No soy periodista y, aunque me gusta escribir, tampoco soy escritora. Soy estudiante de medicina.
Hay mil cosas que pueden llevar a
alguien a querer dedicarse a la medicina. Pero en muchos casos, lo que mueve a
ello es un deseo de ayudar a los demás. La persona enferma se vuelve más débil
y vulnerable y se confía en las manos del médico con la esperanza de recobrar
su salud. El buen médico, empleando sus conocimientos, intentará hacer cuanto
esté en sus manos por el beneficio del paciente. Este perfil del médico viene
dibujado desde muchos siglos atrás. En la antigua Grecia, Hipócrates, en su
famoso juramento decía así: “Aplicaré mis tratamientos para beneficio de los
enfermos, según mi capacidad y buen juicio, y me abstendré de hacerles daño o
injusticia. A nadie, aunque me lo pidiera, daré un veneno ni a nadie le
sugeriré que lo tome. Del mismo modo, nunca proporcionaré a mujer alguna un
pesario abortivo”.
Hipócrates, con la técnica del momento,
es decir, algo bastante limitado; ya veía razonable defender la vida desde su
principio hasta su fin. No sabía nada de microscopios, células o ecografías.
Tenía sentido común y eso bastó para que su huella perdurara tantísimos siglos
después.
Ahora, con muchos más medios a nuestro
alcance, sabemos que desde la fecundación hay vida. No es algo filosófico sino
científico. La vida media de un óvulo aislado es de entre 12 y 24 horas y la de
un espermatozoide de entre 3 y 5 días. El cigoto, en cambio, tiene aquí en
España (si le dejamos) más de 80 años de vida media.
Teniendo en cuenta lo anterior, creo que
el problema radica en cuándo se decide uno a valorar esa vida recién formada.
Lo que pasa es que ¿quién tiene derecho a decidir si una vida vale o no, antes
o después? ¿Qué tipo de superioridad hay que tener? ¿Ser una parte de una
mayoría, llegar a un consenso?
Parece que ahora el valor de una vida va
en función del tamaño y del ruido que haga la persona en cuestión. En España
actualmente, no se puede abortar a un feto de 24 semanas, que ya tiene
movimiento propio, latido cardiaco y mide unos 30 cm aproximadamente. Por el
contrario, sí que se puede abortar de forma libre un feto de 14 semanas; que
resulta tener también movimiento propio y latido cardiaco. ¿Cuál es la
diferencia entonces? El tiempo que ha pasado: el feto de 14 semanas es más
pequeñín, más inmaduro pero, ¿por eso es menos valioso?
Me pregunto dónde queda el sentido común
que irradiaba Hipócrates. Quiero pensar que no ha caído en el olvido. Los
médicos seguiremos como guardianes de la vida pero creo que ese papel no nos
corresponde solo a nosotros. Ni solo a los gobernantes. Nos corresponde a todos
porque somos personas, porque algún día también fuimos un cigoto indefenso con
toda la vida por delante.
Hay una frase que dice que “el hermano
ayudado por su hermano es tan fuerte como una ciudad amurallada”. Pienso que
así es como tiene que ser, todos a una, haciendo crecer a la sociedad, sin
dejarse a nadie atrás. Cuando la sociedad sea así, o la hagamos así, ninguna
mujer sentirá que se le viene el mundo encima ante un embarazo inesperado.
Sabrá que aunque tenga dificultades va a contar con el apoyo de todos, que
nadie le va a hablar de lo que se le viene encima sino que oirá por todas
partes: ¡Enhorabuena! Ninguna mujer pasará por la gran pena de haber dejado que
se apagara la vida que llevaba dentro.
Estoy convencida de que una sociedad así
sería más feliz, una sociedad en la que la vida sea una fiesta, en la que no
vayamos pisoteándonos unos a otros.
Ayer, cuando me enteré de que se echaba
para atrás la reforma de la ley del aborto me sentí decepcionada. #La Vida Es Lo
Primero y parece que los gobernantes no se dan cuenta. Gobernantes que, en
teoría, buscan como los médicos el bien, en este caso de todos sus ciudadanos,
de todos sin excepción. Sin embargo, estoy convencida de que esto no quedará
así. Estoy convencida de que el mundo y las personas tienen mucho más que
decir. Estoy convencida de que al final ganarán la vida y el sentido común.
Esperemos que llegue muy pronto ese momento.Fuente: Arguments
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