De todo lo que hemos venido comentando brevemente,
podemos extraer una primera conclusión: toda persona, para vivir y realizar su vocación,
necesita una educación al amor, necesita aprender a amar. Este aprendizaje es vital,
experiencial, dura toda la vida, pero conoce sus etapas y estaciones. Como
hemos visto, esta educación al amor es especialmente necesaria en nuestros días
en la etapa de la adolescencia ante el ambiente cultural que nos circunda. El
Directorio de la Pastoral Familiar en España lo confirma de este modo:
“La vocación al amor, que es el hilo conductor de
toda pastoral matrimonial, requiere un cuidado esmerado de la educación al amor. Ésta es más necesaria en nuestros días en cuanto
la cultura ambiental extiende formas degeneradas de amor que falsean la verdad
y la libertad del hombre en su proceso de personalización: son maneras teñidas
de individualismo y emotivismo que lleva a
las personas a guiarse por su simple sentimiento subjetivo y no son conscientes
siquiera de la necesidad de aprender
a amar22”.
Una segunda conclusión importante
es que la familia es la escuela originaria y permanente de educación al amor; en
ella no solamente se dan los primeros pasos de la vida, sino que se aprende el lenguaje
del amor, se cultiva y se hace madurar la vocación al amor. La intrínseca
dimensión familiar de la vida humana y cristiana exige que la pastoral juvenil
no se reduzca a una pastoral del ocio sino que ha de ser profundamente más
familiar.
Una tercera conclusión es
que existe un estrecho vínculo entre vocación al amor y significado esponsal
del cuerpo. En este nexo juega un papel decisivo el crecimiento de las
virtudes, singularmente la virtud de la castidad.
Los padres han de ayudar a los adolescentes a amar
la belleza y la fuerza de la virtud de la castidad, poniendo en evidencia el
valor de la oración y la recepción fructuosa de los sacramentos, especialmente
la confesión personal, para crecer siempre en ella. Como también afirma el
Directorio:
“Si el amor verdadero sólo encuentra su última
verdad en la entrega sincera de sí mismo a los demás para realizar la entrega sincera de la vida, es precisa una educación en el conocimiento,
dominio y dirección del corazón.
En cuanto esto comprende la dimensión de la
sexualidad, la integración de la misma para que signifique y exprese un amor
verdadero se denomina virtud de la castidad. Por tanto, la castidad no es una represión de las
tendencias sexuales sino la virtud que, al “impregnar de racionalidad las
pasiones y los apetitos de la sensibilidad humana”, hace que el hombre pueda
integrar rectamente la sexualidad en sí mismo y en las relaciones con los
demás, ordenándola al amor verdaderamente humano”.
La adolescencia representa en el desarrollo de la
persona el periodo de la proyección de sí, del descubrimiento y configuración
definitiva de la fisonomía de la propia vocación a la santidad. El adolescente
necesita los límites que al mismo tiempo pone en tela de juicio.
En la aventura educativa, amar de corazón a los
adolescentes es el mejor modo de promover su vocación. La verdad del amor
siempre es exigente. No temáis exigir a vuestros hijos; será una fuente de
crecimiento para ellos y para vosotros mismos. El testimonio de amor y
fidelidad de los padres es particularmente elocuente para los adolescentes que
buscan siempre modelos reales y atrayentes de identificación e imitación en un
mundo tan carente de ellos.
En el V Encuentro Mundial de Familias nos recordó: “los padres han de procurar que la llamada de Dios y
la Buena Nueva de Cristo lleguen a sus hijos con la mayor claridad y
autenticidad. Con el pasar de los años, este don de Dios que los padres han
contribuido a poner ante los ojos de los pequeños necesitará también ser cultivado
con sabiduría y dulzura, haciendo crecer en ellos la capacidad de discernimiento.
De este modo, con
el testimonio constante del amor conyugal de los
padres, vivido e impregnado de la fe, y con el acompañamiento entrañable de la
comunidad cristiana, se favorecerá que los hijos hagan suyo el don mismo de la
fe, descubran con ella el sentido profundo de la propia existencia y se sientan
gozosos y agradecidos por ello”.
Dr. Juan de Dios Larrú Ramos, DCJM
Dr. Juan de Dios Larrú Ramos, DCJM
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