Texto completo de la catequesis del Papa Francisco
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Nos estamos acercando a la Navidad, y el profeta Isaías una vez
más nos ayuda a abrirnos a la esperanza acogiendo la Buena Noticia de la
llegada de la salvación.
El capítulo 52 de Isaías inicia con la invitación dirigida a
Jerusalén para que se despierte, se quite de encima el polvo y las cadenas y se
revista con los vestidos más bellos, porque el Señor ha venido a liberar a su
pueblo (vv. 1-3). Y agrega: «Mi Pueblo conocerá mi Nombre en ese día, porque yo
soy aquel que dice: ¡Aquí estoy!» (v. 6).
A este, “aquí estoy” dicho por Dios, que resume toda su
voluntad de salvación y de acercarse a nosotros, responde el canto de alegría
de Jerusalén, según la invitación del profeta. Es un momento histórico muy
importante. Es el fin del exilio en Babilonia, es la posibilidad para Israel de
encontrar a Dios y, en la fe – en la fe – encontrase a sí mismo. El Señor está
cerca, y el “pequeño resto”, es decir, el pequeño pueblo que ha quedado después
del exilio, el “pequeño resto” que en el exilio ha resistido en la fe, que ha
atravesado la crisis y ha continuado creyendo y esperando incluso en medio de
la oscuridad, aquel “pequeño resto” podrá ver las maravillas de Dios.
A este punto el profeta introduce un canto de júbilo: «¡Qué
hermosos son sobre las montañas los pasos del que trae la buena noticia, del
que proclama la paz, del que anuncia la felicidad, del que proclama la
salvación, y dice a Sión: ¡Tu Dios reina!. […] ¡Prorrumpan en gritos de
alegría, ruinas de Jerusalén!, – las ruinas deben cantar porque llega la
liberación, viene la reconstrucción – ¡Prorrumpan en gritos de alegría, ruinas
de Jerusalén, porque el Señor consuela a su Pueblo, él redime a Jerusalén! El
Señor desnuda su santo brazo a la vista de todas las naciones, verán la
salvación de nuestro Dios» (Is 52,7.9-10).
Hasta aquí, Isaías. Estas palabras de Isaías, sobre las
cuales queremos detenernos un poco, hacen referencia al milagro de la paz, y lo
hacen de un modo muy particular, poniendo la mirada no sobre el mensajero, sino
sobre sus pies que corren veloz: «¡Qué hermosos son sobre las montañas los
pasos del que trae la buena noticia…».
Parece el esposo del Cantar de los Cantares que corre hacia
su amada: «Ahí viene, saltando por las montañas, brincando por las colinas»
(Cant 2,8). También así, el mensajero de la paz corre, llevando la buena
noticia de liberación, de salvación, y proclamando que Dios reina.
Dios no ha abandonado a su pueblo y no se ha dejado derrotar
por el mal, porque Él es fiel, y su gracias es más grande que el pecado. Esto
debemos aprenderlo, ¿eh? ¡Porque nosotros somos testarudos! Y no aprendemos
esto. Pero yo les haré una pregunta: ¿Quién es más grande, Dios o el pecado?
¿Quién? … Ah, no están convencidos. No se escucha bien. Y ¿Quién vence al
final? ¿Dios o el pecado? Y ¿Dios es capaz de vencer el pecado más grave?
También ¿el pecado más vergonzoso? ¿Incluso el pecado que es terrible, el peor
de los pecados, es capaz de vencerlo? Sí. Y esta pregunta no es fácil, veamos
si entre ustedes hay un teólogo o una teóloga para responder: ¿Con qué armas
vence Dios el pecado? Con el amor. Bien, tantos buenos teólogos. Y esto – que
Dios vence el pecado – quiere decir que “Dios reina”; son estas las palabras de
la fe en un Señor cuya potencia se inclina hacia la humanidad, se abaja, para
ofrecer misericordia y liberar al hombre de lo que desfigura en él la imagen
bella de Dios, porque cuando estamos en el pecado la imagen de Dios se
desfigura. Y el cumplimiento de tanto amor será justamente el Reino instaurado
por Jesús, aquel Reino de perdón y de paz que nosotros celebramos con la
Navidad y que se realiza definitivamente en la Pascua. Y la alegría más bella
de la Navidad es aquella alegría interior de paz: el Señor ha cancelado mis
pecados, el Señor me ha perdonado, el Señor ha tenido misericordia de mí, ha
venido a salvarme. Esta es la alegría de la Navidad.
Son estos, hermanos y hermanas, los motivos de nuestra
esperanza. Cuando todo parece terminar, cuando, ante tantas realidades
negativas, la fe se hace difícil y viene la tentación de decir que nada más
tiene sentido, ahí está en cambio la bella noticia traída por esos pies
veloces: Dios está viniendo a realizar algo nuevo, a instaurar un reino de paz;
Dios ha “desnudado su brazo” y viene a traer libertad y consolación. El mal no
triunfará por siempre, existe un final para el dolor. La desesperación ha sido
vencida porque Dios está entre nosotros.
Y también nosotros estamos llamados a despertarnos un poco,
como Jerusalén, según la invitación que le dirige el profeta; estamos llamados
a convertirnos en hombre y mujeres de esperanza, colaborando con la llegada de
este Reino hecho de luz y destinado a todos, hombres y mujeres de esperanza.
Pero cuanto es feo cuando encontramos un cristiano que ha perdido la esperanza:
“Yo no espero nada, todo ha terminado para mí”, un cristiano que no es capaz de
mirar el horizonte con esperanza y ante su corazón solo hay un muro. Pero ¡Dios
destruye estos muros con el perdón! Y por esto, nuestra oración, para que Dios
nos de cada día la esperanza y la dé a todos, aquella esperanza que nace cuando
vemos a Dios en el pesebre en Belén. El mensaje de la Buena Noticia que nos es
confiado es urgente, debemos también nosotros correr como el mensajero sobre
los montes, porque el mundo no puede esperar, la humanidad tiene hambre y sed
de justicia, de verdad, de paz.
Y viendo al pequeño Niño de Belén, los pequeños del mundo
sabrán que la promesa se ha cumplido, el mensaje se ha realizado. En un niño
apenas nacido, necesitado de todo, envuelto en pañales y puesto en un pesebre,
está contenida toda la potencia del Dios que salva. Se necesita abrir el
corazón – la Navidad es un día para abrir el corazón – se necesita abrir el
corazón a tanta pequeñez que está ahí, en aquel niño, y tanta maravilla que
está ahí. Es la maravilla de la Navidad, a la cual nos estamos preparando, con
esperanza, en este tiempo de Adviento. Es la sorpresa de un Dios niño, de un
Dios pobre, de un Dios débil, de un Dios que abandona su grandeza para hacerse
cercano a cada uno de nosotros. Gracias.
(Traducción del italiano, Renato Martínez – Radio Vaticano)
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