, especialmente los golpeados por la guerra y por conflictos
violentos, y que sienten fuertemente el deseo de la paz.
Paz a los hombres y a las mujeres de la martirizada Siria,
donde demasiada sangre ha sido derramada. Sobre todo en la ciudad de Alepo,
escenario, en las últimas semanas, de una de las batallas más atroces, es muy
urgente que, respetando el derecho humanitario, se garanticen asistencia y
consolación a la extenuada población civil, que se encuentra aún en una
situación desesperada y de gran sufrimiento y miseria. Es hora de que las armas
callen definitivamente y la comunidad internacional se comprometa activamente
para que se logre una solución negociable y se restablezca la convivencia civil
en el País.
Paz para las mujeres y para los hombres de la amada Tierra
Santa, elegida y predilecta por Dios. Que los Israelís y los Palestinos tengan
la valentía y la determinación de escribir una nueva página de la historia, en
la que el odio y la venganza cedan el lugar a la voluntad de construir
conjuntamente un futuro de recíproca comprensión y armonía. Que puedan recobrar
unidad y concordia Irak, Libia y Yemen, donde las poblaciones sufren la guerra
y brutales acciones terroristas.
Paz a los hombres y mujeres en las diferentes regiones de
África, particularmente en Nigeria, donde el terrorismo fundamentalista explota
también a los niños para perpetrar el horror y la muerte. Paz en Sudán del Sur
y en la República Democrática del Congo, para que se curen las divisiones y
para que todos las personas de buena voluntad se esfuercen para iniciar nuevos
caminos de desarrollo y de compartir, prefiriendo la cultura del diálogo a la
lógica del enfrentamiento.
Paz a las mujeres y hombres que todavía padecen las
consecuencias del conflicto en Ucrania oriental, donde es urgente una voluntad
común para llevar alivio a la población y poner en práctica los compromisos
asumidos.
Pedimos concordia para el querido pueblo colombiano, que
desea cumplir un nuevo y valiente camino de diálogo y de reconciliación. Dicha
valentía anime también la amada Venezuela para dar los pasos necesarios con
vistas a poner fin a las tensiones actuales y a edificar conjuntamente un
futuro de esperanza para la población entera.
Paz a todos los que, en varias zonas, están afrontando
sufrimiento a causa de peligros constantes e injusticias persistentes. Que
Myanmar pueda consolidar los esfuerzos para favorecer la convivencia pacífica
y, con la ayuda de la comunidad internacional, pueda dar la necesaria
protección y asistencia humanitaria a los que tienen necesidad extrema y
urgente. Que pueda la península coreana ver superadas las tensiones que
atraviesan en un renovado espíritu de colaboración.
Paz a quien está herido o ha perdido a un ser querido debido
a viles actos de terrorismo que han sembrado miedo y muerte en el corazón de
tantos países y ciudades. Paz – no de palabra, sino eficaz y concreta – a
nuestros hermanos y hermanas que están abandonados y excluidos, a los que
sufren hambre y los que son víctimas de violencia. Paz a los prófugos, a los
emigrantes y refugiados, a los que hoy son objeto de la trata de personas. Paz
a los pueblos que sufren por las ambiciones económicas de unos pocos y la
avaricia voraz del dios dinero que lleva a la esclavitud. Paz a los que están
marcados por el malestar social y económico, y a los que sufren las
consecuencias de los terremotos u otras catástrofes naturales.
Y paz a los niños, en este día especial en el que Dios se
hace niño, sobre todo a los privados de la alegría de la infancia a causa del
hambre, de las guerras y del egoísmo de los adultos.
Paz sobre la tierra a todos los hombres de buena voluntad,
que cada día trabajan, con discreción y paciencia, en la familia y en la
sociedad para construir un mundo más humano y más justo, sostenidos por la
convicción de que sólo con la paz es posible un futuro más próspero para todos.
Queridos hermanos y hermanas:
«Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado»: es el
«Príncipe de la paz». Acojámoslo.
Después de la Bendición:
Les dirijo mi felicitación a ustedes, queridos hermanos y
hermanas, que están en esta plaza provenientes de todas las partes del mundo, y
también a los que de diferentes países están conectados a través de la radio,
la televisión y por otros medios de comunicación.
En este día de alegría, todos estamos llamados a contemplar
al Niño Jesús, que devuelve la esperanza a cada hombre sobre la faz de la
tierra. Con su gracia, demos voz y cuerpo a esta esperanza, testimoniando la
solidaridad y la paz. Feliz Navidad a todos.
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