Texto completo y de la catequesis del Papa Francisco
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
La vida de Jesús, sobre todo en los tres años de su
ministerio público, ha sido un incesante encuentro con las personas. Entre
ellas, un lugar especial lo han tenido los enfermos. ¡Cuántas páginas de los
Evangelios narran estos encuentros! El paralítico, el ciego, el leproso, el
endemoniado, el epiléptico, e innumerables enfermos de todo tipo… Jesús se ha
hecho cercano a cada uno de ellos y los ha sanado con su presencia y la
potencia de su fuerza sanadora. Por lo tanto, no puede faltar, entre las Obras
de misericordia, aquella de visitar y asistir a las personas enfermas.
Junto a esta podemos poner también aquella de estar cerca a
las personas que se encuentran en la cárcel. De hecho, sean los enfermos que
los encarcelados viven en una condición que limita su libertad. ¡Y justamente
cuando nos falta, nos damos cuenta de cuanto esta sea preciosa! Jesús nos ha
donado la posibilidad de ser libres no obstante los límites de la enfermedad y
de las restricciones. Él nos ofrece la libertad que proviene de su encuentro y
del sentido nuevo que este encuentro trae a nuestra condición personal.
Con estas Obras de misericordia el Señor nos invita a un
gesto de grande humanidad: el compartir. Recordemos estas palabras: el
compartir. Quien está enfermo, muchas veces se siente solo. No podemos ocultar
que, sobre todo en nuestros días, justamente en la enfermedad se tiene la
experiencia más profunda de la soledad que atraviesa gran parte de la vida.
¡Una visita puede hacer sentir a la persona enferma menos sola y un poco de
compañía es una óptima medicina! Una sonrisa, una caricia, un apretón de manos son
gestos simples, pero muy importantes para quien se siente estar abandonado a sí
mismo. ¡Cuántas personas se dedican a visitar a los enfermos en los hospitales
o en sus casas! Es una obra de voluntariado impagable. Cuando es realizada en
el nombre del Señor, entonces se convierte también en expresión elocuente y
eficaz de misericordia. ¡No dejemos solas a las personas enfermas! No impidamos
les impidamos encontrar alivio y a nosotros de ser enriquecidos por la
cercanía, con quien sufre. Los hospitales son verdaderas “catedrales del
dolor”, donde también se hace evidente la fuerza de la caridad que sostiene y
siente compasión.
De la misma manera, pienso a quienes están encerrados en la
cárcel. Jesús no se ha olvidado ni siquiera de ellos. Poniendo la visita a los
encarcelados entre las obras de misericordia, ha querido invitarnos, en primer
lugar, a no hacernos jueces de nadie. Cierto, si uno está en la cárcel es
porque se ha equivocado, no ha respetado la ley y la convivencia civil. Por eso
en la prisión, está descontando su pena. Pero cualquier cosa pueda haber hecho
un encarcelado, él es siempre amado por Dios. ¿Quién puede entrar en lo íntimo
de su conciencia para entender que siente? ¿Quién puede comprender el dolor y
el remordimiento? Es demasiado fácil lavarse las manos afirmando que se ha
equivocado. Un cristiano está llamado más bien a hacerse cargo, para que quien
se ha equivocado comprenda el mal realizado y vuelva a sí mismo. La falta de
libertad es sin duda una de las privaciones más grandes para el ser humano. Si
a esta se agrega el degrado por las condiciones a menudo sin humanidad en la
cuales estas personas se encuentran viviendo, entonces es realmente el caso en
el que un cristiano se siente provocado a hacer de todo para restituir su dignidad.
Visitar a las personas en la cárcel es una obra de
misericordia que sobre todo hoy asume un valor particular por las diversas
formas de justicialismo al cual estamos sometidos. Por lo tanto, nadie apunte
el dedo contra alguien. En cambio, todos volvámonos instrumentos de
misericordia, con actitudes de comunión y de respeto. Pienso a menudo en los
encarcelados… pienso a menudo, los llevo en el corazón. Me pregunto qué los ha
llevado a delinquir y cómo hayan podido ceder a las diversas formas del mal. Sin
embargo, junto a estos pensamientos siento que tienen todos necesidad de
cercanía y de ternura, porque la misericordia de Dios cumple prodigios.
¡Cuántas lágrimas he visto derramarse sobre las mejillas de prisioneros que
quizás, jamás en su vida habían llorado! Y esto sólo porque se sintieron
acogidos y amados.
Y no olvidemos que también Jesús y los apóstoles han tenido
la experiencia de la prisión. En los relatos de la Pasión conocemos los
sufrimientos a los cuales el Señor ha sido sometido: capturado, arrastrado como
un malhechor, ridiculizado, flagelado, coronado con espinas… ¡Él, el único
inocente! Y también San Pedro y San Pablo estuvieron en la cárcel (Cfr. Hech
12,5; Fil 1,12-17). El domingo pasado – que ha sido el domingo del Jubileo de
los encarcelados – en la tarde ha venido a verme un grupo de encarcelados
padanos. Yo les pregunte qué cosa habrían hecho al día siguiente, antes de
regresar a Padua. Me han dicho: “Iremos a la cárcel Mamertina para compartir la
experiencia de San Pablo”. Es bello… escuchar esto me ha hecho bien. Estos
encarcelados querían visitar a Pablo prisionero. Es una cosa bella. A mí me ha
hecho bien. Y también allí, en prisión, han rezado y evangelizado. Es
conmovedora la página de los Hechos de los Apóstoles en la cual se relata la
reclusión de Pablo: se sentía sólo y deseaba que alguno de los amigos lo
visitara (Cfr. 2 Tim 4,9-15). Se sentía solo porque la gran mayoría lo había
dejado solo… el gran Pablo.
Estas obras de misericordia, como se ve, son antiguas y sin
embargo siempre actuales. Jesús ha dejado aquello que estaba haciendo para ir a
visitar a la suegra de Pedro; una antigua obra de caridad. Jesús lo ha hecho.
No caigamos en la indiferencia, mas volvámonos instrumentos de la misericordia
de Dios. Todos nosotros podemos ser instrumentos de la misericordia de Dios y
esto hará más bien a nosotros que a los demás porque la misericordia pasa a
través de un gesto, una palabra, una visita. Y esta misericordia es un acto
para restituir alegría y dignidad a quien la ha perdido. Gracias.
(Traducción del italiano, María Cecilia Mutual, Renato
Martinez – Radio Vaticano)
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