Texto de las palabras del Papa
Francisco antes de rezar el Ángelus:
Queridos hermanos y hermanas,
¡buenos días!
Hoy en la Iglesia comienza un nuevo año litúrgico, es decir
un nuevo camino de fe del pueblo de Dios. Y como siempre, comenzamos con el
Adviento. La página del Evangelio (Cfr. Mt 24, 37-44)
nos introduce en uno de los temas más sugestivos del tiempo de Adviento: la
visita del Señor a la humanidad.
La primera visita – sabemos – se produjo con la Encarnación,
el nacimiento de Jesús en la gruta de Belén; la segunda acontece en el
presente: el Señor nos visita continuamente, cada día, camina a nuestro lado y
es una presencia de consolación; en fin, se producirá la tercera, la última
visita, que profesamos cada vez que rezamos el Credo: “De nuevo
vendrá en la gloria para juzgar a los vivos y a los muertos”.
El Señor nos habla hoy de esta última visita suya, la que se
producirá al final de los tiempos, y nos dice dónde llegará nuestro camino.
La Palabra de Dios hace resaltar el contraste entre el
desarrollo normal de las cosas, la rutina cotidiana, y la
venida improvisa del Señor. Dice Jesús: “En los días que precedieron al
diluvio, la gente comía, bebía y se casaba, hasta que Noé entró en el arca; y
no sospechaban nada, hasta que llegó el diluvio y los arrastró a todos” (vv.
38-39), así dice Jesús.
Nos sorprende siempre pensar en las horas que preceden una
gran calamidad: todos están tranquilos, hacen las cosas habituales sin darse
cuenta de que su vida está a punto de ser alterada. Ciertamente el Evangelio no
quiere atemorizarnos, sino abrir nuestro horizonte a la dimensión ulterior,
más grande, que por una parte relativiza las cosas de cada día, pero al mismo
tiempo las hace preciosas, decisivas. La relación con el
Dios-que-viene-a-visitarnos da a cada gesto, a cada cosa una luz diversa, un
espesor, un valor simbólico.
De esta perspectiva proviene también una invitación a la sobriedad,
a no ser dominados por las cosas de este mundo, por las realidades materiales,
sino más bien a gobernarlas. Si, por el contrario, nos dejamos condicionar y
arrollar por ellas, no podemos percibir que hay algo muy importante: nuestro
encuentro final con el Señor. Y esto es lo importante. Eso, aquel encuentro. Y
las cosas de cada día deben tener este horizonte, deben ser dirigidas hacia
aquel horizonte. Este encuentro con el Señor que viene por nosotros. En aquel
momento, como dice el Evangelio, “De dos hombres que estén en el campo, uno
será llevado y el otro dejado” (v. 40). Es una invitación a la vigilancia,
porque al no saber cuándo vendrá Él, es necesario estar siempre listos para
partir.
En este tiempo de Adviento, estamos llamados a ampliar el
horizonte de nuestro corazón, a dejarnos sorprender por la vida que se presenta
cada día con sus novedades. Para hacer esto es necesario aprender a no depender
de nuestras seguridades, de nuestros esquemas afianzados, porque el Señor viene
en la hora en que no lo imaginamos. Viene para introducirnos en una dimensión
más bella y más grande.
Que la Madre, Virgen del Adviento, nos ayude a no
considerarnos propietarios de nuestra vida, a no hacer resistencia cuando el
Señor viene para cambiarla, sino a estar preparados para dejarnos visitar por
Él, huésped esperado y grato incluso si cambia nuestros planes.
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