La educación afectiva como educación al amor está en
estrecha relación con nuestro cuerpo. La experiencia de la adolescencia lleva
consigo una nueva evidencia en el vínculo entre cuerpo e identidad. En medio de
las transformaciones somáticas y continuos desajustes, el adolescente va a
buscar su propia identidad como espiando, por así decir, su propio cuerpo que
le resulta extraño. Delante del espejo, el adolescente oscila entre la euforia
y la depresión.
Ambas se corresponden con el culto al cuerpo y el
desprecio del mismo como dos fenómenos que se dan simultáneamente hoy. En el
primer caso, el cuerpo tiende a convertirse en el lugar de la satisfacción
subjetiva de las necesidades del individuo; en el segundo el cuerpo es sometido
y utilizado como un simple objeto a nuestra disposición.
Ambas concepciones impiden descubrir su verdadero
significado. Cuando se absolutiza el cuerpo, se cae con frecuencia en el
narcisismo, en la obsesión por la propia imagen, incapaz de revelar el misterio
del hombre que es cuerpo, pero al mismo tiempo más que cuerpo. Cuando se
desprecia el cuerpo, se le somete a esclavitud y pierde también su conexión con
la persona.
Los fenómenos contemporáneos como, el tatuaje, el piercing, el cutting, el branding, y tantos otros están en
estrecha relación con esta ambigüedad del significado del cuerpo, que resulta
tan inquietante para el adolescente de cara a poder responder a su propia
identidad. Según algunos autores, el fenómeno del piercing parece bastante próximo a las prácticas iniciáticas
de la cultura tribal o religiosa, que manifiesta una nostalgia por los
orígenes, una búsqueda de la propia identidad15. La frontera entre cuerpo
decorado y cuerpo manipulado o incluso maltratado, parece bastante difuminada.
En este sentido, se llega a recurrir a una estética masoquista a fin de
encontrar una identidad perdida.
Junto a los fenómenos mencionados, constatamos
también en nuestra cultura de la imagen, una cierta obsesión por la figura
corporal que se refleja en el creciente interés por la dietética. Algunas
patologías como la anorexia o la bulimia (síndrome caracterizado por
accesos de ingestión de comida con sentimiento de pérdida de control de toda
capacidad de límite) tienen su origen en la percepción monstruosa del propio
cuerpo que tiene el adolescente.
Se trata, por tanto, de una génesis psicológica, más
que una génesis estética por las tendencias de la moda o una génesis dietética
por las costumbres alimenticias, aunque estos factores también influyan. El
adolescente experimenta con gran fuerza y viveza la relación alma
(psique)-cuerpo que es dinámica y se da en múltiples dimensiones de la persona.
El cuerpo humano es personal. El vínculo entre el cuerpo físico
y la persona es mucho más que una inseparabilidad espacial. El cuerpo es una
maravillosa fuente de sentido, fuente de significado para nuestras experiencias
vitales y en él está inscrita nuestra específica vocación al amor, vocación al don
de sí que es preciso aprender a interpretar (leer) e integrar (escribir). El
cuerpo tiene un significado esponsal del que es preciso cobrar conciencia progresivamente
para poder madurar un amor filial hacia un amor esponsal.
Es de decisiva importancia acompañar a los adolescentes en el
descubrimiento de este significado esponsal del cuerpo, que les invita a una
entrega personal en totalidad que da sentido a toda la vida de una persona. El
descubrimiento del significado esponsal del cuerpo está en íntima relación con
la diferencia sexual porque el hombre o la mujer no realizan totalmente su
esencia sino que únicamente la realizan existiendo con alguien y para alguien.
Una cultura que tiende a eliminar la diferencia sexual o que la
considera irrelevante por ser meramente una cuestión cultural, no natural,
dificulta y llega a impedir la entrega, el don de sí, y genera frustración e
infelicidad. El hombre y la mujer están llamados a la comunión, y la diferencia
sexual no es un obstáculo a la misma, sino precisamente su condición de
posibilidad. De este modo, la búsqueda personal de una plenitud no se reduce a
un simple crecimiento natural de las capacidades, sino la asunción de la verdad
de una serie de encuentros personales que están dirigidos a la construcción de
una comunión de personas.
Con expresión atrevida, la encíclica Deus caritas est afirma
que el cuerpo es el lugar de la libertad (provincia
libertatis) Nuestra libertad se enraíza en nuestra
corporalidad. La condición corporal de nuestra libertad nos invita a la tarea
de crecer en ella en las relaciones concretas con los demás, pues es en la
experiencia del cuerpo donde descubrimos la intrínseca relación que existe
entre el afecto y la libertad. De este modo, en la humildad del cuerpo, en su
kénosis, en su fragilidad y vulnerabilidad, podemos descubrir a Dios como
fuente de la belleza integral del cuerpo humano.
El cuerpo es, además, -como ha escrito Juan Pablo II-
"sacramento primordial", signo y manifestación visible de una
realidad invisible21. Es decir, a través del cuerpo se expresa la persona. El
cuerpo manifiesta la persona; es, en su visibilidad concreta, epifanía de la
persona. Esta capacidad de expresar el amor, propia del cuerpo, es educable, pues
está llamada a crecer indefinidamente.
En el insondable misterio del hombre, la afectividad y la
sexualidad tienen un sentido sagrado, que las trasciende a ellas mismas. Desde
este punto de vista, el cuerpo posee una dimensión cultual. El papel del cuerpo
en la liturgia cristiana es una escuela para descubrir su significado esponsal.
Como afirma S. Pablo: “Os exhorto, hermanos, por la misericordia de Dios, a
ofrecer vuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios; éste es vuestro
culto razonable” (Rm 12, 1). La Eucaristía, como sacramento del Cuerpo, es el
vértice de esta dimensión cultual que une a Dios con los hombres.
Dr. Juan de Dios Larrú Ramos, DCJM
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