Una de las mayores paradojas de nuestra sociedad
occidental consiste en hacer crecer a los niños demasiado rápido, animándolos
al mismo tiempo a permanecer adolescentes el mayor tiempo posible.
En efecto, la estimulación precoz, el ingreso en
guarderías desde edades muy tempranas por la presión laboral y social, parecen
pretender un rápido logro de autonomía. Desde pequeños se incita a los niños a
tener comportamientos de adolescentes cuando aún no tienen las competencias
psicológicas para asumirlos. De ese modo, desarrollan una precocidad que no es
fuente de madurez, saltándose las tareas psicológicas propias de la infancia,
lo que les puede perjudicar en su futura autonomía, como lo demuestra la
multiplicación de los estados depresivos de muchos jóvenes. Además, la
inestabilidad de la vida familiar priva al niño de la seguridad emocional
requerida.
Por otro lado, este “acortamiento” de la infancia se
acompaña por una adolescencia mucho más larga que, en no pocas ocasiones,
resulta interminable. El modelo cultural dominante, claramente adolescéntrico,
favorece el consumo, el dócil seguimiento de los dictados y las tendencias de la
moda, el vivir en el ideal de una libertad sin vínculos ni compromisos
definitivos. El mensaje que se les transmite a los adolescentes es que la vida
adulta es muy compleja y que, por tanto, no han de tener prisa en la
maduración. Dado que la esperanza de vida ha crecido considerablemente y uno de
los frutos más valorados de la calidad de vida es la longevidad, ya tendrán
tiempo de madurar. Ahora lo importante es disfrutar y aprovechar, que luego ya
no podrán. La cultura narcisista hace de todo para que a los jóvenes no les
falte nada, y además les induce a creer que tienen que satisfacer cada uno de sus
deseos, confundiendo a menudo deseo con imperiosa necesidad. Al acortar la infancia
y exaltar la adolescencia, la sociedad deja entrever que no quiere crecer y
existir como adulto, de modo que es difícil liberarse de los modos de
gratificación propios de la infancia, -que se trasladan ahora a la
adolescencia-, para acceder a satisfacciones superiores.
En efecto, en una sociedad que, por diversas
razones, cultiva el relativismo, la duda y el cinismo, el miedo y la impotencia,
los jóvenes tienden a asirse a modalidades de gratificaciones primarias y
tienen dificultad en madurar.
Dr. Juan de Dios Larrú Ramos, DCJM
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