¿Todo mal?
¡Todo mal! ¡Todo mal!, contestaba
rotundo un viejo conocido cada vez que alguien le preguntaba qué tal estaba.
Con los primeros días de septiembre, llegan los nuevos propósitos para el curso
que comienza. Normalmente, tienen que ver con uno mismo, enfocados a la mejora
personal -física y espiritual-, laboral, familiar. Cada uno quiere reordenar su
pequeño mundo. Es momento de ilusión renovada.
Para que no se quede todo en agua de
borrajas, es importante que esos propósitos sean realistas y se concreten en acciones
pequeñas, concretas y constantes. No hay que dejar de soñar, pero hay que poner
los medios para que los sueños se conviertan en realidad y no se queden en
eternas aspiraciones inalcanzables que acaban generando frustración.
Tampoco hay que dejarse vencer por la cruda
y terca realidad del día a día, de las personas que aplastan en vez de
elevar. Hay diversidad de modalidades: están las que tumban cualquier
iniciativa, las que consideran que todo lo que no está hecho por ellas está
mal, o las que no registran en su campo visual los avances y tienen la vista
puesta permanentemente en lo que todavía hay que mejorar. Otra variante es la
del que lo percibe pero se calla, no lo reconoce, no lo valora y jamás
felicita, da las gracias o ayuda a elevar el espíritu. Para todas estas
personas, todo siempre parece estar mal.
Estas posturas suelen surgir de la
inseguridad, pues, para sentirse valorados, precisan abajar al de al lado; o de
otra forma de inseguridad, que es el perfeccionismo del que no se permite a sí
mismo ni un error, por lo que jamás reconoce haberse equivocado, y por
consiguiente tampoco admite el error en los demás (lo que lleva a la
ocultación, a la mentira y a la acusación). Otras veces es fruto de una
ambición desmedida y no acompañada de inteligencia emocional. También están las
que tienen su origen en la aplicación de un viejo, y superado, principio de
gestión agresivo e inhumano que genera una feroz competitividad,
enfrentamientos, luchas internas...
Si nos tomamos en serio nuestra
autoeducación, y lo hacemos de una manera orgánica y no voluntarista, tendremos
una tensión positiva de mejora continua, materializada en la aplicación de
pequeñas medidas concretas que conviene revisar periódicamente; para llegar a
ello, debemos empezar por conocernos, aceptarnos, y querernos tal como somos
(lo que, de paso, nos lleva a querer a los demás como son, sin esperar de ellos
lo que no nos pueden dar).
Este curso que comienza, ¿podríamos
proponernos pensar y hablar bien de una persona y felicitar a alguien por algo
bueno que haya hecho?
¿Podríamos darle gracias a Dios, cada
noche, por algo en concreto que nos haya regalado ese día?
Reconocer y verbalizar lo bueno, ayuda;
además de ser el camino a la felicidad, resulta ser infinitamente eficaz. En
manos de María, la madre y educadora, es posible.
Fuente: Alfa y Omega
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