«Es además urgentísimo que se renueve en todos, sacerdotes, religiosos y laicos, la conciencia de la absoluta necesidad de la pastoral familiar como parte integrante de la pastoral de la Iglesia, Madre y Maestra. Repito con convencimiento la llamada contenida en la Familiaris consortio: “...cada Iglesia local y, en concreto, cada comunidad parroquial debe tomar una conciencia más viva de la gracia y de la responsabilidad que recibe del Señor, en orden a la promoción de la pastoral familiar. Los planes de pastoral orgánica, a cualquier nivel, no deben prescindir nunca de tomar en consideración la pastoral de la familia” (n. 70).


15 de marzo de 2015

REFLEXIONES EN FRONTERA



(Radio Vaticana) - Mientras elegía una mochila en el negocio, la vendedora me preguntó si la cruz blanca que llevaba en el pecho iluminaba. “Bueno –le respondí- estas diciendo algo muy espiritual y religioso, porque la cruz ciertamente ilumina”. Y aclaró: “¿Es como esas imágenes que brillan en la oscuridad?”.

La cruz sanadora y la luz de la fe, frente a las tinieblas del mal que envenena, tienen una fuerza particular en los labios de Jesús que habla con Nicodemo, en el evangelio de Juan, capítulo 3 versículos del 14 al 21. Ahí Jesús recuerda el acontecimiento del desierto, cuando los del Pueblo de Dios morían mordidos por las serpientes venenosas, menos los que miraban la cruz que Dios le mando hacer a Moisés para librarlos.

“Tanto amo Dios al mundo que nos entregó a su hijo.” Las tinieblas, la crueldad humana que crucifica y mata; la violencia del mal que hace sufrir a tantos, llevan a Jesús a la cruz. ¡Si!, la violencia del egoísmo, de los intereses de parte, el rechazo, la discriminación, el descarte, el desprecio; el uso, abuso, explotación y trata de personas, la tortura, la corrupción que roba al pobre; el pecado del maltrato provocan tanto sufrimiento y llevan a Jesús a la cruz.

Pero en la cruz de Jesús la muerte se transforma en puerta de la vida, si nos convertimos. Como aquella cruz de Moisés que salvaba a los mordidos por la serpiente, si nosotros miramos la cruz de Jesús rogando el perdón de Dios y de la gente, la misericordia del Señor nos cura del mal y nos llena con la fuerza de su Vida plena. La tristeza se transforma en alegría, el dolor en gozo, el mal se convierte en bien de los que sufren por el poder del amor de Dios que cura, sana, restaura, vivifica, fecunda. Pero tengo que mirar la cruz de Jesús, tengo que convertirme…

Si miro la cruz buscando la misericordia, la cruz de Jesús tan cruel e ignominiosa se transforma en Puerta de la Vida plena y feliz. La cruz por su crueldad maciza de maderos, martillo, clavos, ataduras, podría parecer una puerta cerrada, clausurada. Pero los agujeros de las llagas de la cruz, que traspasan a Jesús de lado a lado, son puertas abiertas. Estas llagas nos curan del mal y nos llevan a la vida plena. La cruz es el abrazo poderoso de Dios que sana y fecunda.

También vos y yo moriremos, pero por la puerta de la cruz entramos en la vida plena, en el abrazo de Dios. Así como Jesús resucitó de entre los muertos, así nosotros resucitaremos con él. La Cruz de Jesús es expresión del amor de Dios, el punto de encuentro entre el cielo y la tierra, de Dios con los hombres unidos entre sí. “Te adoramos Cristo y te bendecimos. Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.”

Marcados y abrazados por la cruz La cruz esencial de Jesús en el Gólgota, se reproduce en el Bautismo y en cada sacramento: la bendición del agua del bautismo con la cruz; la cruz con el óleo de los catecúmenos en el pecho y con el santo crisma en la frente, como también en la confirmación y en la ordenación sacerdotal; la cruz del óleo de los enfermos; la cruz de la absolución de los pecados en la confesión, en la epíclesis de la Eucaristía; la cruz de la bendición de los anillos en el sacramento del matrimonio; la cruz que sana y que ilumina. Estamos signados, señalados, marcados, por la cruz de Cristo; impregnados, penetrados, cubiertos, envueltos, abrazados, protegidos, bendecidos, fecundados, sostenidos. La cruz es el abrazo de Dios y la Puerta a la Vida plena de Jesús resucitado.

Del Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan, capítulo 3 versículos del 14 al 21

En aquel tiempo dijo: De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todos los que creen en él tengan Vida eterna. Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.

En esto consiste el juicio: la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. Todo el que obra mal odia la luz y no se acerca a ella, por temor de que sus obras sean descubiertas. En cambio, el que obra conforme a la verdad se acerca a la luz, para que se ponga de manifiesto que sus obras han sido hechas en Dios. Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús

Jesuita Guillermo Ortiz,


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