(RV).-
Seguimos viendo imágenes que entristecen a la humanidad, hombres y mujeres
emigrantes, desplazados por la violencia, entre ellos familias que terminan
separadas por la muerte de alguno de sus miembros en busca de un lugar seguro.
¿Puede verdaderamente compadecernos una fotografía del emigrante sufriendo o
muerto?; o mejor debemos vivir la cercanía con ellos para comprender que somos
una sola familia humana.
Es la proximidad con la
persona la que realmente nos hace compasivos, y no solo observando a la
distancia las noticias de quienes padecen la emigración. Es como lo recuerda en
diversas ocasiones el Papa Francisco “tocar la carne de Cristo”, que sufre también
en el emigrante; o como el mismo Jesucristo lo enseña en el evangelio tocando
con sus manos a quienes padecían para sanarlos.
El evangelio de San Marcos
(7, 33-35) narra uno de esos episodios: “Jesús lo separó de la multitud y,
llevándolo aparte, le puso los dedos en las orejas y con su saliva le tocó la
lengua. Después, levantando los ojos al cielo, suspiró y dijo: «Efatá», que
significa: «Abrete». Y enseguida se abrieron sus oídos, se le soltó la lengua y
comenzó a hablar normalmente”.
El contacto de Jesucristo
con la persona que sufre se hace humanitario, en atención a su dignidad. Tocó y
sanó, palpando sus necesidades, llevándolo consigo y liberándolo con su
Palabra. Pero también con sus acciones, haciendo de la compasión un acto de
caridad, amando para sanar, y ayudando al prójimo abrir caminos de paz en su
peregrinar, entendiendo que somos una sola familia humana.
El Papa emérito Benedicto
XVI decía que la motivación para ayudar
a los emigrantes la encontramos en “la reserva de amor que nace de considerarnos
una sola familia humana y, para los fieles católicos, miembros del Cuerpo
Místico de Cristo: de hecho nos encontramos dependiendo los unos de los otros,
todos responsables de los hermanos y hermanas en humanidad y, para quien cree,
en la fe” (Mensaje para Jornada del Emigrante, 2011).
Emigrantes o no, somos una
sola familia humana y el amor que aproxima a las personas, es el reconocimiento
del otro como hijo de Dios. No observando las noticias y laméntanos se vive la
compasión, sino con las buenas obras y la oración que une y fortifica la
Iglesia que traspasa cualquier frontera geográfica para entrar en el corazón
del prójimo.
Johan Pacheco para RADIO
VATICANA
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