"Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de hoy relata la curación de un sordomudo
por parte de Jesús, un acontecimiento prodigioso que muestra cómo Jesús
restablece la plena comunicación del hombre con Dios y con los demás hombres.
El milagro está ambientado en la zona de la Decápolis, es decir, en pleno
territorio pagano; por lo tanto, aquel sordomudo que es llevado ante Jesús se
transforma en el símbolo del no creyente que cumple un camino hacia la fe. En
efecto, su sordera expresa la incapacidad de escuchar y de comprender no solo
las palabras de los hombres, sino también la Palabra de Dios. Y san Pablo nos
recuerda que “la fe nace de la escucha de la predicación”.
La primera cosa que Jesús hace es llevar a aquel
hombre lejos de la multitud: no quiere dar publicidad al gesto que va a
realizar, pero no quiere tampoco que su palabra sea cubierta por el estruendo
de las voces y las habladurías del entorno. La Palabra de Dios que Cristo nos
transmite necesita de silencio para ser acogida como Palabra que sana, que
reconcilia y restablece la comunicación.
Se evidencian después dos gestos de Jesús. Él toca las
orejas y la lengua del sordomudo. Para restablecer la relación con aquel hombre
“bloqueado” en la comunicación, busca primero restablecer el contacto. Pero el
milagro es un don que viene de lo alto, que Jesús implora al Padre; por eso, levanta
los ojos al cielo y ordena: '¡Ábrete!' Y las orejas del sordo se abren, se
desata el nudo de su lengua y comienza a hablar correctamente.
La enseñanza que sacamos de este episodio es que Dios
no está cerrado en sí mismo, sino que se abre y se pone en comunicación con la
humanidad. En su inmensa misericordia, supera el abismo de la infinita
diferencia entre Él y nosotros, y sale a nuestro encuentro. Para realizar esta
comunicación con el hombre, Dios se hace hombre: no le basta hablarnos a través
de la ley y los profetas, sino que se hace presente en la persona de su Hijo,
la Palabra hecha carne. Jesús es el gran “constructor de puentes” que construye
en sí mismo el gran puente de la comunión plena con el Padre.
Pero este Evangelio nos habla también de nosotros: a
menudo nosotros estamos replegados y encerrados en nosotros mismos, y creamos
muchas islas inaccesibles e inhóspitas. Incluso las relaciones humanas más
elementales a veces crean realidades incapaces de apertura recíproca: la pareja
cerrada, la familia cerrada, el grupo cerrado, la parroquia cerrada, la patria
cerrada. Y esto no es de Dios. Esto es nuestro. Es nuestro pecado.
Sin embargo, en el origen de nuestra vida cristiana,
en el Bautismo, están precisamente aquel gesto y aquella palabra de Jesús:
'¡Effetá! - ¡Ábrete!'. Y el milagro se ha cumplido: hemos sido curados de la
sordera del egoísmo y del mutismo de la cerrazón, y del pecado, y hemos sido
insertados en la gran familia de la Iglesia; podemos escuchar a Dios que nos
habla y comunicar su Palabra a cuantos no la han escuchado nunca, o a quien la
ha olvidado y sepultado bajo las espinas de las preocupaciones y de los engaños
del mundo.
Pidamos a la Virgen Santa, mujer de la escucha y del
testimonio alegre, que nos sostenga en el compromiso de profesar nuestra fe y
de comunicar las maravillas del Señor a los que encontramos en nuestro
camino".
Al término de estas palabras, el Santo Padre rezó la
oración mariana:
Angelus Domini nuntiavit Mariae...
Al concluir la plegaria, el Pontífice se refirió a la
crisis de los refugiados en Europa:
"Queridos hermanos y hermanas,
la Misericordia de Dios viene reconocida a través de
nuestras obras, como nos ha testimoniado la vida de la beata Madre Teresa de
Calcuta, de la que ayer se ha conmemorado el aniversario de su muerte.
Ante la tragedia de decenas de miles de refugiados que
huyen de la muerte por la guerra y el hambre, y que han emprendido una marcha
movidos por la esperanza vital, el Evangelio nos llama a ser “próximos” a los
más pequeños y abandonados. A darles una esperanza concreta. No vale decir
solo: '¡Ánimo, paciencia!...' La esperanza cristiana es combativa, con la
tenacidad de quien va hacia una meta segura.
Por tanto, ante la proximidad del Jubileo de la
Misericordia, hago un llamamiento a las parroquias, a las comunidades
religiosas, a los monasterios y a los santuarios de toda Europa para que
expresen la concreción del Evangelio y acojan a una familia de refugiados. Un
gesto concreto en preparación al Año Santo de la Misericordia.
Que cada parroquia, cada comunidad religiosa, cada
monasterio, cada santuario de Europa acoja a una familia, comenzando por mi
diócesis de Roma.
Me dirijo a mis hermanos los Obispos de Europa,
verdaderos pastores, para que en sus diócesis apoyen mi llamamiento, recordando
que Misericordia es el segundo nombre del Amor: 'Todo lo que hayáis hecho en
favor del más pequeño de mis hermanos, a mí me lo habéis hecho'.
También las dos parroquias del Vaticano acogerán en
los próximos días a dos familias de refugiados".
El Papa prosiguió su discurso recordando los
problemas fronterizos entre Venezuela y Colombia:
"Ahora diré unas palabras en español sobre la
situación entre Venezuela y Colombia.
En estos días, los Obispos de Venezuela y Colombia se
han reunido para examinar juntos la dolorosa situación que se ha creado en la
frontera entre ambos Países. Veo en este encuentro un claro signo de esperanza.
Invito a todos, en particular a los amados pueblos venezolano y colombiano, a
rezar para que, con un espíritu de solidaridad y fraternidad, se puedan superar
las actuales dificultades".
Francisco también recordó la beatificación en
Gerona de tres religiosas mártires:
"Ayer en Gerona, en España, han sido proclamadas
beatas Fidela Oller, Josefa Monrabal y Facunda Margenat, hermanas del Instituto
de Religiosas de San José de Gerona, asesinadas por su fidelidad a Cristo y a
la Iglesia. A pesar de las amenazas y las intimidaciones, estas mujeres
permanecieron valientemente en su lugar para asistir a los enfermos, confiando
en Dios. Su heroico testimonio, hasta la efusión de la sangre, conceda
fortaleza y esperanza a cuantos hoy son perseguidos por su fe cristiana. Y
sabemos que son muchos".
Sobre la XI edición de los Juegos Africanos, el
Pontífice dijo:
"Hace dos días se han inaugurado en Brazaville,
capital de la República del Congo, los undécimos Juegos Africanos, en los que
participan miles de atletas de todo el continente. Deseo que esta gran fiesta
del deporte contribuya a la paz, a la fraternidad y al desarrollo de todos los
países de África. Saludo, saludemos a los africanos que están haciendo estos
undécimos Juegos".
A continuación llegó el turno de los saludos que
tradicionalmente realiza el Santo Padre:
"Saludo cordialmente a todos ustedes, queridos
peregrinos que han venido de Italia y de varios países; en particular, al coro
"Harmonia Nova" de Molvena, a las Hijas de la Cruz, a los fieles de
San Martino Buon Albergo y Caldogno, y a los jóvenes de la diócesis de Ivrea,
que han llegado a Roma a pie por la Vía Francígena".
Como de costumbre, el papa Francisco concluyó su
intervención diciendo:
"A todos les deseo un buen domingo. Y por favor,
no se olviden de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!"
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