Texto y Audio de la homilía del Papa pronunciada en Carpi
Las Lecturas de hoy nos hablan del Dios de la vida, que vence
la muerte. Detengámonos, en particular, sobre el último de los signos
milagrosos que Jesús realiza antes de su Pascua, en el sepulcro de su amigo
Lázaro.
Ahí todo parece terminado: la tumba está cerrada y la piedra
es grande; entorno hay solo llanto y desolación. También Jesús está estremecido
por el misterio dramático de la perdida de una persona querida: “Se conmovió
profundamente” y estaba “muy turbado” (Jn, 11,33). Después “estalló en llanto”
(v. 35) y fue al sepulcro, dice el Evangelio, “todavía conmovido una vez más”
(v. 38). Y este es el corazón de Dios: lejano del mal pero cercano a quien
sufre; no hace desaparecer el mal mágicamente, sino que comparte el
sufrimiento, lo hace propio y lo transforma habitándolo.
Pero notemos que, en medio de la desolación general por la
muerte de Lázaro, Jesús no se deja llevar por el desánimo, Jesús no se
deja transportar por la desesperación. Aun sufriendo Él mismo, pide que se
crea firmemente; no se cierra en el llanto, sino que conmovido se pone en
camino hacia el sepulcro. No se deja capturar del ambiente emotivo resignado
que lo circunda, sino que reza con confianza y dice: “Padre, ti doy gracias”
(v. 41). Así, en el misterio del sufrimiento, frente al cual el pensamiento y
el progreso se rompen como moscas sobre el vidrio, Jesús nos ofrece el ejemplo
de cómo comportarse: no huye del sufrimiento, que pertenece a esta vida, pero
no se deja aprisionar por el pesimismo.
En torno al sepulcro se realiza así un gran
encuentro-desencuentro. Por una parte está la gran desilusión, la precariedad
de nuestra vida mortal que, atravesada por la angustia de la muerte,
experimenta muy seguido la derrota, una oscuridad interior que parece
insuperable. Nuestra alma, creada para la vida, sufre sintiendo que su
sed de eterno bien es oprimida por "un mal antiguo y oscuro". Por
una parte es ésta derrota del sepulcro. Pero de la otra parte está la esperanza
que vence la muerte y el mal y que tiene un nombre; la esperanza se llama:
Jesús. Él no trae un poco de bienestar o algún remedio para alargar la vida,
pero proclama: “Yo soy la resurrección y la vida; quien cree en mí aunque
muera, vivirá” (v. 25). Por esto dice: “quiten la piedra”(v. 39) y a Lázaro
grita con voz fuerte: “Sal fuera” (v. 43).
Queridos hermanos y hermanas, también nosotros estamos
invitados a decidir de qué parte estar. Se puede estar de parte del sepulcro o
se puede estar de parte de Jesús. Hay quienes se dejan encerrar por la tristeza
y quien se abre a la esperanza. Hay quienes se quedan atrapados en las ruinas
de la vida, y quienes, como ustedes, con la ayuda de Dios, reconstruyen con
paciente esperanza.
Frente a los grandes "por qué" de la vida tenemos
dos caminos: quedarse mirando melancólicamente las tumbas de ayer y de hoy, o
acercar a Jesús a nuestros sepulcros. Sí, porque cada uno de nosotros tiene un
pequeño sepulcro, un área un poco muerta dentro del corazón: una herida, un mal
sufrido o realizado, un rencor que no amainó, un remordimiento que regresa
constantemente, un pecado que no se puede superar. Identifiquemos hoy estos
nuestros pequeños sepulcros que tenemos dentro y allí invitemos a Jesús. Es
extraño, pero a menudo preferimos estar solos en las grutas oscuras que
llevamos dentro, en vez de invitar a Jesús; estamos tentados de buscarnos
siempre a nosotros mismos, dando vueltas y hundiéndonos en la angustia,
lamiéndonos las heridas, en lugar de ir a Él, que nos dice: "Vengan a mí
todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré." (Mt 11:28).
No nos dejemos aprisionar por la tentación de quedarnos solos y desesperanzados
sintiendo lástima por nosotros mismos por lo que nos sucede; no cedamos a la
lógica inútil y no concluyente del miedo, repitiendo resignados que todo está
mal y nada es como antes. Esta es la atmósfera del sepulcro; el Señor, en
cambio, quiere abrir el camino de la vida, aquel del encuentro con Él, de
la confianza en Él, de la resurrección del corazón. La vía del "Levántate",
¡levántate, sal!, esto es lo que nos dice el Señor, y Él está al lado nuestro
para hacerlo.
Sentimos entonces, dirigidas a cada uno de nosotros, las
palabras de Jesús a Lázaro: "¡Sal!"; sal del atasco de la tristeza
sin esperanza; disuelve las vendas de miedo que obstruyen el camino; los lazos
de las debilidades y de las preocupaciones que te bloquean, repite que Dios
desata los nudos. En el seguimiento de Jesús aprendemos a no atar
nuestras vidas en torno a los problemas que se enredan: siempre habrá
problemas, siempre, y, cuando resolvemos uno, puntualmente llega otro. Podemos,
sin embargo, encontrar una nueva estabilidad, y esta estabilidad es
precisamente Jesús,esta estabilidad se llama: Jesús, que es la resurrección y
la vida: con él la alegría habita en el corazón, renace la esperanza, el dolor
se transforma en paz, el temor en confianza, la prueba en ofrenda de amor. Y
aunque los pesos no faltarán, siempre estará su mano que levanta, su Palabra
que alienta y nos dice a todos, a cada uno de nosotros: "¡Sal! ¡Ven a mí!
". Nos dice a todos: no tengan miedo.
También a nosotros, hoy como entonces, Jesús nos dice:
"Quítate la piedra." Por cuan pesado sea el pasado, grande el pecado,
fuerte la vergüenza, nunca bloqueemos el ingreso del Señor. Quitemos delante de
Él aquella piedra que le impide entrar: este es el tiempo favorable para
remover nuestro pecado, nuestro apego a las vanidades del mundo, el orgullo que
nos bloquea el alma. Tantas enemistades entre nosotros, en las familias, tantas
cosas... y este es el tiempo favorable para remover todas estas cosas.
Visitados y liberados por Jesús, pidamos la gracia de ser
testigos de vida en este mundo que tiene sed, testigos que suscitan y resucitan
la esperanza de Dios en los corazones cansados y
abrumados por la tristeza. Nuestro anuncio es la alegría del Señor viviente,
que aún hoy dice, como a Ezequiel: "Yo voy a abrir las tumbas de ustedes,
los haré salir de ellas, y los haré volver, pueblo mío, a la tierra de
Israel" (Ez 37,12). (Griselda Mutual y jesuita Guillermo Ortiz - Radio
Vaticana)
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