HOMILÍA COMPLETA DEL SANTO PADRE
El Evangelio nos presenta a Jesús haciéndole una pregunta
aparentemente indiscreta a sus discípulos: «¿De qué discutían por el camino?».
Una pregunta que también puede hacernos hoy: ¿De qué hablan cotidianamente?
¿Cuáles son sus aspiraciones? «Ellos –dice el Evangelio– no contestaron, pues
por el camino habían discutido quién era el más importante». Los discípulos
tenían vergüenza de decirle a Jesús de lo que hablaban. En los discípulos de
ayer, como en nosotros hoy, nos puede acompañar la misma discusión: ¿Quién es
el más importante?
Jesús no insiste con la pregunta, no los obliga a responderle
de qué hablaban por el camino, pero la pregunta permanece no solo en la mente,
sino en el corazón de los discípulos.
¿Quién es el más importante? Una pregunta que nos acompañará
toda la vida y en las distintas etapas seremos desafiados a responderla. No podemos
escapar a esta pregunta, está grabada en el corazón. Recuerdo más de una vez en
reuniones familiares preguntar a los hijos: ¿A quién querés más, a papá o a
mamá? Es como preguntarle: ¿Quién es más importante para vos? ¿Es tan solo un
simple juego de niños esta pregunta? La historia de la humanidad ha estado
marcada por el modo de responder a esta pregunta.
Jesús no le teme a las preguntas de los hombres; no le teme a
la humanidad ni a las distintas búsquedas que ésta realiza. Al contrario, Él
conoce los «recovecos» del corazón humano, y como buen pedagogo está dispuesto
a acompañarnos siempre. Fiel a su estilo, asume nuestras búsquedas,
aspiraciones y les da un nuevo horizonte. Fiel a su estilo, logra dar una
respuesta capaz de plantear un nuevo desafío, descolocando «las respuestas
esperadas» o lo aparentemente establecido. Fiel a su estilo, Jesús siempre
plantea la lógica del amor. Una lógica capaz de ser vivida por todos, porque es
para todos.
Lejos de todo tipo de elitismo, el horizonte de Jesús no es
para unos pocos privilegiados capaces de llegar al «conocimiento deseado» o a
distintos niveles de espiritualidad. El horizonte de Jesús, siempre es una
oferta para la vida cotidiana también aquí en «nuestra isla»; una oferta que
siempre hace que el día a día tenga sabor a eternidad.
¿Quién es el más importante? Jesús es simple en su respuesta:
«Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de
todos». Quien quiera ser grande, que sirva a los demás, no que se sirva de los
demás.
He ahí la gran paradoja de Jesús. Los discípulos discutían
quién ocuparía el lugar más importante, quién sería seleccionado como el
privilegiado, quién estaría exceptuado de la ley común, de la norma general,
para destacarse en un afán de superioridad sobre los demás. Quién escalaría más
pronto para ocupar los cargos que darían ciertas ventajas.
Jesús les trastoca su lógica diciéndoles sencillamente que la
vida auténtica se vive en el compromiso concreto con el prójimo.
La invitación al servicio posee una peculiaridad a la que
debemos estar atentos. Servir significa, en gran parte, cuidar la fragilidad.
Cuidar a los frágiles de nuestras familias, de nuestra sociedad, de nuestro
pueblo. Son los rostros sufrientes, desprotegidos y angustiados a los que Jesús
propone mirar e invita concretamente a amar. Amor que se plasma en acciones y
decisiones. Amor que se manifiesta en las distintas tareas que como ciudadanos
estamos invitados a desarrollar. Las personas de carne y hueso, con su vida, su
historia y especialmente con su fragilidad, son las que estamos invitados por
Jesús a defender, a cuidar, a servir. Porque ser cristiano entraña servir la
dignidad de sus hermanos, luchar por la dignidad de sus hermanos y vivir para
la dignidad de sus hermanos. Por eso, el cristiano es invitado siempre a dejar
de lado sus búsquedas, afanes, deseos de omnipotencia ante la mirada
concreta a los más frágiles.
Hay un «servicio» que sirve; pero debemos cuidarnos del otro
servicio, de la tentación del «servicio» que «se» sirve. Hay una forma de
ejercer el servicio que tiene como interés el beneficiar a los «míos», en
nombre de lo «nuestro». Ese servicio siempre deja a los «tuyos» por fuera,
generando una dinámica de exclusión.
Todos estamos llamados por vocación cristiana al servicio que
sirve y a ayudarnos mutuamente a no caer en las tentaciones del «servicio que
se sirve». Todos estamos invitados, estimulados por Jesús a hacernos cargo los
unos de los otros por amor. Y esto sin mirar al costado para ver lo que el
vecino hace o ha dejado de hacer. Jesús nos dice: «Quien quiera ser el primero,
que sea el último y el servidor de todos». No dice, si tu vecino quiere ser el
primero que sirva. Debemos cuidarnos de la mirada enjuiciadora y animarnos a
creer en la mirada transformadora a la que nos invita Jesús.
Este hacernos cargo por amor no apunta a una actitud de
servilismo, por el contrario, pone en el centro de la cuestión al hermano: el
servicio siempre mira el rostro del hermano, toca su carne, siente su
projimidad y hasta en algunos casos la «padece» y busca su promoción. Por eso
nunca el servicio es ideológico, ya que no se sirve a ideas, sino que se sirve
a las personas.
El santo Pueblo fiel de Dios que camina en Cuba, es un pueblo
que tiene gusto por la fiesta, por la amistad, por las cosas bellas. Es un
pueblo que camina, que canta y alaba. Es un pueblo que tiene heridas, como todo
pueblo, pero que sabe estar con los brazos abiertos, que marcha con esperanza,
porque su vocación es de grandeza. Hoy los invito a que cuiden esa vocación, a
que cuiden estos dones que Dios les ha regalado, pero especialmente quiero
invitarlos a que cuiden y sirvan, de modo especial, la fragilidad de sus
hermanos. No los descuiden por proyectos que puedan resultar seductores, pero
que se desentienden del rostro del que está a su lado. Nosotros conocemos,
somos testigos de la «fuerza imparable» de la resurrección, que «provoca por
todas partes gérmenes de ese mundo nuevo» (cf. Evangelii gaudium, 276.278).
No nos olvidemos de la Buena Nueva de hoy: la importancia de
un pueblo, de una nación; la importancia de una persona siempre se basa en cómo
sirve la fragilidad de sus hermanos. En eso encontramos uno de los frutos de
una verdadera humanidad.
«Quien no vive para servir, no sirve para vivir».
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