Texto
completo de la catequesis del Papa Francisco
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Con la
catequesis de hoy concluimos el ciclo dedicado a la misericordia. Pero la
misericordia debe continuar, ¡eh!, las catequesis terminan. Agradezcamos al
Señor por todo esto y conservémoslo en el corazón como consolación y fortaleza.
La última
obra de misericordia espiritual pide rogar a Dios por los vivos y por los
difuntos. A esta podemos unir también la última obra de misericordia corporal
que invita a enterrar a los muertos. Puede parecer una petición extraña esta
última; en cambio, en algunas zonas del mundo que viven bajo el flagelo de la
guerra, con bombardeos de día y de noche siembran temor y víctimas inocentes,
esta obra es tristemente actual. La Biblia tiene un hermoso ejemplo al
respecto: aquel del viejo Tobías, quien, arriesgando su propia vida, sepultaba
a los muertos no obstante la prohibición del rey (Cfr. Tob 1,17-19; 2,2-4).
También hoy existen algunos que arriesgan la vida para dar sepultura a las
pobres víctimas de las guerras. Por lo tanto, esta obra de misericordia corporal
no es ajena a nuestra existencia cotidiana. Y nos hace pensar a lo que sucede
el Viernes Santo, cuando la Virgen María, con Juan y algunas mujeres estaban
ante la cruz de Jesús. Después de su muerte, fue José de Arimatea, un hombre
rico, miembro del Sanedrín pero convertido en discípulo de Jesús, y ofreció
para él un sepulcro nuevo, escavado en la roca. Fue personalmente donde Pilatos
y pidió el cuerpo de Jesús: una verdadera obra de misericordia hecha con gran
valentía (Cfr. Mt 27,57-60). Para los cristianos, la sepultura es un acto de
piedad, pero también un acto de gran fe. Depositamos en la tumba el cuerpo de
nuestros seres queridos, con la esperanza de su resurrección (Cfr. 1 Cor
15,1-34). Es este un rito que perdura muy fuerte y apreciado en nuestro pueblo,
y que encuentra repercusiones especiales en este mes de noviembre dedicado en
particular al recuerdo y a la oración por los difuntos.
Rogar
por los difuntos es, sobre todo, un signo de reconocimiento por el testimonio
que nos han dejado y el bien que han hecho. Es un agradecimiento al Señor por
habérnoslos donado y por su amor y su amistad. La Iglesia ruega por los
difuntos en modo particular durante la Santa Misa. Dice el sacerdote:
«Acuérdate también, Señor, de tus hijos, que nos han precedido con el signo de
la fe y duermen ya el sueño de la paz. A ellos, Señor, y a cuantos descansan en
Cristo, concédeles el lugar del consuelo, de la luz y de la paz» (Canon
romano). Un recuerdo simple, eficaz, lleno de significado, porque encomienda a
nuestros seres queridos a la misericordia de Dios. Oremos con esperanza
cristiana que estén con Él en el paraíso, en la espera de encontrarnos juntos
en ese misterio de amor que no comprendemos, pero que sabemos que es verdad
porque es una promesa que Jesús ha hecho. Todos resucitaremos y todos
permaneceremos por siempre con Jesús, con Él.
El
recuerdo de los fieles difuntos no debe hacernos olvidar también de rogar por
los vivos, que junto a nosotros cada día enfrentan las pruebas de la vida. La
necesidad de esta oración es todavía más evidente si la ponemos a la luz de la
profesión de fe que dice: «Creo en la comunión de los santos». Es el misterio
que expresa la belleza de la misericordia que Jesús nos ha revelado. La
comunión de los santos, de hecho, indica que todos estamos inmersos en la vida
de Dios y vivimos en su amor. Todos, vivos y difuntos, estamos en la comunión,
es decir, unidos todos, ¿no?, como una unión; unidos en la comunidad de cuantos
han recibido el Bautismo, y de aquellos que se han nutrido del Cuerpo de Cristo
y forman parte de la gran familia de Dios. Todos somos de la misma familia,
unidos. Y por esto oramos los unos por los otros.
¡Cuántos
modos diversos existen para orar por nuestro prójimo! Son todos válidos y
aceptados por Dios si son hechos con el corazón. Pienso en modo particular en
las mamás y en los papás que bendicen a sus hijos en la mañana y en la noche –
todavía existe esta costumbre en algunas familias, bendecir al hijo es una
oración; pienso en la oración por las personas enfermas, cuando vamos a
visitarlos y oramos por ellos; en la intercesión silenciosa, a veces con las
lágrimas, en tantas situaciones difíciles, orar por estas situaciones
difíciles. Ayer ha venido a Misa en Santa Marta un buen hombre, un empresario.
Pero debía cerrar su fábrica porque no podía y lloraba este hombre, joven,
lloraba y decía: “Yo no puedo dejar sin trabajo a más de 50 familias. Yo podría
declarar la bancarrota de la empresa, yo me voy a casa con mi dinero, pero mi
corazón llorará toda la vida por estas 50 familias”. ¡Este es un buen
cristiano! Ora con las obras, ora: ha venido a misa a orar para que el Señor le
dé una salida, no solo para él, él lo tenía: el fracaso. No, no por él: por las
50 familias. Este es un hombre que sabe orar, con el corazón y con los hechos,
sabe orar por el prójimo. Es una situación difícil. Y no busca la vía de salida
más fácil: “Que ellos vean”, no. Este es un cristiano. Me ha hecho mucho bien
escucharlo, mucho bien. Y tal vez existen muchos así, hoy, en este momento en
el cual tanta gente sufre por la falta de trabajo; pienso también en el
agradecimiento por una bella noticia que se refiere a un amigo, un pariente, un
compañero… “ìGracias, Señor, por esta cosa bella!, también esto es orar por los
demás, así. Agradecer al Señor cuando las cosas son hermosas. A veces,
como dice San Pablo, «no sabemos orar como es debido; pero es el Espíritu que
intercede por nosotros con gemidos inefables» (Rom 8,26). Es el Espíritu que
ora dentro de nosotros. Abramos, pues, nuestro corazón, de modo que el Espíritu
Santo, escrutando los deseos que están en lo más profundo, los pueda purificar
y llevar a cumplimiento. De todos modos, por nosotros y por los demás, pidamos
siempre que se haga la voluntad de Dios, como en el Padre Nuestro, porque su
voluntad es seguramente el bien más grande, el bien de un Padre que no nos
abandona jamás: orar y dejar que el Espíritu Santo ore por nosotros. Y esto es
bello en la vida: ora agradeciendo, alabando a Dios, pidiendo algo, llorando
cuando hay alguna dificultad, como aquel hombre, muchas cosas. Pero siempre el
corazón abierto al Espíritu porque ora por nosotros, con nosotros y por
nosotros.
Concluyendo
estas catequesis sobre la misericordia, comprometámonos a orar los unos por los
otros para que las obras de misericordia corporales y espirituales se
conviertan siempre más en el estilo de nuestra vida. Las catequesis, como he
dicho al inicio, terminan aquí. Hemos hecho el recorrido de las 14 obras de
misericordia, pero la misericordia continua y debemos ejercitarla en estos 14
modos. Gracias.
(Traducción
del italiano, Renato Martinez – Radio Vaticano)
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