Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El pasaje
del Evangelio de hoy (Lc 21,5-19) contiene la primera parte del
discurso de Jesús sobre los últimos tiempos, en la redacción de San Lucas.
Jesús lo pronuncia mientras se encuentra de frente al templo de Jerusalén y se
inspira en las expresiones de admiración de la gente por la belleza del
santuario y de sus decoraciones (cfr v. 5). Entonces Jesús dice: “De todo lo
que ustedes contemplan, un día no quedará piedra sobre piedra: todo será
destruido” (v. 6).¡Podemos imaginar el efecto de estas palabras sobre los
discípulos de Jesús! Pero Él no quiere ofender el templo, sino hacerles
entender a ellos y también a nosotros hoy que las construcciones humanas, aun las
más sagradas, son pasajeras y no hay que poner en ellas nuestra seguridad.
¡Cuántas presuntas certezas en nuestra vida pensábamos que eran definitivas y
después se revelaron efímeras! Por otro lado, ¡cuántos problemas nos parecían
sin salida y luego se superaron!
Jesús sabe
que existe siempre quien especula sobre la necesidad humana de seguridades. Por
eso dice: “Tengan cuidado, no se dejen engañar” (v. 8), y pone en
guardia de tantos falsos mesías que se presentarían (v. 9). ¡También hoy
existen! Y agrega que no hay que dejarse aterrorizar y desorientar por guerras,
revoluciones y calamidades, porque también éstas forman parte de la realidad de
este mundo (cfr. vv. 10-11). La historia de la Iglesia es rica de
ejemplos de personas que han soportado tribulaciones y sufrimientos terribles
con serenidad, porque tenían la conciencia de estar seguramente en las manos de
Dios. Él es un Padre fiel, es un Padre premuroso, que no abandona a sus hijos.
¡Dios no nos abandona nunca! Esta certeza tenemos que tenerla en el corazón:
¡Dios no nos abandona nunca!
Permanecer
firmes en el Señor, en esta certeza que Él no nos abandona, caminar en la
esperanza, trabajar para construir un mundo mejor, no obstante las dificultades
y los acontecimientos tristes que marcan la existencia personal y colectiva, es
lo que verdaderamente cuenta; es lo que la comunidad cristiana está llamada a
hacer para ir al encuentro del “día del Señor”. Precisamente en esta
perspectiva queremos colocar el compromiso que nace de estos meses en los
cuales hemos vivido con fe el Jubileo Extraordinario de la Misericordia, que
hoy se concluye en las Diócesis de todo el mundo con el cierre de las Puertas
Santas en las iglesias catedrales. El Año Santo nos ha solicitado, por una
parte, a tener fija la mirada hacia el cumplimiento del Reino de Dios, y por
otra, a construir el futuro sobre esta tierra, trabajando para evangelizar el
presente, para hacerlo un tiempo de salvación para todos.
Jesús en el
Evangelio nos exhorta a tener bien firme en la mente y en el corazón la certeza
que Dios conduce nuestra historia y conoce el fin último de las cosas y de los
eventos. Bajo la mirada misericordiosa del Señor se devana la historia en su
fluir incierto y en su entrecruce de bien y de mal. Pero todo aquello que
sucede está conservado en Él; nuestra vida no se puede perder porque está en
sus manos. Recemos a la Virgen María para que nos ayude a través de los acontecimientos
felices y tristes de este mundo, a mantener firme la esperanza de la eternidad
y del Reino de Dios. Recemos a la Virgen María, para que nos ayude a entender
en profundidad esta verdad: ¡Dios nunca abandona a sus hijos!
Palabras
del Papa después de la oración a la Madre de Dios:
Queridos
hermanos y hermanas,
en esta
semana ha sido restituido a la devoción de los fieles el más antiguo crucifijo
de madera de la Basílica de San Pedro, que se remonta al siglo catorce. Después
de un laborioso restauro, ha vuelto al antiguo esplendor y será colocado en la
capilla del Santísimo Sacramento, en recuerdo del Jubileo de la Misericordia.
Se celebra
hoy en Italia la tradicional Jornada del Agradecimiento por los frutos de la
tierra y del trabajo humano. Me asocio a los Obispos para desearles que la
madre tierra sea siempre cultivada en modo sostenible. La Iglesia está cerca
con simpatía y reconocimiento al mundo agrícola y exhorta a no olvidar cuántos,
en varias partes del mundo, están privados de los bienes esenciales como el
alimento y el agua.
Los saludo
a todos ustedes, familias, parroquias, asociaciones y fieles que han venido de
Italia y de tantas partes del mundo. En particular, saludo y agradezco a las
asociaciones que en estos días han animado el Jubileo de las personas marginadas. ¡Muchísimas gracias por el trabajo y por la ayuda! Saludos a los
peregrinos procedentes de Río de Janeiro, Salerno, Piacenza, Veroli e Acri,
como también el consultorio “La famiglia” de Milán y las Fraternidades
italianas de la Orden secular Trinitaria.
A todos les
deseo un feliz domingo. Por favor, no se olviden de rezar por mí. ¡Buen
almuerzo y hasta pronto!
(Traducción
del italiano: María Cecilia Mutual, Radio Vaticano)
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