Texto completo
de la catequesis del Papa Francisco
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Terminado el Jubileo, hoy regresamos a la normalidad, pero
quedan todavía algunas reflexiones sobre las obras de misericordia, y así
continuamos sobre esto.
La reflexión sobre las obras de misericordia espirituales se
refiere hoy a dos acciones fuertemente relacionadas entre sí: dar buen consejo
al que lo necesita y enseñar al que no sabe, aquello que no sabe, ¿no? La
palabra ignorante es demasiado fuerte, ¿no? Pero quiere decir aquellos que no
saben algo y se les debe enseñar. Son obras que se pueden vivir sea en una
dimensión sencilla, familiar, al alcance de todos, sea – especialmente la
segunda, aquella de enseñar – en un plano más institucional, organizado.
Pensemos por ejemplo en tantos niños que todavía sufren de analfabetismo: esto
no se puede entender, que en un mundo donde el progreso técnico, científico
haya llegado tan alto, existan niños analfabetos. Esto no se puede entender; es
una injusticia. Cuantos niños sufren la falta de instrucción. Es una condición
de grande injusticia que atenta contra la dignidad de la persona misma. Sin
instrucción luego se convierte fácilmente en presa de la explotación y de las
diversas formas de lacras sociales.
La Iglesia, a lo largo de los siglos, ha sentido la exigencia
de comprometerse en el ámbito de la instrucción porque su misión de
evangelización implica el compromiso de restituir la dignidad a los más pobres.
Desde el primer ejemplo de una “escuela” fundada aquí en Roma por San Justino,
en el segundo siglo, para que los cristianos conocieran mejor la Sagrada
Escritura, hasta San José de Calasanz, que abrió las primeras escuelas
populares gratuitas de Europa, tenemos una larga lista de santos y santas que
en diversas épocas han llevado la instrucción a los más desfavorecidos,
sabiendo que a través de este camino habrían podido superar la miseria y las
discriminaciones. Cuantos cristianos, laicos, hermanos y hermanas consagrados,
sacerdotes han dado la propia vida en la instrucción, en la educación de los
niños y de los jóvenes. ¡Pero esto es grande! ¡Y yo los invito a hacer un
homenaje a ellos con un aplauso! Estos pioneros de la instrucción habían
entendido a fondo la obra de misericordia y lo habían hecho un estilo de vida
capaz de transformar la misma sociedad. ¡A través de un trabajo sencillo y
pocas estructuras han sabido restituir la dignidad a tantas personas! Y la
instrucción que daban era muchas veces orientada también al trabajo. Pensemos
en Don Bosco, en San Juan Bosco, hay algunos salesianos ahí ¡eh! Pensemos en
Don Bosco que con aquellos muchachos de la calle, con el oratorio y luego con
las escuelas, los oficios, los preparaba para el trabajo… Es así que han
surgido muchas y diversas escuelas profesionales, que instruían al trabajo
mientras educaban en los valores humanos y cristianos. La instrucción, por lo
tanto, es de verdad una peculiar forma de evangelización.
Más crece la instrucción y más las personas adquieren
certezas y conciencia, de la cual todos tenemos necesidad en la vida. Una buena
instrucción nos enseña el método crítico, que comprende también un cierto tipo
de dudas, útiles a poner preguntas y verificar los resultados alcanzados, en
vista de un conocimiento mayor. Pero la obra de misericordia de dar buen
consejo al que lo necesita no se refiere a este tipo de dudas. Expresar la
misericordia hacia los que tiene dudas equivale, en cambio, a disminuir aquel
dolor y aquel sufrimiento que proviene del miedo y de la angustia que son
consecuencias de las dudas. Es por lo tanto un acto de verdadero amor con el
cual se busca sostener a una persona en la debilidad provocada por la
incertidumbre.
Pienso que alguien podría decirme: “Padre, pero yo tengo
tantas dudas sobre la fe, ¿Qué cosa debo hacer? ¿Usted no tiene jamás dudas?”.
Tengo muchas, ¡Eh! Tengo muchas… ¡Cierto que en algunos momentos a todos nos
surgen dudas! Las dudas que tocan la fe, en sentido positivo, son un signo que
queremos conocer mejor y más a fondo a Dios, Jesús, y el misterio de su amor
hacia nosotros. “Pero, yo tengo esta duda… busco, estudio, veo o pido un
consejo, como hacer…”. Estas dudas nos hacen crecer. Pues, es bueno que nos
pongamos preguntas sobre nuestra fe, para que de este modo seamos empujados a
profundizarla. Las dudas, de todos modos, también son superadas. Por esto, es
necesario escuchar la Palabra de Dios, y comprender cuanto nos enseña. Un
camino importante que ayuda mucho en esto es aquel de la catequesis, con la
cual el anuncio de la fe viene a nuestro encuentro en lo concreto de la vida
personal y comunitaria. Y existe al mismo tiempo, otro camino igualmente
importante, aquel de vivir lo más posible la fe. No hagamos de la fe una teoría
abstracta donde las dudas se multiplican. Más bien, hagamos de la fe nuestra
vida. Busquemos practicarla en el servicio a los hermanos, especialmente a los
más necesitados. Y entonces, tantas dudas desaparecerán, porque sentimos la
presencia de Dios y la verdad del Evangelio en el amor que, sin merito nuestro,
habita en nosotros y lo compartimos con los demás.
Como se puede ver, queridos hermanos y hermanas, también
estas dos obras de misericordia no están lejos de nuestra vida. Cada uno de
nosotros puede comprometerse en vivirlas para poner en práctica la palabra del
Señor cuando dice que el misterio del amor de Dios no ha sido revelado a los
sabios y a los inteligentes, sino a los pequeños (Cfr. Lc 10,21; Mt 11,25-26).
Por lo tanto, la enseñanza más profunda que estamos llamados a transmitir y la
certeza más segura para salir de la duda, es el amor de Dios con el cual somos
amados (Cfr. 1 Jn 4,10). Un amor grande, gratuito y dado para siempre. Pero,
¡Dios jamás da marcha atrás con su amor, jamás! Va siempre adelante, se queda
ahí, es dado para siempre este amor del cual debemos sentir una fuerte
responsabilidad, para ser sus testimonios ofreciendo misericordia a nuestros
hermanos. Gracias.
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