Texto de las palabras
del Papa a la hora del Ángelus dominical:
Queridos hermanos y
hermanas, ¡buenos días!
A pocos días de distancia de
la Solemnidad de Todos los Santos y de la Conmemoración de todos los fieles
difuntos, la Liturgia de este domingo nos invita aún a reflexionar sobre el
misterio de la resurrección de los muertos.
El Evangelio (Cfr. Lc 20,
27-38) presenta a Jesús confrontándose con algunos saduceos, que no creían en
la resurrección y concebían la relación con Dios sólo en la dimensión de la
vida terrenal. Y por tanto, para ridiculizar la resurrección y poner a Jesús en
aprietos, le presentan un caso paradójico y absurdo: una mujer que ha tenido
siete maridos, todos hermanos entre sí, los cuales, uno tras otro, han muerto.
Y he aquí entonces la pregunta maliciosa dirigida a Jesús: Aquella mujer, en la
resurrección, ¿de quién será esposa? (v. 33).
Jesús no cae en la trampa y
reafirma la verdad de la resurrección, explicando que la existencia después de
la muerte será diversa de la de la tierra. Él hace comprender a sus
interlocutores que no es posible aplicar las categorías de este mundo a las
realidades que van más allá y que son más grandes de lo que vemos en esta vida.
En efecto, dice: “En este
mundo los hombres y las mujeres se casan, pero los que sean juzgados dignos de
participar del mundo futuro y de la resurrección, no se casarán” (vv. 34-35).
Con estas palabras, Jesús desea explicar que en este mundo vivimos de
realidades provisorias, que terminan; en cambio, en el más allá, después de la
resurrección, ya no tendremos la muerte como horizonte y viviremos todo,
también las relaciones humanas, en la dimensión de Dios, de manera
transfigurada.
También el matrimonio, signo
e instrumento del amor de Dios en este mundo, resplandecerá transformado en
plena luz en la comunión gloriosa de los santos en el Paraíso.
Los “hijos del cielo y de la
resurrección” no son pocos privilegiados, sino que son todos los hombres y
todas las mujeres, porque la salvación traída por Jesús es para cada uno de
nosotros. Y la vida de los resucitados será semejante a la de los ángeles (Cfr.
v. 36), es decir toda inmersa en la luz de Dios, toda dedicada a su alabanza,
en una eternidad plena de alegría y de paz.
¡Pero atención! La
resurrección no es sólo el hecho de resurgir después de la muerte, sino que es
un nuevo tipo de vida que ya experimentamos en el hoy; es la victoria
sobre la nada que ya podemos pregustar. ¡La resurrección es el fundamento de la
fe y de la esperanza cristiana! Si no existiera la referencia al Paraíso y a la
vida eterna, el cristianismo se reduciría a una ética, a una filosofía de vida.
En cambio, el mensaje de la fe cristiana viene del cielo, es revelado por Dios
y va más allá de este mundo. Creer en la resurrección es esencial, a fin de que
cada acto nuestro de amor cristiano no sea efímero y con finalidad en sí mismo,
sino que se convierta en una semilla destinada a abrirse en el jardín de Dios,
y producir frutos de vida eterna.
Que la Virgen María, Reina
del cielo y de la tierra, nos confirme en la esperanza de la resurrección y nos
ayude a hacer fructificar en obras buenas la palabra de su Hijo sembrada en
nuestros corazones.
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