Texto
completo de la Declaración Conjunta firmada por el Papa Francisco y Tawadros II
DECLARACIÓN FINAL DE SU SANTIDAD
FRANCISCO Y SU SANTIDAD TAWADROS II
1. Nosotros, Francisco,
Obispo de Roma y Papa de la Iglesia Católica, y Tawadros II, Papa de Alejandría
y Patriarca de la Sede de San Marcos, damos gracias a Dios en el Espíritu Santo
porque nos ha concedido la gozosa oportunidad de encontrarnos una vez más para
intercambiar nuestro abrazo fraternal y unirnos de nuevo en una misma oración.
Damos gloria al Todopoderoso por los vínculos de fraternidad y amistad que unen
la Sede de San Pedro y la Sede de San Marcos. El privilegio de estar juntos
aquí en Egipto es una señal de que nuestra relación es cada año más sólida, y
de que seguimos creciendo en cercanía, fe y amor en Cristo nuestro Señor. Damos
gracias a Dios por este amado Egipto, «patria que vive dentro de nosotros»,
como solía decir Su Santidad el Papa Shenouda III, «el pueblo bendecido por
Dios» (cf. Is 19,25), con su antigua civilización faraónica, su herencia griega
y romana, su tradición copta y su presencia islámica. Egipto es el lugar donde
la Sagrada Familia encontró refugio, tierra de mártires y santos.
2. Nuestro profundo vínculo
de amistad y fraternidad tiene su origen en la plena comunión que existía entre
nuestras Iglesias en los primeros siglos y que se fue expresando de muchas
maneras a través de los primeros Concilios Ecuménicos, remontándose al Concilio
de Nicea en el año 325 y a la contribución del valeroso Padre de la Iglesia san
Atanasio, que se ganó el título de «Defensor de la Fe». Nuestra comunión se
manifestaba a través de la oración y de prácticas litúrgicas similares, de la
veneración de los mismos mártires y santos, y a través del crecimiento y
difusión del monaquismo, siguiendo el ejemplo del gran san Antonio, conocido
como el Padre de todos los monjes.
Esta experiencia común de comunión antes de la
separación reviste un significado especial para nuestros esfuerzos actuales,
encaminados a restaurar la plena comunión. La mayor parte de las relaciones que
existieron en los primeros siglos entre la Iglesia Católica y la Iglesia Copta
Ortodoxa han continuado hasta nuestros días, a pesar de las divisiones, y han
sido recientemente revitalizadas. Suponen un desafío para que intensifiquemos
nuestros esfuerzos comunes y perseveremos en la búsqueda de la unidad visible
en la diversidad, bajo la guía del Espíritu Santo.
3. Recordamos con gratitud
el histórico encuentro que tuvo lugar hace cuarenta y cuatro años entre
nuestros predecesores, el Papa Pablo VI y el Papa Shenouda III, en un abrazo de
paz y fraternidad, después de muchos siglos, cuando nuestros mutuos vínculos de
amor no fueron capaces de expresarse a causa de la distancia que había surgido
entre nosotros. La Declaración Común que firmaron el 10 de mayo de 1973 representó
un hito en el camino del ecumenismo y sirvió como punto de partida para la
Comisión para el Diálogo Teológico entre nuestras Iglesias, que ha dado muchos
frutos y ha abierto el camino para un diálogo más amplio entre la Iglesia
Católica y la entera familia de las Iglesias Ortodoxas Orientales. En esa
Declaración, nuestras Iglesias reconocieron que, de acuerdo con la tradición
apostólica, profesan «una misma fe en un solo Dios Uno y Trino» y «la divinidad
del Unigénito Hijo Encarnado de Dios... Dios perfecto con respecto a su
divinidad, y perfecto hombre con respecto a su humanidad». También se reconoció
que «la vida divina nos es dada y alimentada a través de los siete sacramentos»
y que «veneramos a la Virgen María, Madre de la Luz Verdadera», la «Theotokos».
4. Con profunda gratitud
recordamos nuestro encuentro fraterno en Roma, el 10 de mayo de 2013, y el
establecimiento del 10 de mayo como el día en el que cada año profundizamos la
amistad y la fraternidad entre nuestras Iglesias. Este renovado espíritu de
cercanía nos ha permitido discernir una vez más que el vínculo que nos mantiene
unidos lo recibimos de nuestro único Señor el día de nuestro Bautismo. Porque
es a través del Bautismo que nos convertimos en miembros del único Cuerpo de
Cristo que es la Iglesia (cf.1Co 12,13). Esta herencia común es la base de
nuestra peregrinación hacia la plena comunión, a medida que crecemos en el amor
y la reconciliación.
5. Somos conscientes de que
en esta peregrinación aún nos queda mucho camino por recorrer, sin embargo, no
podemos ignorar lo mucho que ya hemos avanzado. Recordamos, en particular, el
encuentro entre el Papa Shenouda III y san Juan Pablo II que, durante el Gran
Jubileo del año 2000, vino a Egipto como peregrino. Estamos decididos a seguir
sus pasos, movidos por el amor a Cristo, Buen Pastor, con la profunda
convicción de que caminando juntos crecemos en la unidad. Que sepamos encontrar
nuestra fuerza en Dios, fuente perfecta de comunión y amor.
6. Este amor encuentra su
expresión más profunda en la oración común. Cuando los cristianos oran juntos,
se dan cuenta de que lo que los une es mucho más de lo que los divide. Nuestro
anhelo de unidad se inspira en la oración de Cristo «que todos sean uno» (Jn
17,21). Profundicemos nuestras raíces comunes en la única fe apostólica,
rezando juntos y buscando traducciones comunes de la Oración del Señor y
también una fecha común para la celebración de la Pascua.
7. Mientras caminamos hacia
el día bendito en que finalmente podamos reunirnos en torno a la misma mesa
Eucarística, podemos cooperar en muchas áreas y demostrar de manera tangible lo
mucho que ya nos une. Podemos dar juntos un testimonio de los valores
fundamentales como la santidad y la dignidad de la vida humana, la santidad del
matrimonio y de la familia, y el respeto por toda la creación, que Dios nos ha
confiado. Frente a muchos desafíos actuales como la secularización y la
globalización de la indiferencia, estamos llamados a ofrecer una respuesta
común cimentada en los valores del Evangelio y en los tesoros de nuestras
respectivas tradiciones. A este respecto, nos sentimos animados a profundizar
en el estudio de los Padres Orientales y Latinos, y a promover un fecundo
intercambio en la vida pastoral, principalmente en la catequesis y en el mutuo
enriquecimiento espiritual entre comunidades monásticas y religiosas.
8. Nuestro testimonio
cristiano compartido es una señal, llena de gracia, de reconciliación y
esperanza para la sociedad egipcia y sus instituciones, una semilla plantada
para que produzca frutos de justicia y de paz. Puesto que creemos que todos los
seres humanos son creados a imagen de Dios, nos afanamos para que la
tranquilidad y la concordia sean una realidad de la coexistencia pacífica entre
cristianos y musulmanes, dando así testimonio de lo mucho que Dios desea la
unidad y armonía de toda la familia humana y la igual dignidad de todo ser
humano. Compartimos también la misma preocupación por el bienestar y el futuro
de Egipto. Todos los miembros de la sociedad tienen el derecho y el deber de
participar plenamente en la vida de la nación, pudiendo disfrutar de una
ciudadanía plena y equitativa, y colaborar en la construcción de su país. La
libertad religiosa, incluida la libertad de conciencia, arraigada en la dignidad
de la persona, es la piedra angular de todas las demás libertades. Es un
derecho sagrado e inalienable.
9. Intensifiquemos nuestra
incesante oración por todos los cristianos de Egipto y de todo el mundo y,
especialmente, por los de Oriente Medio. Las trágicas experiencias y la sangre
derramada por nuestros fieles, que han sido perseguidos y asesinados por la
única razón de ser cristianos, nos recuerdan aún más que el ecumenismo del
martirio es el que nos une y nos anima en el camino hacia la paz y la
reconciliación. Porque como escribe san Pablo: «Si un miembro sufre, todos
sufren con él» (1Co 12, 26).
10. El misterio de Jesús, que murió y resucitó
por amor, está en el corazón de nuestro camino hacia la plena unidad. Una vez
más, los mártires son quienes nos guían. En la Iglesia primitiva, la sangre de
los mártires fue semilla de nuevos cristianos. Así también en nuestros días, la
sangre de tantos mártires será semilla de unidad entre todos los discípulos de
Cristo, signo e instrumento de comunión y paz para el mundo.
11. En obediencia a la acción del Espíritu
Santo que santifica a la Iglesia, la custodia a lo largo de los siglos y la
conduce hacia la unidad plena, aquella unidad por la que oró Jesucristo:
Hoy, nosotros, Papa Francisco y Papa Tawadros II,
para complacer al corazón del Señor Jesús, así como también al de nuestros
hijos e hijas en la fe, declaramos mutuamente que, con una misma mente y un
mismo corazón, procuraremos sinceramente no repetir el bautismo a ninguna
persona que haya sido bautizada en algunas de nuestras Iglesias y quiera unirse
a la otra. Esto lo confesamos en obediencia a las Sagradas Escrituras y a la fe
de los tres Concilios Ecuménicos reunidos en Nicea, Constantinopla y Éfeso.
Pedimos a Dios nuestro Padre que nos guíe, con los
tiempos y los medios que el Espíritu Santo elija, a la plena unidad en el
Cuerpo místico de Cristo.
12. Sigamos pues las enseñanzas y el ejemplo
del apóstol Pablo, que escribe: «[Esforzaos] en mantener la unidad del Espíritu
con el vínculo de la paz. Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es
la esperanza de la vocación a la que habéis sido convocados. Un Señor, una fe,
un bautismo. Un Dios, Padre de todos, que está sobre todos, actúa por medio de
todos y está en todos» (Ef 4, 3-6).
No hay comentarios:
Publicar un comentario