Discurso del Papa:
Queridos hermanos y hermanas, Buenos días:
Yo voy a hablar en español porque no sé hablar inglés, pero
él habla muy bien inglés y me va a traducir. Gracias por recibirme y darme la
oportunidad de estar aquí con ustedes compartiendo este momento. Un momento
difícil, cargado de tensiones. Un momento que sé que es doloroso no solo para
ustedes, sino para sus familias y para toda la sociedad. Ya que una sociedad,
una familia que no sabe sufrir los dolores de sus hijos, que no los toma con
seriedad, que los naturaliza y los asume como normales y esperables, es una
sociedad que está «condenada» a quedar presa de sí misma, presa de todo lo que
la hace sufrir. Yo vine aquí como pastor pero sobre todo como hermano a
compartir la situación de ustedes y hacerla también mía; he venido a que
podamos rezar juntos y presentarle a nuestro Dios lo que nos duele, y también
lo que nos anima y recibir de Él la fuerza de la Resurrección.
Recuerdo el Evangelio donde Jesús lava los pies a sus
discípulos en la Última Cena. Una actitud que le costó mucho entender a los
discípulos, inclusive Pedro reacciona y le dice: «Jamás permitiré que me laves
los pies» (Jn 13,8).
En aquel tiempo era habitual que, cuando uno llegaba a una
casa, se le lavara los pies. Toda persona siempre era recibida así. Porque no
existían caminos asfaltados, eran caminos de polvo, con pedregullo que iba
colándose en las sandalias. Todos transitaban los senderos que dejaban el polvo
impregnado, lastimaban con alguna piedra o producían alguna herida. Ahí lo
vemos a Jesús lavando los pies, nuestros pies, los de sus discípulos de ayer y
de hoy.
Todos sabemos que vivir es caminar, vivir es andar por
distintos caminos, distintos senderos que dejan su marca en nuestra vida.
Y por la fe sabemos que Jesús nos busca, quiere sanar
nuestras heridas, curar nuestros pies de las llagas de un andar cargado de
soledad, limpiarnos del polvo que se fue impregnando por los caminos que cada
uno tuvo que transitar. Jesús no nos pregunta por dónde anduvimos, no nos
interroga qué estuvimos haciendo. Por el contrario, nos dice: «Si no te lavo
los pies, no podés ser de los míos» (Jn 13,9). Si no te lavo los pies, no podré
darte la vida que el Padre siempre soñó, la vida para la cual te creó. Él viene
a nuestro encuentro para calzarnos de nuevo con la dignidad de los hijos de
Dios. Nos quiere ayudar a recomponer nuestro andar, reemprender nuestro
caminar, recuperar nuestra esperanza, restituirnos en la fe y la confianza.
Quiere que volvamos a los caminos, a la vida, sintiendo que tenemos una misión;
que este tiempo de reclusión nunca no ha sido y nunca será sinónimo de
expulsión.
Vivir supone «ensuciarse los pies» por los caminos
polvorientos de la vida, y de la historia. Y todos tenemos necesidad de ser
purificados, de ser lavados. Todos. Yo, el primero. Todos somos buscados por
este Maestro que nos quiere ayudar a reemprender el camino. A todos nos busca
el Señor para darnos su mano. Es penoso constatar sistemas penitenciarios que
no buscan curar las llagas, sanar las heridas, generar nuevas oportunidades. Es
doloroso constatar cuando se cree que solo algunos tienen necesidad de ser
lavados, purificados no asumiendo que su cansancio y su dolor, sus heridas, son
también el cansancio, y el dolor, las heridas, de toda una sociedad. El Señor
nos lo muestra claro por medio de un gesto: lavar los pies y volver a la mesa.
Una mesa en la que Él quiere que nadie quede fuera. Una mesa que ha sido
tendida para todos y a la que todos somos invitados.
Este momento de la vida de ustedes solo puede tener una
finalidad: tender la mano para volver al camino, tender la mano para que ayude
a la reinserción social. Una reinserción de la que todos formamos parte, a la
que todos estamos invitados a estimular, acompañar y generar. Una reinserción
buscada y deseada por todos: reclusos, familias, funcionarios, políticas
sociales y educativas. Una reinserción que beneficia y levanta la moral de toda
la comunidad y la sociedad.
Y quiero animarlos a tener esta actitud entre ustedes, con
todas las personas que de alguna manera forman parte de este Instituto. Sean
forjadores de oportunidades, sean forjadores de camino, sean forjadores de
nuevos senderos.
Todos tenemos algo de lo que ser limpiados, y purificados.
Todos. Que esta esa conciencia nos despierte a la solidaridad entre todos, a
apoyarnos y a buscar lo mejor para los demás.
Miremos a Jesús que nos lava los pies, Él es el «camino, la
verdad y la vida», que viene a sacarnos de la mentira de creer que nadie puede
cambiar, la mentira de creer que nadie puede cambiar. Jesús que nos ayuda a
caminar por senderos de vida y de plenitud. Que la fuerza de su amor y de su
Resurrección sea siempre camino de vida nueva.
Y así como estamos, cada uno en su sitio sentado, en silencio
pedimos al Señor que nos bendiga. Que el Señor los bendiga y los proteja. Haga
brillar su rostro sobre ustedes y les muestre Su Gracia, les descubra Su Rostro
y les conceda la paz. Gracias.
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