(RV).- El
obispo de Bilbao, Mons. Mario Iceta Gavicagogeascoa, durante la
homilía que dio en la penúltima Congregación General del Sínodo de los Obispos,
la mañana de este sábado, invocó la intercesión de la Virgen Maríapara
los trabajos de este importante evento eclesial que comenzó el pasado 4 de
octubre y termina este domingo con la Santa Misa conclusiva.
“Las madres son las que transforman la casa en un
hogar”, dijo el obispo español asegurando que la Virgen María hace que la
Iglesia no sólo sea Templo, sino también “hogar, lugar cálido, familiar, de
acogida y de misericordia".
Homilía de Mons. Mario Iceta
Querido Santo Padre y hermanos en el episcopado y el
sacerdocio, miembros de la vida consagrada, queridos hermanos y hermanas.
Vamos concluyendo el trabajo sinodal como una
experiencia de gracia, de comunión, de colegialidad y de servicio. Hemos
pedido el don del Espíritu Santo y hemos querido que sea Él quien guíe
nuestra labor. El Santo Padre afirmo al comienzo de este acontecimiento que “el
Sínodo podrá ser un espacio de la acción del Espíritu Santo sólo si nos
revestimos de coraje apostólico, de humildad evangélica y de oración
confiada.”
En efecto, la oración es el quicio y fundamento de la actividad
apostólica. El domingo pasado eran canonizados los padres de Santa
Teresita del Niño Jesús, patrona de las misiones. Qué curioso, una monja
contemplativa, que no abandonó jamás las paredes de su convento, es patrona
de la actividad misionera. La vida contemplativa, la vida de oración se
encuentra en el fundamento de la actividad apostólica y misionera, también
para nosotros.
Por eso, ante las decisiones que en el ejercicio del
ministerio episcopal hemos de tomar, viene a mi memoria el pasaje de la
elección de Matías para ser integrado en el colegio apostólico. “Entonces
oraron así: Tú, Señor, que conoces los corazones de todos, muéstranos a cuál de
estos dos has elegido” (Act 1, 24). Este es nuestro método: muéstranos lo
que Tu quieres, haznos conocer tu voluntad. Sumidos en la oración, pedir a
Dios que nos muestre sus caminos, que nos haga ver cuál es su designio y
no el mío propio, y cuáles son los caminos que hemos de recorrer
para acompañar a las familias en la fidelidad a la vocación a la que han
sido llamadas.
Junto a la oración se nos recordaba la necesidad de la
humildad evangélica para conocer la voluntad de Dios: “Te doy gracias
Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los
sabios y entendidos y se lo has revelado a la gente sencilla” (Mt 11, 25). En
Bilbao tenemos una Universidad Católica de prestigio, la Universidad de
Deusto. Universidad que es paraninfo de los saberes, de las ciencias.
Curiosamente, durante 41 años un hermano lego jesuíta vivió en la portería de
dicha Universidad hasta que entregó santamente su vida al Señor. Me refiero al
beato Francisco Gárate. Su vida, en la entrada de la Universidad, en
humildad, servicio, pobreza, disponibilidad continua, es imagen encarnada
de que la humildad es el camino al conocimiento de la sabiduría de Dios.
Como afirma el libro de los Proverbios “la arrogancia acarrea la deshonra; pero
por la humildad se accede a la sabiduría” (Prov 11, 2). Y como después
volverá a afirmar San Pablo: “Está escrito, inutilizaré la sabiduría de
los sabios y anularé la inteligencia de los inteligentes... Porque los
judíos piden milagros y los griegos buscan sabiduría, mas nosotros predicamos a
Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los gentiles,
pero poder y sabiduría de Dios para los llamados” (1 Cor 1, 19.22-24). Y
Santa Teresa de Ávila, cuyo quinto centenario de nacimiento acabamos de
celebrar nos dirá sabiamente: “Andar en humildad es andar en verdad”.
Esta vida orante, esta humildad evangélica, nos
permitirá actuar con coraje apostólico, la parresia de la que nos habla
san Pablo, puestos los ojos en Cristo y por amor a Él sirviendo a
las familias de este mundo, iluminando su caminar con la Palabra de Dios y
la Tradición viva de la Iglesia, sosteniéndola y acompañándola en sus
gozos y tristezas, para que vivan en plenitud la alianza de amor que
disipa la oscuridad, vence la soledad y el individualismo, recrea la
humanidad, genera vida y esperanza, acoge y sana lo que parece perdido,
construye la Iglesia y el mundo.
Concluyo, hoy sábado, invocando la intercesión materna
de la Virgen María. Las madres son las que transforman la casa en un
hogar. Ella hace que la Iglesia no sólo sea Templo, sino también hogar,
lugar cálido, familiar, de acogida y misericordia. A Ella acudimos esta mañana.
Es la Esposa del Espíritu Santo, que la hizo concebir de modo virginal.
Bajo su protección nos acogemos esta mañana. En Ella aprendemos a acoger
el don de Dios, el Santo Espíritu, la Persona Amor, que nos ilumine y nos
asista en la tarea que hoy se nos ha encomendado. Amen.
(MZ-RV)
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