Texto completo de la reflexión del Papa Francisco, previo a
la oración del ángelus
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En el Evangelio de este segundo domingo de Adviento resuena
la invitación de Juan el Bautista: «Conviértanse, porque el Reino de los Cielos
está cerca» (Mt 3,2). Con estas mismas palabras Jesús dará inicio a su misión
en Galilea (cf. Mt 4,17); y este también será el anuncio que llevarán los
discípulos en su primera experiencia misionera (cf. Mt 10,7). De este modo el
evangelista Mateo quiere presentar a Juan como aquel que prepara el camino al
Cristo que viene, y los discípulos como los continuadores de la predicación de
Jesús. Se trata del mismo anuncio gozoso: viene el reino de Dios, es más, está
cercano, está en medio de nosotros. Este es el mensaje central de toda misión
cristiana.
Pero, ¿qué es este reino de los cielos? Nosotros pensamos
inmediatamente en algo que tiene que ver con el más allá: la vida eterna.
Cierto, el reino de Dios se extenderá indefinidamente más allá de la vida
terrena, pero la buena noticia que Jesús nos trae - y que Juan anticipa - es no
debemos esperar el reino de Dios en el futuro: se ha acercado, de alguna manera
ya está presente y podemos experimentar desde ahora la potencia espiritual.
Dios viene a establecer su señorío en nuestra historia, en nuestra vida
cotidiana; y allí donde sea aceptado con fe y humildad, germinan el amor, la
alegría y la paz.
La condición para entrar y ser parte de este reino es hacer
un cambio en nuestra vida, es decir, convertirnos. Es dejar los caminos cómodos
pero engañosos, los ídolos de este mundo: el éxito a toda costa, el poder a
expensas de los débiles, la sed de riquezas, el placer a cualquier precio. Y
abrir en cambio el camino al Señor que viene, Él no quita nuestra libertad,
sino que nos dona la verdadera felicidad. Con el nacimiento de Jesús en Belén,
es el mismo Dios quien ha venido a habitar entre nosotros, para liberarnos del
egoísmo, del pecado y de la corrupción.
La Navidad es un día de gran alegría, también exterior, pero
es sobre todo un evento religioso para el cual se necesita una preparación
espiritual. En este tiempo de Adviento, dejémonos guiar por la exhortación de
Juan el Bautista: «Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos» (v. 3).
Nosotros preparamos el camino del Señor y allanamos sus senderos, cuando
examinamos nuestra conciencia, cuando escrutamos nuestras actitudes, cuando con
sinceridad y confianza confesamos nuestros pecados en el sacramento de la
Penitencia. En este sacramento experimentamos en nuestros corazones la cercanía
del reino de Dios y su salvación. La salvación de Dios es obra de un amor más grande
que nuestro pecado; sólo el amor de Dios puede cancelar el pecado y librarnos
del mal, y sólo el amor de Dios nos puede orientar en el camino del bien.
Que la Virgen María nos ayude a preparar el encuentro con
este Amor-siempre-más-grande que en la víspera de Navidad se hizo pequeño, como
una semilla caída en la tierra, la semilla del Reino de Dios.
(Traducción del
italiano: Griselda Mutual)
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