Texto completo del Mensaje del Papa
Francisco
El
asombro ante las obras que Dios realiza: «El Poderoso ha hecho obras grandes
por mí…» (Lc 1,49)
Queridos
hermanos y hermanas:
El
próximo 11 de febrero se celebrará en toda la Iglesia y, especialmente, en
Lourdes, la XXV Jornada Mundial del Enfermo, con el tema: El asombro ante las
obras que Dios realiza: «El Poderoso ha hecho obras grandes por mí…» (Lc 1,49).
Esta Jornada, instituida por mi predecesor san Juan Pablo II, en 1992, y
celebrada por primera vez precisamente en Lourdes el 11 de febrero de 1993,
constituye una ocasión para prestar especial atención a la situación de los
enfermos y de todos los que sufren en general; y, al mismo tiempo, es una
llamada dirigida a los que se entregan en su favor, comenzando por sus
familiares, los agentes sanitarios y voluntarios, para que den gracias por la
vocación que el Señor les ha dado de acompañar a los hermanos enfermos. Además,
esta celebración renueva en la Iglesia la fuerza espiritual para realizar de la
mejor manera posible esa parte esencial de su misión que incluye el servicio a
los últimos, a los enfermos, a los que sufren, a los excluidos y marginados
(cf. JUAN PABLO II, Motu proprio Dolentium hominum, 11 febrero 1985, 1). Los
encuentros de oración, las liturgias eucarísticas y la unción de los enfermos,
la convivencia con los enfermos y las reflexiones sobre temas de bioética y
teológico-pastorales que se celebrarán en aquellos días en Lourdes, darán una
aportación nueva e importante a ese servicio.
Situándome
ya desde ahora espiritualmente junto a la Gruta de Massabielle, ante la imagen
de la Virgen Inmaculada, en la que el Poderoso ha hecho obras grandes para la
redención de la humanidad, deseo expresar mi cercanía a todos vosotros,
hermanos y hermanas, que vivís la experiencia del sufrimiento, y a vuestras
familias; así como mi agradecimiento a todos los que, según sus distintas
ocupaciones y en todos los centros de salud repartidos por todo el mundo,
trabajan con competencia, responsabilidad y dedicación para vuestro alivio,
vuestra salud y vuestro bienestar diario. Me gustaría animar a todos los
enfermos, a las personas que sufren, a los médicos, enfermeras, familiares y a
los voluntarios a que vean en María, Salud de los enfermos, a aquella que es
para todos los seres humanos garante de la ternura del amor de Dios y modelo de
abandono a su voluntad; y a que siempre encuentren en la fe, alimentada por la
Palabra y los Sacramentos, la fuerza para amar a Dios y a los hermanos en la
experiencia también de la enfermedad.
Como
santa Bernadette estamos bajo la mirada de María. La humilde muchacha de
Lourdes cuenta que la Virgen, a la que llamaba «la hermosa Señora», la miraba
como se mira a una persona. Estas sencillas palabras describen la plenitud de
una relación. Bernadette, pobre, analfabeta y enferma, se siente mirada por
María como persona. La hermosa Señora le habla con gran respeto, sin lástima.
Esto nos recuerda que cada paciente es y será siempre un ser humano, y debe ser
tratado en consecuencia. Los enfermos, como las personas que tienen una
discapacidad incluso muy grave, tienen una dignidad inalienable y una misión en
la vida y nunca se convierten en simples objetos, aunque a veces puedan parecer
meramente pasivos, pero en realidad nunca es así.
Bernadette,
después de haber estado en la Gruta y gracias a la oración, transforma su
fragilidad en apoyo para los demás, gracias al amor se hace capaz de enriquecer
a su prójimo y, sobre todo, de ofrecer su vida por la salvación de la
humanidad. El hecho de que la hermosa Señora le pida que rece por los
pecadores, nos recuerda que los enfermos, los que sufren, no sólo llevan
consigo el deseo de curarse, sino también el de vivir la propia vida de modo
cristiano, llegando a darla como verdaderos discípulos misioneros de Cristo. A
Bernadette, María le dio la vocación de servir a los enfermos y la llamó para
que se hiciera Hermana de la Caridad, una misión que ella cumplió de una manera
tan alta que se convirtió en un modelo para todos los agentes sanitarios. Pidamos
pues a la Inmaculada Concepción la gracia de saber siempre ver al enfermo como
a una persona que, ciertamente, necesita ayuda, a veces incluso para las cosas
más básicas, pero que también lleva consigo un don que compartir con los demás.
La mirada
de María, Consoladora de los afligidos, ilumina el rostro de la Iglesia en su
compromiso diario en favor de los necesitados y los que sufren. Los frutos
maravillosos de esta solicitud de la Iglesia hacia el mundo del sufrimiento y
la enfermedad son motivo de agradecimiento al Señor Jesús, que se hizo
solidario con nosotros, en obediencia a la voluntad del Padre y hasta la muerte
en la cruz, para que la humanidad fuera redimida. La solidaridad de Cristo,
Hijo de Dios nacido de María, es la expresión de la omnipotencia misericordiosa
de Dios que se manifiesta en nuestras vidas ―especialmente cuando es frágil,
herida, humillada, marginada, sufriente―, infundiendo en ella la fuerza de la esperanza
que nos ayuda a levantarnos y nos sostiene.
Tanta
riqueza de humanidad y de fe no debe perderse, sino que nos ha de ayudar a
hacer frente a nuestras debilidades humanas y, al mismo tiempo, a los retos
actuales en el ámbito sanitario y tecnológico. En la Jornada Mundial del
Enfermo podemos encontrar una nueva motivación para colaborar en la difusión de
una cultura respetuosa de la vida, la salud y el medio ambiente; un nuevo
impulso para luchar en favor del respeto de la integridad y dignidad de las
personas, incluso a través de un enfoque correcto de las cuestiones de bioética,
la protección de los más débiles y el cuidado del medio ambiente.
Con
motivo de la XXV Jornada Mundial del Enfermo, renuevo, con mi oración y mi
aliento, mi cercanía a los médicos, a los enfermeros, a los voluntarios y a
todos los consagrados y consagradas que se dedican a servir a los enfermos y
necesitados; a las instituciones eclesiales y civiles que trabajan en este
ámbito; y a las familias que cuidan con amor a sus familiares enfermos. Deseo
que todos sean siempre signos gozosos de la presencia y el amor de Dios,
imitando el testimonio resplandeciente de tantos amigos y amigas de Dios, entre
los que menciono a san Juan de Dios y a san Camilo de Lelis, patronos de los
hospitales y de los agentes sanitarios, y a la santa Madre Teresa de Calcuta, misionera
de la ternura de Dios.
Hermanos
y hermanas, enfermos, agentes sanitarios y voluntarios, elevemos juntos nuestra
oración a María, para que su materna intercesión sostenga y acompañe nuestra fe
y nos obtenga de Cristo su Hijo la esperanza en el camino de la curación y de
la salud, el sentido de la fraternidad y de la responsabilidad, el compromiso
con el desarrollo humano integral y la alegría de la gratitud cada vez que nos
sorprenda con su fidelidad y su misericordia.
María,
Madre nuestra,
que
en Cristo nos acoges como hijos,
fortalece
en nuestros corazones la espera confiada,
auxílianos
en nuestras enfermedades y sufrimientos,
guíanos
hasta Cristo, hijo tuyo y hermano nuestro,
y
ayúdanos a encomendarnos al Padre que realiza obras grandes.
Os
aseguro mi constante recuerdo en la oración y os imparto de corazón la
Bendición Apostólica.
8
de diciembre de 2016, Fiesta de la Inmaculada Concepción
No hay comentarios:
Publicar un comentario