Texto completo de la catequesis del Papa
Francisco
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos
días!
En la Sagrada Escritura, entre los
profetas de Israel, resalta una figura un poco anómala, un profeta que trata de
escaparse de la llamada del Señor rechazando en ponerse al servicio del plan
divino de salvación. Se trata del profeta Jonás, de quien se narra la historia
en un pequeño libro de sólo cuatro capítulos, una especie de parábola que
contiene una gran enseñanza, aquella de la misericordia de Dios que perdona.
Jonás es un profeta “en salida” – pero
también un profeta en fuga –, es un profeta en salida que Dios invita ir “a las
periferias”, a Nínive, para convertir a los habitantes de aquella gran ciudad.
Pero Nínive, para un israelita como Jonás, representa una realidad peligrosa,
el enemigo que ponía en peligro a la misma Jerusalén, y por lo tanto de
destruir, no cierto para salvar. Por eso, cuando Dios envía a Jonás a predicar
en aquella ciudad, el profeta, que conoce la bondad del Señor y su deseo de
perdonar, trata de escapar de su misión y huye.
Durante su fuga, el profeta entra en
contacto con algunos paganos, los marineros del navío en el cual se había
embarcado para alejarse de Dios y de su misión. Y huye lejos, porque Nínive
estaba en la zona de Irak y él huye a España, huye en serio. Y es justamente el
comportamiento de estos hombres, como después será el de los habitantes de
Nínive, que nos permite hoy reflexionar un poco sobre la esperanza que, ante el
peligro y la muerte, se expresa en oración.
De hecho, durante la travesía en el mar,
se desata una fuerte tormenta, y Jonás baja a la bodega del barco y se queda
dormido. Los marineros en cambio, viéndose perdidos, «invocaron cada uno a su
dios», eran paganos (Jon 1,5). El capitán de la nave despertó a Jonás
diciéndole: «¿Qué haces aquí dormido? Levántate e invoca a tu dios. Tal vez ese
dios se acuerde de nosotros, para que no perezcamos» (Jon 1,6).
La reacción de estos “paganos” es la justa
reacción ante la muerte, ante el peligro; porque es entonces que el hombre
tiene la completa experiencia de la propia fragilidad y de la necesidad de
salvación. El instintivo horror de morir revela la necesidad de esperar en el
Dios de la vida. «Tal vez Dios se acuerde de nosotros, para que no perezcamos»:
son las palabras de la esperanza que se convierte en oración, aquella suplica
llena de angustia que sale de los labios del hombre ante un inminente peligro
de muerte.
Con demasiada facilidad despreciamos el
dirigirnos a Dios en la necesidad como si fuera solo una oración interesada, y
por ello imperfecta. Pero Dios conoce nuestra debilidad, sabe que nos
recordamos de Él para pedir ayuda, y con la sonrisa indulgente de un padre,
Dios responde afectuosamente.
Cuando Jonás, reconociendo sus propias
responsabilidades, se hace arrojar al mar para salvar a sus compañeros de
viaje, la tempestad se calma. La muerte inminente ha llevado a aquellos hombres
paganos a la oración, ha hecho también que el profeta, no obstante todo,
viviera su propia vocación al servicio de los demás aceptando sacrificarse por
ellos, y ahora conduce a los sobrevivientes al reconocimiento del verdadero
Señor y a la alabanza. Los marineros, que habían orado por miedo dirigiéndose a
sus dioses, ahora, con sincero temor del Señor, reconocen al verdadero Dios y
ofrecen sacrificios y elevan votos. La esperanza, que les había llevado a orar
para no morir, se revela aún más potente y obra en una realidad que va más allá
de cuanto ellos esperaban: no solo no perecen en la tempestad, sino se abren al
reconocimiento del verdadero y único Señor del cielo y de la tierra.
Sucesivamente, también los habitantes de
Nínive, ante la perspectiva de ser destruidos, oraran, impulsados por la
esperanza en el perdón de Dios. Harán penitencia, invocaran al Señor y se
convertirán a Él, empezando por el rey, que, como el capitán del barco, da voz
a la esperanza diciendo: «Tal vez Dios se vuelva atrás y se arrepienta, […] de
manera que no perezcamos» (Jon 3,9). También para ellos, como para la
tripulación en la tormenta, haber enfrentado la muerte y haber salido vivos los
ha llevado a la verdad. Así, bajo la misericordia divina, y todavía más a la
luz del misterio pascual, la muerte puede convertirse, como ha sido para San
Francisco de Asís, en “nuestra hermana muerte” y representar, para todo hombre
y para cada uno de nosotros, la sorprendente ocasión para conocer la esperanza
y encontrar al Señor. Que el Señor nos haga entender esto, la relación entre
oración y esperanza. La oración te lleva adelante en la esperanza y cuando las
cosas se vuelven oscuras, más oración. Y habrá más esperanza. Gracias.
(Traducción del italiano, Renato Martinez
– Radio Vaticano)
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