Los ancianos son memoria y futuro para la Iglesia y la familia humana, nunca el descarte y la violencia, reitera el Papa
(RV).- ¡Todos estamos llamados a contrarrestar la cultura del descarte! ¡Los cristianos y las personas de buena voluntad construyamos una sociedad más humana! Agradeciendo en especial la presencia del Papa Benedicto XVI, después de escuchar con atención y cordialidad algunos testimonios de ancianos y abuelos, en representación de las diversas realidades del mundo, el Papa Francisco agradeció también a los miles de participantes en esta fiesta, «nuestra fiesta», como dijo.
Una fiesta en familia, de encuentro, cercanía y oración, hizo hincapié el Papa Bergoglio, destacando luego el testimonio de los hermanos que llegaron desde Erbil, Kurdistán iraquí, huyendo de una violenta persecución. Su presencia es un don para la Iglesia, afirmó, subrayando que la violencia contra los ancianos es inhumana, como la que se comete contra los niños. Y recordando que Dios nunca los abandona.
Tras señalar que la vejez es un tiempo de gracia, en el que el Señor llama a custodiar y transmitir la fe, el Obispo de Roma habló también de la importante tarea de los ancianos de ser memoria de las familias y pueblos. Pulmones de humanidad, que deben ser custodiados y cuidados, dijo también el Santo Padre enfatizando que nunca los hogares para los ancianos deben ser prisiones, donde se olvida y maltrata a los ancianos. Y poniendo en guardia contra el abandono y el descarte, verdadera eutanasia escondida y contra la cultura del descarte, que tanto daño le hace al mundo, recordó que un pueblo que no trata bien a los abuelos no tiene futuro, pierde la memoria y sus raíces.
Texto completo del discurso del Papa:
¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!
¡Gracias haber venido en tan gran número! Y gracias por su acogida festiva:
¡hoy es su fiesta, nuestra fiesta! Agradezco a monseñor Paglia y a todos los que la han preparado. También agradezco en especial la presencia del Papa Emérito Benedicto XVI. Tantas veces he dicho que me gusta tanto que viva aquí en el Vaticano, porque es como tener al abuelo sabio en casa ¡Gracias!
He escuchado los testimonios de algunos de ustedes, que presentan experiencias comunes a tantos ancianos y abuelos. Pero uno era diferente: el de los hermanos que vinieron desde Kara Qosh, escapando de una persecución violenta. ¡A todos ellos juntos les decimos "gracias" de forma especial! Es muy bello que ustedes hayan venido aquí hoy: es un don para la Iglesia. Y nosotros les ofrecemos nuestra cercanía, nuestra oración y nuestra ayuda concreta. La violencia contra los ancianos es inhumana, así como la que se comete contra los niños. ¡Pero Dios no los abandona, está con ustedes! Con su ayuda, ustedes son y seguirán siendo la memoria de su pueblo; y también para nosotros, para la gran familia de la Iglesia. ¡Gracias!
Estos hermanos nos dan testimonio de que aun en las pruebas más difíciles, los ancianos que tienen fe son como árboles que continúan dando frutos. Y esto vale también en las situaciones más ordinarias, donde, sin embargo, puede haber otras tentaciones, y otras formas de discriminación. Hemos escuchado algunas en los otros testimonios.
La vejez, de forma particular, es un tiempo de gracia, en el que el Señor nos renueva su llamado: nos llama a custodiar y transmitir la fe, nos llama a orar, especialmente a interceder; nos llama a estar cerca de los necesitados ... pero los ancianos, los abuelos tienen una capacidad para comprender las situaciones más difíciles: ¡una gran capacidad! Y cuando rezan por estas situaciones, su oración es más fuerte ¡es poderosa!
A los abuelos, que han recibido la bendición de ver a los hijos de sus hijos (cf. Sal 128,6), se les ha confiado una gran tarea: transmitir la experiencia de la vida, la historia de una familia, de una comunidad, de un pueblo; compartir con sencillez una sabiduría, y la misma fe: ¡el legado más precioso! ¡Felices esas familias que tienen a los abuelos cerca! El abuelo es padre dos veces y la abuela es madre dos veces. Y en aquellos países donde la persecución religiosa ha sido cruel, pienso por ejemplo en Albania, donde estuve el domingo pasado; en aquellos países han sido los abuelos los que llevaban a los niños a bautizar a escondidas, los que les dieron la fe ¡Qué bien actuaron! ¡Fueron valientes en la persecución y salvaron la fe en esos países!
Pero no siempre el anciano, el abuelo, la abuela, tiene una familia que puede acogerlo. Y entonces bienvenidos los hogares para los ancianos ... con tal de que sean verdaderos hogares, y ¡no prisiones! ¡Y que sean para los ancianos - sean para los ancianos - y no para los intereses de otras personas! No debe haber institutos donde los ancianos vivan olvidados, como escondidos, descuidado. Me siento cerca de los numerosos ancianos que viven en estos institutos, y pienso con gratitud en los que los van a visitar y los cuidan. Los hogares para ancianos deberían ser los "pulmones" de humanidad en un país, en un barrio, en una parroquia; deberían ser "santuarios" de humanidad, donde los que son viejos y débiles son cuidados y custodiados como un hermano o una hermana mayor. ¡Hace tanto bien ir a visitar a un anciano! Miren a nuestros chicos: a veces los vemos desganados y tristes; van a visitar a un anciano, y ¡se vuelven alegres!
Pero también existe la realidad del abandono de los ancianos: ¡cuántas veces se descarta a los ancianos con actitudes de abandono que son una verdadera eutanasia escondida! Es el efecto del descarte que tanto daño hace a nuestro mundo. Se descarta a los niños, a los jóvenes y a los ancianos con el pretexto de mantener un sistema económico "equilibrado", en cuyo centro no está la persona humana, sino el dinero. ¡Todos estamos llamados a contrarrestar esta cultura del descarte!
Nosotros, los cristianos, junto con todos los hombres de buena voluntad, estamos llamados a construir con paciencia una sociedad diversa, más acogedora, más humano, más inclusiva, que no necesita descartar a los débiles de cuerpo y mente, aún más, una sociedad que mide su propio "paso" precisamente sobre estas personas.
Como cristianos y como ciudadanos, estamos llamados a imaginar, con fantasía y sabiduría, los caminos para afrontar este reto. Un pueblo que no custodia a los abuelos y no los tratan bien no tiene futuro: pierde la memoria, y se desarraiga de sus propias raíces. Pero cuidado: ¡ustedes tienen la responsabilidad de mantener vivas estas raíces en ustedes mismos! Con la oración, la lectura del Evangelio, las obras de misericordia. Así permanecemos como árboles vivos, que aun en la vejez no dejan de dar frutos.
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