(RV).- Sobre la mirada de Jesús habló el Obispo de Roma
en la reflexión previa a la oración dominical del ángelus, que rezó con una
marea de fieles y peregrinos que llegaron a la plaza de san Pedro en el
Vaticano, el domingo 11 de octubre, para escucharlo, rezar con él y recibir su
bendición.
En el Evangelio de Marcos un joven pregunta a Jesús qué debe
hacer para alcanzar vida eterna. Francisco explicó que “Vida eterna no es solo
la vida del más allá, sino que es la vida plena, realizada, sin límites”. Jesús
responde que para alcanzarla hay que cumplir los mandamientos de amor hacia el
prójimo. Pero intuyendo el anhelo que ese joven llevaba en su corazón, que
quería algo más, Jesús le dirigió una mirada intensa llena de ternura y
afecto. Entendiendo también Jesús el punto débil de su interlocutor le
hace una propuesta concreta: dar todos sus bienes a los pobres y seguirlo.
“Pero aquel joven tenía el corazón dividido entre dos patrones: Dios y el
dinero –afirmó el Papa-, y se va triste. Esto demuestra que no pueden convivir
la fe y el apego a las riquezas. Así, finalmente, la iniciativa del joven cae
en la infelicidad de un seguimiento naufragado.
En otra mirada entorno a él –comentó el Sucesor de Pedro-,
Jesús advierte: Qué difícil es para los ricos entrar en el reino de Dios. Los
discípulos llenos de estupor se preguntan: quién podrá salvarse y Jesús, con
una mirada que los anima, les dice: es imposible para los hombres pero no para
Dios. Expreso entonces que “si nos confiamos al Señor, podemos superar todos
los obstáculos que nos impiden seguirlo en el camino de la fe… nos libera de la
esclavitud de las cosas y nos da la libertad del servicio por amor”.
El Vicario de Cristo concluyó preguntando a los jóvenes
presentes si han sentido la mirada de Jesús y si se irían de la plaza con la
alegría de la decisión de seguir a Jesús. Y rogó que “la virgen María nos ayude
a abrir el corazón al amor de Jesús, el único que puede apagar nuestra sed de
felicidad”. jesuita Guillermo Ortiz, RADIO VATICANA
Texto completo de las palabras del Papa:
«¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!
El Evangelio de hoy, tomado del capítulo 10 de Marcos, se
articula en tres escenas, marcadas por tres miradas de Jesús.
La primera escena presenta el encuentro entre el Maestro y un
tal, que - según el pasaje paralelo de Mateo – es identificado como ‘joven’. El
encuentro de Jesús con un joven. Él corre hacia Jesús, se arrodilla y lo llama
«Maestro bueno». Luego le pregunta: «¿Qué debo hacer para heredar la Vida
eterna?» (v. 17). Es decir, la felicidad. “Vida eterna” no es solo la
vida del más allá, sino que es ésta: la vida plena, cumplida, sin límites. ¿Qué
debemos hacer para alcanzarla? La respuesta de Jesús resume los mandamientos
que se refieren al amor al prójimo. En este contexto, ese joven no tiene nada
que reprocharse; pero evidentemente la observancia de los preceptos no le
basta, no satisface su deseo de plenitud. Y Jesús intuye este deseo que el
joven lleva en su corazón; por lo que su respuesta se traduce en una mirada
intensa llena de ternura y de cariño, así dice el Evangelio: «Jesús lo
miró con amor» (v.21). Se dio cuenta de que era un buen joven… Pero Jesús
comprende también cuál es el punto débil de su interlocutor y le hace una
propuesta concreta: dar todos sus bienes a los pobres y seguirlo. Pero ese
joven tiene el corazón dividido entre dos patrones: Dios y el dinero, y se va
triste. Esto demuestra que no pueden convivir la fe y el apego a las riquezas.
Así, al final, el impulso inicial del joven se apaga en la infelicidad de un
seguimiento naufragado.
En la segunda escena, el evangelista enfoca los ojos de Jesús
y esta vez se trata de una mirada pensativa, de advertencia:
«Mirando alrededor, dijo a sus discípulos: «¡Qué difícil será para los ricos
entrar en el Reino de Dios!» (v.23). Ante el estupor de los discípulos, que se
preguntan: «Entonces, ¿quién podrá salvarse?» (v. 26), Jesús responde con una mirada
de aliento – es la tercera mirada – y dice: la salvación es sí
«imposible para los hombres, ¡pero no para Dios!» (v.27). Si nos encomendamos
al Señor, podemos superar todos los obstáculos que nos impiden seguirlo en el
camino de la fe. Encomendarse al Señor. Él nos dará la fuerza, él nos dará la
salvación, él nos acompaña en el camino.
Y así llegamos a la tercera escena, aquella de la solemne
declaración de Jesús: Les aseguro que el que deja todo para seguirme tendrá la
vida eterna en el futuro y el ciento por uno ya en el presente (cfr v 29 y v
30). Este “ciento por uno” está hecho de las cosas primero poseídas y luego
dejadas, pero que se reencuentran multiplicadas al infinito. Nos privamos de
los bienes y recibimos en cambio el gozo del verdadero bien; nos liberamos de
la esclavitud de las cosas y ganamos la libertad del servicio por amor;
renunciamos a poseer y logramos la alegría del don. Lo que Jesús decía: «Hay
más alegría en dar que en recibir».
El joven no se ha dejado conquistar por la mirada de Jesús y
así no ha podido cambiar. Solo acogiendo con humilde gratitud el amor del Señor
nos liberamos de la seducción de los ídolos y de la ceguera de nuestras
ilusiones. El dinero, el placer, el éxito deslumbran, pero luego desilusionan:
prometen vida, pero causan muerte. El Señor nos pide el desapego de estas
falsas riquezas para entrar en la vida verdadera, la vida plena, auténtica,
luminosa.
Y yo les pregunto a ustedes, jóvenes, chicos y chicas, que
están en la plaza: ¿han percibido la mirada de Jesús sobre ustedes? ¿Qué le
quieren responder? ¿Prefieren dejar esta plaza con la alegría que nos da Jesús
o con la tristeza en el corazón que la mundanidad nos ofrece?
Que la Virgen María nos ayude a abrir nuestro corazón al amor
de Jesús, a la mirada de Jesús, el único que puede apagar nuestra sed de
felicidad».
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